La edad no es óbice para sufrir una depresión. La pueden padecer los niños, pero su frecuencia aumenta en la adolescencia. Se estima que el 5% de los adolescentes desarrollan esta enfermedad mental, más frecuente entre las chicas. Los detonantes pueden ser los antecedentes familiares, pero también la desestructuración del hogar familiar, las vivencias ocasionadas por un divorcio, una enfermedad física o mental grave de uno de los progenitores o los problemas económicos y la pérdida del empleo, entre otros. El actual escenario de crisis supone, por lo tanto, un riesgo para esa difícil etapa etaria, la adolescencia. La buena educación y el cuidado que los adolescentes reciban de sus progenitores pueden ser las claves para evitar la depresión. Cuando no es posible, hay señales de alerta para detectarla. Así lo explica en esta entrevista el pediatra Jesús García Pérez, de la Universidad de Pediatría Social del Hospital Niño Jesús, de Madrid, y miembro de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (SEPEAP), que recientemente ha celebrado su XXV Congreso Nacional.
Oscila entre el 0,5% y el 2%, entre los escolares y preescolares. En los adolescentes, se sitúa entre un 3% y un 12%, y la media es de un 5%. Un dato destacable es que, si bien al inicio de la adolescencia el riesgo relativo de depresión es de 1 a 1 de varón a mujer, al finalizar esta etapa pasa a ser de 1 a 3.
Exacto.
Entre adultos, por supuesto.
“Trastornos genéticos, desestructuración familiar o enfermedad grave de los padres son algunas causas de depresión”
Las causas pueden ser muchas. A veces es un trastorno genético (con antecedentes familiares), pero también puede haber problemas de desestructuración familiar con cargas importantes de los acontecimientos vitales, que pueden resultar estresantes para los niños. Una separación o divorcio, que los padres sufran una enfermedad grave física o mental o alcoholismo, así como un déficit en la red escolar y los cambios en un plano económico o la pérdida de trabajo paterno. Todos estos factores pueden conducir a la depresión. Hay que tener en cuenta que es una dolencia crónica, por lo que es importante reconocerla y diagnosticarla para que los afectados puedan recibir ayuda.
No, no siempre es así.
Los más frecuentes son: dolor de cabeza o barriga, náuseas y vómitos, palpitaciones, sensación de frío y calor, temblores y, sobre todo, intranquilidad, miedos, angustia y dificultad de atención, concentración y memoria, lentitud de pensamiento y, en especial, la alteración del llanto, el enfado y la irritabilidad.
“Los niños y adolescentes con depresión tienen conductas de aislamiento y una falta de sociabilidad importante”
En un momento en que el grupo de amigos es muy importante, los niños y adolescentes se aíslan o pierden sus amistades, tienen conductas de aislamiento y una falta de sociabilidad importante. Sobre todo, cuando hay separación de los progenitores o divorcio, que conlleva discusiones frecuentes y graves, esta situación afecta mucho a los descendientes. También les inquietan enormemente los problemas de alcoholismo. Todas estas circunstancias pueden aumentar los síntomas de la depresión, los trastornos de ansiedad, la fobia escolar y social, la somatización, aunque no repercuten por igual en todos. Hay determinados factores de protección, como el temperamento y las habilidades de resolución de problemas que tiene cada uno.
El pediatra es quien detecta la enfermedad y quien derivará a otros profesionales para que intervengan.
“La depresión se cura, pero hay que estar siempre alerta, ya que se puede recaer si no se recibe suficiente apoyo familiar o social”
Por norma general, la intervención se hace a partir de un equipo multidisciplinar en el que hay psiquiatras pediátricos, psicólogos, trabajadores y educadores sociales. Los medicamentos se usan muy poco y el enfoque es psicológico.
No hay un tiempo determinado, oscila entre seis meses y un año, en función de cada afectado.
Se curan, pero hay que estar siempre alerta. Se puede recaer si nadie colabora, si el adolescente no recibe apoyo familiar o social. El pediatra de atención primaria controla al afectado, se encarga de sus intervenciones, es la figura que clasifica las necesidades del paciente.
El entorno familiar y la educación que reciben los niños y adolescentes son claves para la formación de su personalidad y también pueden ayudar a prevenir el desarrollo de enfermedades, como la depresión, o a facilitarles recursos internos para sobrellevarlas. Pero ¿cómo debe ser el trato que los progenitores dispensan a sus hijos? Jesús García es muy claro al respecto. Los padres deben estar siempre alerta, prestarles un apoyo incondicional y tener un tiempo cuantitativo de dedicación a ellos. No pueden delegar la educación a ciegas, sino que deben responsabilizarse y preocuparse de su formación en general y marcarles normas y límites.
El niño y el adolescente deben contar con una base educacional importante, ya que es fundamental para que se desarrollen desde el punto de vista biopsicosocial. Además, los progenitores deben respetar “el decálogo del buen trato al niño”. Según detalla este profesional, comprende las siguientes consignas: aceptar de manera incondicional a los hijos, proporcionarles amor y afecto, establecer límites razonables, respetar su derecho al juego y a tener relaciones de amistad, respetar y fomentar su autonomía, protegerles de todos los riesgos reales e imaginarios, aceptar su sexualidad y ofrecer una imagen positiva de ella, tener comunicación y empatía con ellos, participación y, sobre todo, dedicarles tiempo y atención.