La psicoeducación, que consiste en explicar al paciente qué tiene, cuáles son sus síntomas y cómo va a evolucionar en el futuro, es una herramienta muy útil para abordar los problemas mentales y emocionales en la atención primaria. Gracias a ella, se pueden dar consejos a los pacientes y enseñarles habilidades para afrontar episodios vitales difíciles pero normales de la vida, ya que una gran parte de la sociedad actual carece de ellas, según explica en esta entrevista Antonio Torres Villamor, coordinador de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Salud Mental (SEMG), de Madrid, vicepresidente de SEMG en Madrid y moderador en el XVII Congreso Nacional y el XI Internacional de Medicina General y de Familia, que ha tenido lugar en Granada.
Entre un 11% y un 15% de la población consulta por alteraciones emocionales y enfermedades mentales. Estas cifras han aumentado mucho y se prevé que cada vez lo hagan más.
“Con la psicoeducación se dan consejos para mantener la salud mental lo mejor posible”
Los más comunes son las enfermedades relacionadas con el insomnio, la ansiedad, la depresión y los problemas de somatización. Son los tres grandes síndromes o grupos de trastornos mentales que atendemos más.
Hay un aumento en la población femenina, pero también porque la mujer consulta más.
Depende. Hay problemas agudos que se relacionan con aspectos vitales de la vida que ocurren en determinados momentos. Pero, por norma general, entre los 30 y los 50 años, aunque también pueden darse en ancianos y en la población infanto-juvenil.
Es un sistema de educación para la salud, de la misma forma que se recomienda comer de forma sana o no consumir sustancias peligrosas, pero aplicado a la salud mental. A través de la psicoeducación se dan consejos para mantener la salud mental lo mejor posible.
“El estrés es un mecanismo de defensa del organismo que se encuentra sobrepasado en tiempo o intensidad”
Pensemos en un paciente con un cuadro de ansiedad, uno de los más frecuentes, por un problema real, sea laboral o familiar. El cuerpo reacciona ante el problema manifestando estrés, que cuando es mantenido se transforma en ansiedad. Primero hay que informarle de qué es lo que tiene y quitarle gravedad, ya que los problemas de disfunción como el estrés, son un mecanismo de defensa del organismo que se encuentra sobrepasado en tiempo o fuerza (intensidad). Después, se le deben explicar los síntomas propios de la ansiedad que padece y, de nuevo, insistirle en que no van a pasar de ahí.
Sí, de hecho, es lo que creen (“me pasa algo grave y me voy a morir”). Por eso, hay que explicarles cuáles son los síntomas que tienen y por qué les pasa; explicarles que hay unas sustancias cerebrales que pueden estar alteradas; pero que por mal que se encuentren no van a fallecer. Nadie se siente mal por tener diabetes, porque no es un estigma; en cambio tener una enfermedad mental, por desgracia, aún sí. Debemos eliminar esa vieja idea y hacerles ver a los afectados que su enfermedad es tan orgánica como cualquier otra. Es la baja actividad de esas sustancias lo que provoca los síntomas. Sólo esto les hace ver la vida de otra manera. Cuando se les explica qué tienen, por qué e, incluso, lo que no les va a pasar, ya es un paso hacia adelante.
“Cuando la persona sabe qué le ocurre y cómo puede dejar de sufrirlo, se muestra más receptivo a cualquier estímulo terapéutico”
Los pacientes que reciben estos programas pasan mucho mejor por todo su proceso de curación. Cuando conocen qué les ocurre, saben lo que les depara el futuro y cómo puede dejar de sufrirlo, se muestran más receptivos a cualquier estímulo terapéutico. A través de la psicoeducación se enseñan habilidades como la relajación, que se pueden practicar con multitud de técnicas que son muy válidas, como el yoga. Así, el organismo aprende a responder con un sistema de relajación cuando tiene un estímulo estresante. El ejemplo podría ser el de una persona que se muestra nerviosa ante su jefe, experimenta un temblor en la voz o taquicardia, entre otra; si esa persona se relaja ante los síntomas de ansiedad, se podrá permitir responder con alivio cuando vea a su jefe. El estímulo no le provocará síntomas tan acusados.
Sobre todo vitales y mentales que, a menudo, son problemas de carácter social y cultural, pues una gran parte de la sociedad no ha aprendido habilidades para afrontar los episodios vitales.
A distintos acontecimientos de la vida. Recientemente, se ha elaborado una tabla internacional sobre estos episodios, clasificándolos del más grave hasta otros más leves. En esa lista figuran desde la mayor tragedia que le puede ocurrir a una persona, que es ver morir a un hijo, hasta el disgusto por una simple multa de tráfico. Todas estas situaciones pueden generar distintos grados de malestar. Además, en épocas de crisis, también aumenta el número de enfermos, porque la situación de paro conlleva estrés y a la tristeza. Pero, en general, no debemos convertir estos episodios vitales en enfermedad, sino que la sociedad debe desarrollar habilidades para combatirlos.
“No debemos convertir los episodios vitales en enfermedad, sino que la sociedad debe desarrollar habilidades para combatirlos”
Sí, antes disponíamos de tiempo, de un cuerpo social y familiar más amplio, mientras que ahora las familias son más pequeñas, nucleares y, a la vez, más dilatadas, porque sus miembros viven y trabajan en distintas partes del mundo. Por eso, resultaba más fácil adaptarse a la muerte de un familiar o un ser querido, un episodio normal de la vida que, en principio, se debe asumir con mecanismos de defensa mentales, como la tristeza y la preocupación, y emotivos, todos naturales. Pero de ahí a que una persona se crea enferma…
Sí, pero para ello debemos dedicar un tiempo a la psicoeducación porque, dentro de un esquema general de exceso de medicación, tranquilizantes y ansiolíticos, lo más fácil para la ansiedad o para la tristeza es administrar una pastilla. Si esto sigue, la próxima vez el afectado va a necesitar un estímulo mayor y se estará empobreciendo la capacidad de respuesta del ser humano. Esto ocurre de forma general.
La primera vez que una persona sufre un desengaño amoroso. No es raro que los padres acudan a un especialista porque el adolescente no lo supera y se siente mal. A veces, se consulta al médico de familia. Pero no se debe recurrir a las pastillas, la psicoterapia ni el psicoanálisis. Éste es un proceso normal por el que hay que pasar en la vida. También hay que disfrutar de lo que no sale bien: asumirlo, superarlo y salir más fuerte. Todo tiene que ver con el concepto de resiliencia: el salir fortalecido de situaciones terribles.
“La resiliencia significa que las personas están capacitadas para salir fortalecidas de las experiencias más terribles y de los mayores tormentos psicológicos”
Los estudiosos del comportamiento creen que el psicólogo ocupa hoy un campo que antes correspondía a otras figuras sociales como los asesores religiosos, morales, éticos (los sacerdotes), la gran familia y las relaciones con los abuelos (que son absolutamente importantes). Ante los conflictos, es cierto que ir al psicólogo puede ayudar a afrontarlos, pero eso no significa que se le necesite siempre.
Es el primer paso terapéutico para todas las personas que crean padecer o que padezcan un problema mental o emocional.
No son lo mismo. La psicoterapia es un acto terapéutico sobre algo concreto que está alterado, mientras que la psicoeducación es un programa general sobre un proceso que el paciente puede, o no, tener.
“La educación para la salud consiste en explicar a los afectados qué padecen y que lo acepten, para que les resulte más fácil tratarse y curarse”
Sí, y a todos los niveles. Los pacientes niegan tener diabetes, bronquitis crónica y más aún enfermedades que no dan síntomas, como la hipertensión. Lo mismo ocurre con la salud mental. El primer paso que debemos dar en todos los casos es la educación para la salud en general, que consiste en explicar o enseñarles a los afectados qué padecen, que lo acepten, para que les resulte más fácil tratarse y curarse, al adoptar menos hábitos de riesgo. Esto implica enseñar habilidades, como la relajación, para afrontar las crisis de ansiedad, tanto a través de los programas de educación para la salud como de la psicoeducación.
“El sano infeliz, un término acuñado por el doctor José Guzmán Sánchez, psiquiatra del Servicio de Salud Mental del Hospital Universitario Virgen de Las Nieves, de Granada, es esa persona que no tiene ningún problema mental, pero que no es feliz con algo que le ha ocurrido en la vida, con una vivencia. En estos casos, no hay que medicalizar la atención a estas personas o caeríamos en un gran error”, explica Antonio Torres Villamor.
Según este experto, aunque el psicólogo puede ayudarnos a salir mejor de un bache, “no siempre vamos a tener un psicólogo a mano o de un asesor permanente; desde el punto de vista del sano infeliz, es decir, de esa persona sana, pero a la que no se le ha enseñado a superar lo que le sucede”. Otro caso muy distinto es el de aquellos individuos que sí tienen trastornos que merecen atención psicológica.
De hecho, el ser humano tiene la capacidad de sobreponerse por sí mismo a las situaciones más adversas imaginables, según el concepto de resiliencia, acuñado por Víctor Frank en los años 50 del siglo pasado para referirse a esa facultad de superación del hombre. La resiliencia significa que las personas están capacitadas para salir fortalecidas de las experiencias más terribles y de los mayores tormentos psicológicos, así como para superar los conflictos “sin necesidad de ir al médico o al psicólogo”, destaca Torres.