Cerca del 5% de los pequeños entre los 2 y los 5 años sufren algún grado de tartamudeo durante su infancia, con una duración que puede ir de varias semanas a algunos años. Sin embargo, entre un 1% y un 2% de los casos, la disfemia persiste en la vida adulta. A veces, a los padres les resulta difícil distinguir entre los tropiezos corrientes en el habla de todos los niños y el tartamudeo. Por eso, los especialistas insisten en que, ante la duda, consulten a un profesional, para adoptar las medidas oportunas y evitar que este trastorno provoque ideas y sentimientos negativos, dificultades de relación social o baja autoestima.
La disfemia o tartamudez es un trastorno funcional de la comunicación oral, no del lenguaje, que se identifica por interrupciones involuntarias en el flujo del habla: espasmos, bloqueos audibles o silenciosos y repeticiones de fonemas, silabas o palabras o que duran más tiempo de lo normal. Es decir, afecta al ritmo del discurso, no a los órganos fonatorios. En la cuarta revisión del ‘Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV)’ de la Asociación Americana de Psiquiatría, como síntomas de tartamudez también se incluye el uso de interjecciones, palabras fragmentadas por pausas, circunloquios para sustituir palabras problemáticas y vocablos producidos por un exceso de tensión física.
La disfemia es más frecuente en niños que en niñas y suele persistir en la adultez, sobre todo, en los hombres
La tartamudez afecta a cerca de 40 millones de personas en el mundo, 800.000 de ellas en España. Cerca del 5% de los niños entre los 2 y los 5 años sufren algún grado de tartamudeo durante su infancia con una duración que puede ir de varias semanas a algunos años. Entre el 1% y el 2% de los casos, la disfemia persiste, incluso puede empeorar; es el tipo más habitual y se le denomina tartamudeo del desarrollo. Es más común en niños que en niñas y suele continuar en la adultez, sobre todo, en los hombres (75%). Las estadísticas apuntan que afecta más a varones de países desarrollados con más nivel académico, aunque se sospecha que es debido a que en el resto de países es considerado como un trastorno tan leve que ni siquiera se diagnostica.
La causa de la tartamudez
Son muchos los trabajos realizados al respecto, pero todavía no se sabe con precisión qué provoca este trastorno de la comunicación. Según la Fundación Española de la Tartamudez, los últimos estudios sugieren que se produce como consecuencia de una interrelación entre factores biológicos-psicológicos y sociales. Así, los especialistas señalan tres tipos distintos de disfemia según su origen:
- Tartamudez de desarrollo. Es el tipo más frecuente. Entre los 2 y los 5 años no es habitual que se tenga una fluidez total en el habla, una situación que dura hasta que se aprenden a organizar las palabras y las frases. Por ello, al principio es normal que el pequeño atraviese por periodos en los que su comunicación es muy fluida y por otros en los que parece que no le sea demasiado sencillo. Y esto se nota más en algunas situaciones que lo tensan o le enfadan. Si esta disfemia persiste, a la larga hablar le supondrá un esfuerzo y mostrará tensión muscular en la cara y en el resto del cuerpo. Con el tiempo, si perduran las dificultades, el niño se hace consciente de su trastorno y adopta medidas de evitación: cambiar las frases o las palabras por otras que le sean más fáciles de pronunciar e, incluso, optar por no hablar, lo que le acarreará inconvenientes en su esfera social.
- Neurogénica o tartamudez adquirida. Surge tras una lesión cerebral, como un ictus o traumatismo craneoencefálico. Se caracteriza porque la disfemia se presenta en cualquier parte del vocablo y hasta al cantar o susurrar. El afectado no muestra ni ansiedad ni miedo.
- Tartamudeo psicogénico. No resulta tan frecuente y está provocado por un trauma emocional severo. Los afectados tampoco muestran ansiedad.
Tartamudez: cuándo acudir al especialista
A veces, a los padres les es difícil distinguir entre los tropiezos corrientes en el habla infantil y el tartamudeo. Esto se debe a que la tartamudez comparte aspectos con otras dificultades habituales de todos los niños y varía en grado y frecuencia según las circunstancias o el estado de ánimo del pequeño.
Sin embargo, los expertos insisten en que si los padres creen que su hijo tiene alguna dificultad, deben consultar a un especialista para salir de dudas con el fin de que, si es necesario, se tomen las medidas adecuadas de manera precoz. Alicia Fenández Zúñiga, psicóloga clínica del Instituto del Lenguaje y Desarrollo (ILD) de Madrid, en la ‘Guía de Orientación a Padres’, de la Fundación Española de la Tartamudez, aconseja acudir lo más pronto posible a un terapeuta especializado en trastornos de lenguaje, antes de que las dificultades del habla se afiancen. La terapia, según Fernández, es una u otra según la edad del afectado, los años de evolución y la gravedad del trastorno.
En el caso de los más pequeños se trabaja con los padres y con el menor en actividades lingüísticas de forma lúdica. A los mayores se les enseñan técnicas de control del habla. Además, los progenitores son un pilar muy importante en el tratamiento: deben aprender a cómo actuar y hablar con el niño, a manejar el trastorno, a aceptar el habla de su hijo y a favorecer su autoestima. Si el pequeño ha desarrollado ideas y sentimientos negativos, evita la comunicación y muestra dificultades de relación social o baja autoestima, estos se deben abordar también en la terapia.
Evitar que la disfemia genere estrés y ansiedad al niño parece que es uno de los objetivos principales de los progenitores. Por eso, Laia Margarit, psicoterapeuta infantil de Barcelona, aporta unos consejos para hacer la vida más fácil al pequeño con disfemia:
- Intentar crear ambientes fluidos y relajados, para minimizar la situación frustrante y que el niño no sienta vergüenza. Es importante que el menor vea que sus padres aceptan el problema, para que no le genere más tensión.
- Una buena estrategia es que los progenitores disminuyan la velocidad de su habla. A pesar de que esto es difícil, es muy efectivo, pues si hablan despacio al niño, este no tendrá tanta necesidad de hacerlo rápido y podrá rebajar su nivel de ansiedad y establecer una comunicación más fluida.
- Tener tiempo para hablar con él cada día, resolverle las dudas que tenga sobre su trastorno y ser lo más sincero posible. Es fundamental que el pequeño pueda explicar cómo se siente en relación con la disfemia y pueda expresar sus frustraciones y miedos.
- Dar más importancia a lo qué dice el niño (contenido) que al cómo lo dice.
- Es bueno que un profesional trabaje la aceptación, por parte del afectado, de su manera de hablar, lo ayude a desarrollar su autoestima y autoimagen, le aporte estrategias para hacer frente a la ansiedad y lo dote de herramientas que le permitan mejorar su comunicación.