Creencias erróneas
Las costumbres cambian, y lo hoy tenido por vulgar puede mañana ser interpretado como paradigma de la elegancia y la exclusividad. Y no sólo ha ocurrido con los hoy omnipresentes y en ocasiones carísimos pantalones vaqueros, cuyo origen de prenda profesional, ruda y resistente no puede ser menos glamuroso. Algo parecido pasa con el hábito de lucir una piel bronceada, estar moreno es sinónimo hoy de belleza y buen vivir. Pero no siempre fue así: la bella Scarlett O´ Hara, en una escena de Lo que el viento se llevó, que transcurre en la época de la Guerra de Secesión (1861-1865), se mostraba afligida por el tono bronceado de su piel, en aquel entonces nada elegante por demasiado característico de las capas rurales y menos pudientes de la población. Hasta que, medio siglo después, la pionera de la moda tal cual hoy se concibe, la francesa Coco Chanel, dio el primer impulso al cambio que a lo largo de los años ha ido dejando el asunto como hoy lo conocemos: el anteriormente denostado color tostado en la piel, que remitía a algo tan ordinario como el trabajo físico al aire libre, se identifica con el ocio, el buen vivir y la preocupación por la estética y la imagen personal.
En realidad, hace ya muchos siglos que se viene utilizando todo tipo de productos para mantener la piel conforme dicta la moda de la época. Además de los polvos de arroz a los que recurrían nuestras antepasadas para blanquear su piel, se han usado otros remedios, como el aceite de oliva, el yodo para las heridas y el zumo de limón, en este caso con el fin de que el sol penetrara lo antes posible en la piel y produjera el efecto esperado, el bronceado. A diferencia de entonces, hoy se conocen los efectos perniciosos de tomar el sol sin las debidas precauciones. La más importante -además de evitar exposiciones prolongadas o durante las horas más dañinas- es utilizar, y con la frecuencia debida, cremas solares con el factor protector adecuado para cada tipo de piel. Pero no basta con tener cuidado con el sol: la obsesión por exhibir una piel dorada en cualquier momento del año ha contribuido a que se popularizaran otras opciones, como los solariums y las cremas autobronceadoras.
Más allá de su insustituible contribución a la vida en el planeta y su supuesta aportación a la estética humana, el astro rey reúne cualidades beneficiosas para el ser humano. Está demostrado que mejora nuestro estado de ánimo y que aumenta los niveles de vitamina D de nuestro organismo, lo que ayuda a reducir el impacto de complicaciones comunes en la vejez, como la osteoporosis y otros problemas en los que se ven comprometidos los huesos, así como en la prevención de las enfermedades coronarias. Ahora bien, para conseguir estos efectos positivos, no es necesario tomar el sol al modo en que lo hacemos en la playa, la piscina o el jardin: basta con pasear unos minutos cada día.
Cómo tomar el sol
Tanto si el cielo está encapotado como si se disfruta de la playa bajo la sombrilla, es necesaria la crema protectora
Con cabeza y en su justa medida. El riesgo, cierto y mil veces comprobado, de tomar el sol sin respetar las prevenciones es sufrir quemaduras, eritemas, envejecimiento prematuro de la piel y cáncer de piel. Cada año se detectan en España 3.200 casos de melanoma, el cáncer de piel más agresivo. En cinco años, el número de casos se duplicará y más del 10% de ellos serán mortales. Sepamos también que las quemaduras sufridas a principios de temporada o en veranos pasados no se curan cuando desaparecen las rojeces y ampollas: nuestra piel tiene memoria, acumula los estragos sufridos a lo largo de la vida y los problemas pueden presentarse muchos años después de haber dejado de tomar el sol de manera incorrecta. Los expertos de CONSUMER EROSKI aconsejan adoptar precauciones y adquirir hábitos correctos para que los rayos solares de este verano nos aporten un bonito moreno pero no dañen nuestra piel ni perjudiquen nuestra salud.
Falsos mitos
La incidencia del melanoma ha aumentado en Europa por varios motivos. Uno de los fundamentales es el creciente deterioro de la capa de ozono, que hace que las emisiones de rayos ultravioleta sean más intensas y, por tanto, más dañinas para la piel. Otro, que los usuarios no saben cómo, cuándo y dónde deben aplicarse la crema solar, y buena parte de la culpa de esta situación la tienen ciertas creencias erróneas contra las que deben luchar las campañas de información y prevención que cada verano alertan sobre los peligros del sol y la necesidad de protegerse con filtros solares. El mayor repertorio de falsos mitos tiene como protagonista a la crema solar.
Se piensa que no es necesario aplicársela los días nublados, o que bajo sombrillas o toldos playeros los efectos perniciosos del sol desaparecen. Un error en ambos casos: tanto si el cielo está algo encapotado como si se disfruta de la playa bajo la sombrilla, es necesario aplicarse la crema protectora. Porque las nubes no filtran los rayos UVB y sin protección estamos indefensos ante estas emisiones, responsables de las quemaduras y los eritemas que puede sufrir nuestra piel. Y aunque hay diferencia entre la radiación que se recibe bajo un toldo o a pleno sol, la arena refleja hasta un 35% de los rayos solares que recibe.
Tampoco es cierto que mientras se está en el agua el sol apenas perjudica: si nadamos en la superficie el agua hace un efecto lupa que aumenta la radiación que recibe nuestra piel. Y también se equivoca quien piensa que las personas con pieles más morenas o ya bronceadas pueden prescindir de crema protectora. La piel morena actúa como barrera natural frente a las quemaduras, pero los rayos ultravioleta siguen penetrando en la piel, con el riesgo de producir daños celulares, arrugas, manchas y fotoenvejecimiento. No hay excusas que valgan, la crema protectora es imprescindible en cualquier situación. Y tampoco es cierto que tomar el sol sin cremas de protección seca los granos, espinillas y puntos negros de los rostros de los adolescentes. Es más, el efecto que se consigue es justo el contrario: un rebrote acneico.
¿Cómo elegir la crema solar?
La vida útil de un protector solar es de aproximadamente un año. Transcurrido ese tiempo, su eficacia se reduce y se corre el riesgo de que provoque reacciones en la piel, más aún si se ha olvidado en el coche o se ha sometido a altas temperaturas. La razón es que los filtros solares que contienen estas cremas no son estables y se degradan. Por tanto, hay que renovar, si no se ha hecho ya, las cremas solares. Y antes de adquirirla hay que comprobar (leyendo su etiquetado) que incorpora filtros de protección anti rayos UVB- responsables del bronceado, pero también de quemaduras y eritemas- y anti UVA, que dan color con rapidez pero también causan el envejecimiento prematuro de la piel e incluso alteraciones en el sistema inmunitario. La acción anti UVA y anti UVB es importante, pero no lo es menos el factor de protección solar (FPS), dato que no siempre se interpreta correctamente.
Los FPS indican el múltiplo de tiempo que podemos exponer al sol nuestra piel sin riesgo de quemaduras. Una crema con factor 15 multiplica por ese número el tiempo de resistencia de cada persona ante la exposición solar sin que se produzcan daños ni eritemas. Cuanto más alto sea el factor, mayor será la protección contra los efectos nocivos de los rayos solares. Pero no es tan sencillo: no todas las personas soportan el sol de la misma forma, de ahí que el FPS que cada usuario necesita dependa del fototipo de su piel. Desde el momento en que nacemos, tenemos una capacidad de adaptación al sol y ese es nuestro fototipo. A menor capacidad, más reducida será la resistencia al sol y mayor deberá ser el factor de la crema a utilizar. Hay seis fototipos catalogados: el 1 es de pieles muy claras, casi albinas; el 2, pieles claras; el 3, blancas de tipo caucasiano; el 4, pieles mediterráneas, pelo y ojos oscuros, de fácil bronceado. Los fototipos 5 y 6 corresponden a pieles muy morenas y negras.
No basta con una vez al día
Una crema al cabo de dos horas reduce sus propiedades protectoras a la mitad y, al de tres, casi desaparece de la piel
Tan importante como elegir el protector solar más acorde a cada tipo de piel, es hacer un buen uso de la crema protectora. Nada de aplicarse la crema sólo una vez, como si se tratara de cumplir el expediente. Una crema, incluso la de FPS 30, al cabo de dos horas reduce sus propiedades protectoras a la mitad y, al de tres horas, casi desaparece de la piel. La protección se debe aplicar de forma abundante y sobre la piel seca 30 minutos antes de que comience la exposición solar. Y ha de renovarse esta aplicación cada dos horas y siempre que se tome un baño o nos frotemos con la toalla.
No escatimemos la cantidad, los fotoprotectores sólo cumplen su función si se usan en cantidades suficientes. Un adulto de talla media necesita unos 35 g de fotoprotector por cada aplicación, lo que equivale a unas seis cucharadas de café. Recordemos que además de las zonas típicas como espalda, hombros, piernas y tripa, es necesario extender la crema por todos los puntos expuestos el sol, sin olvidarse de las orejas y los empeines de los pies. Las zonas más sensibles, cara, labios y escote, necesitan de un cuidado especial: usemos una crema con un factor más alto, que no contenga aceites ni elementos grasos y que esté enriquecida con ingredientes activos antiarrugas.
Broncearse sin sol
La exposición a rayos UVA, ya sea mediante la exposición directa del sol o en una sesión de lámparas de bronceado, no es la única forma de ponerse morenos. También se puede conseguir, y de forma más rápida, con cremas autobronceadoras. Lejos de ser un maquillaje que pinta la piel, incorporan una sustancia que genera una reacción en las células de las capas más externas de la piel. El resultado que consiguen los autobronceadores actuales, tal y como revela un análisis comparativo de CONSUMER EROSKI con siete autobronceadores para el cuerpo y no aptos para el rostro, con un resultado de satisfactorio que dista mucho del de hace años, pues entonces dejaban un olor desagradable y penetrante y proporcionaban un color anaranjado característico que “delataba” su uso.
El color, tirando a dorado, que obtienen los autobronceadores casi no se distingue del logrado tomando el sol o con la exposición a lámparas UVA. Si bien el resultado a simple vista es similar, el mecanismo que hace que la piel cambie de color cuando se expone al sol tiene poco que ver con el efecto de las cremas autobronceadoras. Los rayos ultravioleta atraviesan la capa superficial de la piel y estimulan la producción de melanina, un pigmento que se produce en la dermis, capa profunda de la piel. De allí pasa a la dermis, lo que oscurece la piel. Los autobronceadores no generan melanina, se limitan a teñir células de la piel que están a punto de eliminarse. Por eso, su efecto no dura más de una semana.
El cambio de color se produce cuando la dihidroxiacetona (DHA), sustancia activa de estas cremas, se pone en contacto con los aminoácidos de la piel, que se oxidan y producen melanoidinas, de efecto similar a la melanina. Las zonas de nuestro cuerpo con más proteína (codos, rodillas y palmas de pies y manos) se tiñen de forma más intensa. Esta coloración aparece entre tres y seis horas después después de su aplicación y llega al máximo una vez transcurridas 24 horas. Dos o tres aplicaciones a lo largo de doce horas teñirán la piel y la mantendrán con ese color durante unos diez días.
Cuanto más tiempo permanezca el producto sobre la piel, más intenso será el bronceado; por ello, se recomienda aplicarse estos cosméticos antes de acostarse. El tono moreno conseguido con estas cremas es, en realidad, más saludable que el obtenido tomando el sol, ya que no produce quemaduras ni propicia el melanoma. Pero este moreno cosmético no protege frente a los rayos solares. Y el DHA, aunque sea una sustancia natural presente en el metabolismo de plantas y animales, reseca la piel y es por ello que los autobronceadores no son adecuados para pieles muy secas. En definitiva, no sólo son una forma rápida y cómoda de conseguir un tono dorado de piel, sino que constituyen una saludable y segura alternativa al bronceado natural y al de los solariums.