No es extraño que los niños de corta edad muerdan de manera ocasional a otros pequeños, aunque algunos, muy al pesar de sus padres, utilizan este modo de agresión con demasiada asiduidad. De hecho, morderse unos a otros es una de las formas de agresión más frecuente entre los menores, sobre todo antes de los tres años. ¿Es posible frenarles? En este artículo se explica por qué algunos niños muerden a otros con mayor frecuencia y cómo hay que actuar cuando esto sucede. También se detallan varios consejos para evitar que las mordidas se repitan y los riesgos de las mordeduras.
¿Por qué muerden los niños?
Algunas veces es apenas perceptible, pero otras, la ristra de pequeños dientecitos marcados sobre la piel de un niño de corta edad es más que evidente. Y es que morderse unos a otros es una de las formas de agresión más frecuente entre los menores, sobre todo antes de los tres años. Una de las pocas investigaciones específicas sobre estos incidentes contabilizó en su grupo de estudio (224 niños) una incidencia de 1,5 mordidas por cada 100 pequeños al día, en total, 104 menores fueron mordidos 347 veces en un año. Una cifra más que considerable.
Pero, ¿por qué muerden los niños? Los especialistas sugieren que morder es una forma de comunicación, una manera de reflejar el estado de ánimo en el que se encuentran. La frustración, los nervios, el coraje o la agitación son con frecuencia los desencadenantes de una mordida, en parte, porque es el modo más sencillo que tiene el pequeño de manifestar sus sentimientos cuando aún no puede expresarlos a través del lenguaje. Al morder, el menor logra llamar la atención de los adultos, consigue recuperar el juguete que le han quitado o se defiende de otra agresión.
Cómo actuar cuando el niño muerde
Que un hijo muerda a otro niño es una situación bastante incómoda para los padres. En estos casos deben reaccionar de inmediato y, ante todo, dejarle claro que esa conducta no es adecuada. Hay que tener en cuenta que, en algunos casos, el menor es tan pequeño que no es capaz de comprender que la mordida causa dolor; por tanto, es preciso explicarle este aspecto.
A veces el niño es tan pequeño que no comprende que la mordida causa dolor
Por otra parte, es necesario prestar la mayor atención al niño que ha sido agredido. Esta, además, es la mejor forma de demostrar al pequeño que muerde para llamar la atención que su estrategia no obtiene el resultado esperado. Hay que verificar que la mordedura no ha traspasado la piel (algo poco frecuente) y, ante todo, pedir disculpas tanto al afectado como a sus progenitores y que el «agresor» participe en la medida de lo posible en esta disculpa.
Consejos para evitar que muerda
Cuando un niño utiliza la mordedura como una reacción habitual en más ocasiones de lo normal, los padres pueden tomar algunas medidas para prevenir que esta circunstancia se repita en el futuro.
- Estar atento a las situaciones en las que el hijo muerde con mayor frecuencia, para evitarlas si es posible o controlarlas de cerca para anticiparse a su reacción.
- Supervisar sus juegos con otros menores, pero sin inmiscuirse en ellos.
- Enseñar al pequeño a expresar sus sentimientos y frustraciones sin que tenga que hacer uso de la agresividad.
- No manifestar delante del niño actitudes agresivas con otros adultos o pequeños: los padres son el espejo en el que ellos se miran e imitan sus comportamientos.
- Evitar cambios bruscos en los horarios y rutinas del niño, ya que pueden provocar reacciones de ansiedad y nerviosismo.
Tal como señalan los protocolos de la Asociación Española de Pediatría (AEP), las mordeduras entre niños se producen por lo general en las extremidades superiores, cara, cuello y tronco. Cuando un pequeño muerde a otro, la mordida suele ser superficial, es decir, los dientes no llegan a traspasar la piel, de modo que todo queda en una leve contusión.
Sin embargo, en ocasiones la mordida es más profunda y provoca incluso el sangrado. En estos casos, los adultos deben estar atentos para evitar una posible infección. “Cuando se infectan estas heridas hay una inflamación en menos de 12 horas; y si no son atendidas, progresan con rapidez en 24-48 horas a un proceso bien definido, con fiebre o abscesos, entre otros criterios”, apunta la AEP.