Hoy se celebra un doble acontecimiento con un mismo protagonista: Charles Darwin. En 1859, hace 150 años, publicaba su famosa obra “El origen de las especies”, y hoy, 12 de febrero, hace dos siglos, el naturalista inglés venía al mundo. El Día y el Año de Darwin se celebra en todo el mundo para honrar al padre de una teoría que hoy día sigue siendo cuestionada y hasta atacada. Sin embargo, la evolución es un hecho, aunque la teoría se vaya modificando gracias a los últimos avances científicos. Desde un punto de vista medioambiental, la evolución nos debería hacer reflexionar sobre el actual deterioro del medio ambiente, ya que nos recuerda que todos los seres vivos, incluidos los humanos, estamos relacionados y dependemos de la naturaleza y sus mecanismos de funcionamiento.
Qué es la evolución
Hoy en día habría sido un becario de investigación. El icono universal de un Charles Darwin (1809-1882) anciano con una larga barba blanca tenía en realidad 23 años cuando emprendió a bordo del Beagle un viaje de cinco años alrededor del mundo. Las duras condiciones de su estancia en este buque y los constantes mareos del joven naturalista merecieron la pena: sus descubrimientos de fósiles y su paso por las islas Galápagos, frente a las costas de Ecuador, le sirvieron para concebir una teoría que desvela los orígenes y los cambios de todos los seres vivos que habitan el planeta y su relación con la naturaleza.
La evolución implica un mismo origen, una especie de la que surgieron todas las demás, incluida la humana
La evolución supone unos mecanismos de transformación y relación con el entorno que explican estos cambios y la gran variedad de especies que habitan el planeta. Uno de estos mecanismos, que popularizó Darwin en su teoría, es la selección natural. Ante unos recursos naturales limitados, los individuos con alguna característica que mejore su capacidad de explotarlos tendrán más posibilidades de reproducirse que sus congéneres. Si esta característica es heredable, sus descendientes se expandirán, de manera que, al repetirse este proceso de una generación a otra, la mayoría de la población poseerá dicho carácter beneficioso, transformándose en el proceso. Por su parte, la formación de nuevas poblaciones aisladas, y el efecto de la evolución a lo largo del tiempo, dará lugar a nuevas especies.
En los últimos 40.000 años de evolución humana, la selección natural lejos de pararse, se ha acelerado
Asimismo, todos los seres vivos continúan evolucionando, lo que supone que su estado actual no es inalterable. Y por supuesto, también los seres humanos. De hecho, en los últimos 40.000 años de evolución humana, la selección natural lejos de pararse, se ha acelerado. Algunos hablan incluso del “Homo evolutis”, un “Homo sapiens” modificado por la ingeniería genética o la robótica.
¿Se equivocó Darwin?
“Darwin estaba equivocado”. Así titulaban su portada los responsables de la revista New Scientist, a escasos días antes de la celebración del Día de Darwin. La frase resulta más llamativa si cabe por ser esta publicación una referencia mundial de la divulgación científica. En realidad, el artículo que da pie a este polémico titular no desautoriza la teoría, sino que explica que la historia de la evolución no sería similar a un árbol con múltiples ramas, como pensó Darwin, sino más bien como una red.
La evolución sigue siendo un hecho incuestionable, sólo que ahora los investigadores disponen de herramientas y métodos para matizar o corregir ciertos aspectos de la teoría de Darwin e incluso descubrir algunos nuevos. El artículo del New Scientist es una muestra, pero no la única, de los avances producidos en campos tan diversos como la genética, las matemáticas, la bioquímica o la paleontología.
La historia de la evolución no sería similar a un árbol con múltiples ramas, como pensó Darwin, sino más bien como una red
La edad de la Tierra supuso también un quebradero de cabeza para Darwin. La mayor parte de los investigadores de su época creían que podría tener diez millones de años, mientras que Darwin la estimaba en cientos de millones de años, pero no tuvo pruebas para demostrarlo. Gracias a las actuales técnicas de datación de rocas, basadas en la descomposición de ciertos minerales radiactivos, se ha demostrado que nuestro planeta tiene más de 4.500 millones de años. Y algo similar sucede con el ancestro común a todos los seres vivos: Darwin fue el primero en señalarlo, pero tampoco pudo probarlo. Gracias a los avances en el estudio de fósiles desde hace varias décadas, los científicos conocen hoy día restos con 3.500 millones de años que confirman la teoría darwiniana.
La transformación radical del entorno es capaz de trastocar la velocidad de los mecanismos evolutivos
Por qué no se acepta la teoría de la evolución
Una encuesta dada a conocer recientemente afirma que la mitad de los británicos no cree en la evolución. Las críticas sobre el sesgo de los datos no se han hecho esperar, más si cabe teniendo en cuenta que el promotor de la encuesta es Theos, una organización británica que defiende que la sociedad “sólo puede florecer en la fe”.
En Estados Unidos sólo un 40% de los ciudadanos cree en la evolución
El desconocimiento, la confusión, y unas creencias religiosas que niegan o malinterpretan los hechos juegan en contra de la verdadera comprensión de este fenómeno natural. Por ejemplo, uno de los errores típicos consiste en confundir la evolución en sí con la teoría. Como explica Maximiliano Corredor, biólogo y divulgador evolutivo, las explicaciones que los científicos dan a los hechos se llaman teorías. La teoría de la evolución ha cambiado mucho desde sus comienzos hasta hoy, sin que ello signifique que las poblaciones de organismos hayan dejado de evolucionar.
Pero los creacionistas son persistentes. En 1999, el Consejo Escolar de Kansas aprobaba eliminar la evolución, así como la teoría del Big Bang, de los programas científicos del Estado. Y en 2004, la Junta de Directores de Escuela del Área de Dover, en Pensilvania, aprobaba unas normas que colocaban al mismo nivel educativo el evolucionismo y el “desarrollo inteligente”. Sin embargo, en 2005, la Corte del Distrito Medio de Pensilvania anulaba tal decisión.
Los creacionistas radicales sostienen que la Tierra fue creada por Dios hace 6.000 años
- “Creacionismo radical”: niega la evolución e interpreta literalmente la Biblia. Así, sostiene por ejemplo que la Tierra fue creada por Dios hace 6.000 años.
- “Creacionismo científico”: presenta supuestas pruebas científicas (erróneas) para demostrar que la teoría de la evolución no es cierta.
- “Creacionismo pro evolución”: acepta la evolución natural, pero basado en un creador y un propósito divino.
- “Diseño inteligente”: promovido por el Discovery Institute, sostiene que no son las teorías científicas las que explican la complejidad y diversidad actual de los seres vivos, sino la intervención directa de un ser inteligente. Es el movimiento más activo en la actualidad en Estados Unidos. Como contrapunto irónico, se ha creado el “pastafarismo”. Sus seguidores defienden que si se permite su enseñanza en el sistema educativo, también tiene el mismo derecho una divinidad en forma de monstruo de espaguetis volador que ellos han creado.
Por tanto, la polémica, 150 años después de la publicación de “El Origen de las Especies” sigue viva, a pesar de que algunos expertos razonan que no se puede comparar en el mismo plano la ciencia, basada en datos científicos y la religión, basada en la fe. En este sentido, algunos investigadores tratan de explicar científicamente el por qué de la necesidad de creer en divinidades. Por ejemplo, el psicólogo Michael McCullough, tras evaluar estudios de ciencias sociales y neurociencias, afirma haber encontrado evidencias de que las convicciones religiosas son útiles para el autocontrol. Otros investigadores sugieren que tener fe ha sido importante en la evolución del cerebro humano.
Por su parte, la Iglesia católica no parece tener una posición única al respecto. Si Juan Pablo II afirmaba en 1996 “que la teoría de la evolución ya no es una mera hipótesis”, Benedicto XVI sostenía en 2007 que el proceso de la evolución “no es verificable”, y que el origen del hombre no es algo que “la ciencia pueda responder directamente”.