En España, más de 600.000 personas reciben tratamiento anticoagulante oral con agentes dicumarínicos (Sintrom®) que, en la dosis adecuada, es efectivo. Sin embargo, el margen de seguridad es muy pequeño. Los pacientes deben someterse a un análisis mensual para reajustar la proporción que, si es excesiva, puede causar problemas de sangrado importantes, como una embolia. Nuevos fármacos orales, una generación de inhibidores de factores coagulantes, podrían cambiar su calidad de vida y evitar pinchazos, interacciones y controles de ajuste de dosis. La sangre y sus vicisitudes ocupan el espacio profesional de Pascual Marco Vera, investigador del Hospital General Universitario de Alicante y presidente de la Sociedad Española de Trombosis y Hemostasia (SETH).
Mucho. Sobre todo si se tiene en cuenta que es un grupo en continuo crecimiento, cercano al 30% anual. Son pacientes ancianos, con complicaciones cardiovasculares y, en ocasiones, se someten a procesos quirúrgicos importantes que comprometen su coagulabilidad (capacidad para coagular o formar coágulos de sangre). Registran un alto riesgo de que la sangre desarrolle coágulos fatales. Este tratamiento evita más de 20.000 accidentes trombóticos, por un coágulo sanguíneo -o trombo- que obstruye el flujo de sangre, y unas 6.000 muertes cada año.
Quienes siguen tratamiento con Sintrom© saben que es tan necesario como pesado. Los controles periódicos para ajustar la medicación, las posibles complicaciones hemorrágicas si no se sigue estrictamente la prescripción o las interacciones con alimentos u otros medicamentos y actuaciones médicas es una carga. Hay incluso pacientes que, en teoría, se beneficiarían de un tratamiento anticoagulante oral, pero los médicos lo desestimamos por la delicada y rigurosa vigilancia que entraña el Sintrom©. En cierto modo, los pacientes anticoagulados tienen un problema social que las diversas autoridades sanitarias autonómicas tratan de solventar mediante maniobras asistenciales.
Por ahora, se administran sólo en pacientes sometidos a cirugía de cadera o de rodilla, operaciones en las que se compromete un gran volumen de sangre. Su función es impecable y las autoridades sanitarias estudian la posibilidad de generalizarlos a pacientes con riesgo cardiovascular, que son el gran grupo de población para esta indicación. Los nuevos anticoagulantes no precisarán un control analítico tan exhaustivo y, además de muchas menos interacciones con otros medicamentos, su efecto antitrombótico no se modifica por los cambios en la dieta.
“La enfermedad tromboembólica causa más muertes que la suma total de fallecidos por cáncer de mama, próstata, sida y accidentes de coche”
Son tan eficaces y seguros como los tratamientos clásicos, pero con el valor añadido de mejorar la calidad de vida de los pacientes. Si atendemos a los resultados de los ensayos clínicos realizados hasta el momento, reducen la incidencia de episodios cerebrovasculares tras cirugía ortopédica mayor de manera muy superior. Trabajamos en un plano social con los pacientes anticoagulados para que sepan qué tipo de fármacos manejan y conozcan los servicios donde estamos integrados, así como el acceso para solucionar dudas. Hay que tener en cuenta que los nuevos fármacos anticoagulantes supondrán un cambio importante en la filosofía con la que tratamos y en la organización asistencial.
El precio. No son fármacos caros por el coste de su producción, sino por el desarrollo que implica probarlos en multitud de ensayos clínicos. Se sabe que son seguros y que favorecen el estado de pacientes operados de cadera y de rodilla, pero queda pendiente el tremendo coste que puede suponer sustituir el Sintrom© en todos los pacientes con esta prescripción.
La industria farmacéutica y las administraciones deberían negociar un precio razonable. En Alemania, las autoridades han dejado claro a la industria hasta dónde puede llegar. Los nuevos anticoagulantes son más caros, no hay duda, pero evitan muchos controles y precauciones, además de suponer un alivio para los pacientes en cuanto a calidad de vida. Respecto a los fabricantes, hay que tener en cuenta que un mercado que abarque al 1% del país en tratamiento crónico permite suavizar tarifas.
No es un secreto que la sociedad europea cada vez sufre más accidentes cardiovasculares y los ciudadanos viven más años con un compromiso de coagulabilidad sanguínea a cuestas. La enfermedad tromboembólica, por otra parte, es desconocida para el gran público, difícil de comprender a pesar de que causa la muerte de más de medio millón de europeos cada año, una cifra superior a la suma total de fallecidos por cáncer de mama, próstata, sida y accidentes de coche.
Se estima que en España hay unos 4.000 pacientes con tendencia a la hemorragia, a causa de alteraciones congénitas de la coagulación de la sangre, como la hemofilia, o de la hemostasia primaria, que abarcan la enfermedad de von Willebrand y las alteraciones de las plaquetas congénitas. Estas cifras, junto con las que barajamos al hablar de la enfermedad coronaria o de las trombosis en general, pueden parecer bajas. Sin embargo, debido a las características de la enfermedad, sobre todo en la hemofilia, y el riesgo de invalidez o incluso muerte, sin un tratamiento adecuado, llegan a representar un problema social frente al que las autoridades sanitarias son muy sensibles.
Los progresos en técnicas de genética, biología molecular, genómica y proteómica respaldan el discurso científico de los hematólogos en sus encuentros. España, además, cuenta con una reputación internacional cada vez mayor en aspectos como el trasplante de sangre de cordón umbilical, las estrategias de tratamiento antitrombótico crónico, la aterotrombosis, el linfoma folicular o el análisis genético de la trombofilia hereditaria.
Con casi tantos biólogos asociados como médicos, la Sociedad Española de Trombosis y Hemostasia (SETH) atestigua cómo los conocimientos en biología molecular se aplican de forma creciente a leucemias y linfomas, homeostasis, trombosis y bancos de sangre. Cada año se diagnostican en España entre 1.000 y 2.000 nuevos casos de leucemia aguda, cerca de 700 casos de leucemia mieloide crónica, alrededor de 2.000 casos de leucemia linfoide crónica y entre 1.500 y 1.800 de mieloma, por citar algunos. Nuestro país acapara en la actualidad la mayor experiencia de trasplante con progenitores hematopoyéticos en hemopatías.