El síndrome del niño sacudido o zarandeado consiste en una serie de lesiones cerebrales ocasionadas por agitar al bebé con violencia. Este problema, fruto unas veces de un maltrato y otras por negligencia, es más frecuente de lo que se podría pensar. Pero sus consecuencias son graves e irreversibles. Este artículo detalla los efectos de este síndrome, en qué ocasiones es más común que los adultos zarandeen a los niños y cuáles son los síntomas que permiten reconocer este problema y los modos de prevenirlo.
Se conoce como síndrome del niño sacudido -también llamado del bebé sacudido o del niño zarandeado o agitado- a una serie de lesiones cerebrales que se producen cuando se agita con fuerza a un bebé. Si se tiene en cuenta la fragilidad de los niños cuando son muy pequeños y lo evidente que es la necesidad de tratarlos con mucho cuidado y delicadeza, se podría pensar que no pueden haber muchos bebés que padezcan este problema. Sin embargo, su prevalencia es relativamente alta: afecta en todo el mundo a entre 20 y 25 de cada 100.000 niños menores de dos años. En nuestro país, según la Asociación Española de Pediatría (AEP), se cumple esa proporción, pues lo sufren unos 100 bebés de los 450.000 que nacen cada año.
Las consecuencias de sacudir a un bebé
Las consecuencias de zarandear al pequeño pueden ser muy graves y a largo plazo. Uno de cada diez niños que se agita con fuerza muere. La mitad de los que sobreviven sufren secuelas graves e irreversibles: ceguera, parálisis cerebral, retraso mental, epilepsia, etc. Otros efectos, algo menos graves, son problemas de aprendizaje, dificultades en el habla y falta de coordinación motora.
El riesgo es mayor hasta los dos años de edad, aunque pueden padecer este síndrome incluso hasta los cinco. En concreto, lo que ocurre cuando se le zarandea es que su cerebro golpea contra las paredes del cráneo. Sus tejidos son más blandos y sus vasos sanguíneos más débiles que los de un adulto, por lo cual se producen contusiones, inflamaciones y sangrados en el cerebro y en la parte posterior del ojo. Además, como la cabeza supone una cuarta parte del peso corporal del bebé y los músculos del cuello todavía no están desarrollados, suelen darse también lesiones en la médula espinal.
Los riesgos son todavía mayores cuando la sacudida termina con un golpe contra algo. Como explica a este respecto la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos (BNM), «incluso un objeto suave, como un colchón o una almohada, puede ser suficiente para lesionar a los recién nacidos o a los bebés pequeños».
¿Por qué los adultos sacuden a los bebés?
¿Pero cómo es posible que alguien sacuda de esa forma a un niño tan pequeño? La AEP explica que «el motivo más frecuente es un llanto inconsolable y prolongado que provoca la frustración y el enfado del cuidador, que finalmente zarandea al niño«. Por ello, el síndrome del niño sacudido se considera en general una forma grave de maltrato infantil. Se debe tener en cuenta que el síndrome puede presentarse incluso con una sacudida de apenas cinco segundos. Es decir, perder los nervios durante un lapso casi mínimo puede causar un daño que se lamente durante toda la vida.
Sin embargo, no es ese el único motivo por el cual se produce este problema. En ocasiones se trata del «intento de ‘reanimarlo’ ante una situación que el cuidador entiende como amenazante para su vida (un espasmo del sollozo, un atragantamiento o un ataque de tos)», detalla la AEP. Ante tales situaciones, se debe mantener al menor inclinado hacia delante o boca abajo, sujetarle la cabeza y dar palmaditas en la espalda. Nunca, por ningún motivo, agitarlo.
El síndrome del niño sacudido, en cambio, no se produce por jugar con el pequeño, dar saltos suaves o trotar con él, balancearlo o levantarlo en el aire (salvo que el juego sea demasiado violento). También es muy poco probable, indica la BNM, que el menor lo padezca por accidentes, como caerse de una silla, de los brazos de alguien e incluso por escaleras.
Síntomas del síndrome del niño sacudido
Por lo general, el síndrome del niño sacudido no ofrece señales externas visibles de lesión traumática. Entre los síntomas sí se pueden incluir: letargo, adormecimiento, ausencia de sonrisa, irritabilidad, pérdida de lucidez, de la visión o del conocimiento, vómitos, piel pálida o azulada, convulsiones y paro respiratorio.
Miguel Rufo Campos, pediatra especializado en neurología infantil de la Universidad de Sevilla, explica en un artículo que «la sospecha diagnóstica de este síndrome siempre es muy desagradable tanto para los familiares como para los profesionales que reciben al paciente». Esto se debe, señala el especialista, a que los padres siempre recibirán esta sospecha como una acusación, ya de maltrato contra el niño, ya de negligencia por haber permitido un daño tan grave para el menor.
Por ello, señala la importancia de implementar estrategias para prevenir el síndrome del niño sacudido, como «campañas de sensibilización en la población general» acerca de los peligros de zarandear a un bebé y las formas de actuar «durante las fases de llanto incoercible».
El síndrome del niño sacudido es evitable. Basta con seguir una única y fundamental regla: nunca zarandear a un bebé. Los cuidadores siempre han de tratarlo de forma suave y delicada, con todos los cuidados que el pequeño merece.
Cuando llora mucho, existen diferentes trucos y técnicas para intentar calmarlo: envolverlo en una mantita, masajearlo, cambiarlo de posición, producir algún ruido cercano al ruido blanco, etc. Hay que recordar que el bebé puede llorar por muchas causas distintas (hambre, frío, calor, cansancio, sueño, cólico del lactante, etc.) y armarse de paciencia, con la certeza de que puede haber días en que llore durante muchas horas sin parar.
En cualquier caso, cualquier adulto que está cuidando el niño y siente que está llegando al límite del agobio y el estrés debe procurar pedir ayuda, en particular dejar al bebé con otra persona. Y es que la pérdida del control o un descuido de solo cinco segundos puede ocasionar un daño irreparable, que se lamentará siempre.