Las mascotas pueden convertirse en el mejor aliado de padres y educadores para la socialización de niños y adolescentes. Si al gran interés por los animales de compañía se une un cuidado adecuado, estos pueden ser una fuente indiscutible de salud psíquica y social para los más pequeños. Algunos psicólogos y psiquiatras infantiles ya usan animales en la atención a niños con diagnósticos de hiperactividad o accesos de ira.
Más que un compañero de juego
Es una reacción recíproca: los niños gustan a las mascotas, en general, y las mascotas -sobre todo los perros- a los niños. En el libro “Los niños necesitan animales de compañía”, de Plataforma actual y la Fundación Affinity, Dieter Krowatschek, psicólogo infantil y escolar que trabaja en Marburgo (Alemania), explica que su interés por las mascotas se debe a diversas razones: son más curiosos que los adultos y menos precavidos al interactuar con otras especies; aprecian el hecho de que la mayoría se comporte de forma infantil, lo que les confiere una gran ventaja como compañeras de juego; y, entre todas ellas, se sienten atraídos en especial por los cachorros.
Todo esto explica que en España haya 22 millones de mascotas que conviven con los niños. Gracias a esta convivencia, los pequeños de la casa que se implican en su cuidado se hacen más responsables y adquieren una mayor competencia social. Además, según destaca Krowastschek, en la sociedad coetánea los animales de compañía pueden convertirse en grandes y afectuosos amigos, tanto para los niños como para los adolescentes incomprendidos, puesto que ayudan a suplir la ausencia de los padres que soportan largas jornadas laborales.
Los canes contribuyen de forma notable a la socialización de los niños con y sin discapacidad
También ayudan a contrarrestar la perniciosa influencia de tantas horas de actividades en solitario, que favorecen la afición por los videojuegos o el ordenador, las películas de vídeo o la lectura de tebeos. Los niños y adolescentes que conviven con un animal de compañía se relacionan con él de una forma lúdica y tienen una oportunidad única de interactuar, jugar y conectar con otro ser vivo, así como de educarlo.
En el imaginario infantil, los niños se relacionan con distintos animales y adoptan roles o papeles diferentes: gracias a su desbordante capacidad de invención se ponen en la piel de cualquier especie, incluso, de dinosaurios extinguidos. En general, los osos de trapo y los peluches les fascinan por su gran parecido con las mascotas reales, por lo que es muy fácil que se identifiquen con ellos.
Perros y psicólogo infantil, un buen tándem
Los osos de peluche se utilizan en las consultas de psicología infantil para realizar ejercicios de proyección de la imagen de los niños. Se les explica que “ese osito regordete saca malas notas en la escuela, tiene problemas en el colegio o en casa”. De esta forma, los pequeños se identifican con el muñeco de trapo, comprenden y detectan que esos son los problemas que ellos tienen. Otro paso que se ha dado en las consultas de los psicólogos infantiles para sacar provecho a este entendimiento natural entre niños y mascotas ha sido la incorporación de éstas a la sesión terapéutica.
El propio Krowatschek colabora con su perra border collie Fly en sus sesiones con niños hiperactivos o con otros problemas de conducta. Al estar presente, el psicólogo les interroga de manera más sencilla con preguntas indirectas del estilo “a Fly le gustaría saber… “. Así consigue que los niños respondan a cuestiones que de otro modo se callarían. El animal se convierte en un intermediario entre el niño y el psicólogo.
El psiquiatra y psicólogo infantil Boris Levinson, de Brooklyn (EE.UU.), fue quien descubrió la utilidad de los animales como ayuda terapéutica. A principios del siglo XX, observó que la presencia de su perro Jingles ayudaba a los niños autistas a abrirse. Más tarde, se ha confirmado su ayuda en la atención a menores con otros diagnósticos. La presencia de Fly en la consulta de Krowatschek tranquiliza a los niños hiperactivos y con accesos de ira. También se ha visto que los canes contribuyen de forma notable a la socialización de los niños con discapacidad. Cuando se les proporciona un perro para que les acompañe, son más aceptados y los otros niños se relacionan mejor con ellos.
Elegir una mascota
¿Son todas las mascotas igual de buenas compañeras? Según Krowatschek, el mejor amigo del niño es el perro, puesto que su capacidad de interacción supera con creces a la de otros animales de compañía y porque exige más cuidados y educación, tareas en las que se puede implicar a los menores. Pero, entre los perros, ¿cuál es el más indicado? Este psicólogo denuncia que películas famosas de la filmografía infantil en las que aparecen canes han contribuido a generar una gran confusión sobre las especies que mejor se adaptan a la convivencia en familia.
Los husky, una de las razas frecuentes en filmes, están acostumbrados a tirar de trineos, por lo que quizá no sean los perros más adecuados para llevar con una correa; tampoco los de pelea o con instinto cazador. Krowatschek sugiere adoptar perros disciplinados, como el labrador, el cocker spaniel, los caniches o los canes que cuidan del ganado, ya que tienden a proteger.
La decisión más adecuada antes de adquirir una mascota es consultar con un veterinario
Los veterinarios Pedro Carracedo y Beatriz Morén, de Barcelona, afirman que no se puede recomendar una raza u otra, sino que cualquiera de tamaño pequeño o medio es apropiada para un niño, siempre que esté bien educado. La clave para que haya un buen entendimiento entre ambos es la educación y la socialización de los animales.
Consejos útiles
Estos veterinarios aconsejan seleccionar, de una camada de cachorros, a un individuo que no sea dominante ni miedoso. Después hay que asegurarse de que desarrolle una etapa correcta de socialización con otros animales, niños y personas adultas. Esto se consigue si se pasea con el cachorro por la calle a partir de los dos meses, en brazos hasta que reciba las vacunas pertinentes, y se le permite entrar en contacto con otros animales, personas y, sobre todo, niños.
También es aconsejable, tanto en el caso de los perros como en el de los gatos, que el cachorro haya estado el máximo tiempo posible con la madre, ya que ésta actúa de intermediaria entre los conflictos con otras crías y educa. Se ha comprobado que, cuando un gato es amamantado con biberón, al jugar controla menos los mordiscos y los arañazos que un gato alimentado por su madre, quien le enseña a arañar sólo en ciertas ocasiones.
Aunque el perro sea considerado la mascota óptima para el niño, la convivencia con un felino también es interesante durante la infancia, ya que el pequeño puede encargarse de vigilar que no le falte, sobre todo, comida ni bebida. El abanico de opciones cuando se desea adquirir una mascota es muy amplio: desde el gato, al conejillo de indias, los hámsters, ratones, conejos, pájaros, peces o ponis, entre otros.
Estos animales, en la mayoría de los casos, requieren menos atención que los perros, pero también es posible que interactúen menos con los niños. Antes de adquirir una de estas mascotas es conveniente consultar con un veterinario. Se desaconsejan, no obstante, los animales exóticos, puesto que se rigen por normas de protección muy rigurosas y su comportamiento es imprevisible.
Una mascota no es un juguete
Una premisa crucial para que la convivencia con un animal en la familia sea óptima es recordar siempre que una mascota no es un juguete, sino un ser vivo que merece respeto, cuidados y atención. Los bebés y los niños muy pequeños pueden no interpretarlo así y manipular a los animales como si fueran un muñeco e, incluso, dañarles. No están capacitados para entender la responsabilidad que entraña, por lo que deberán ser los padres quienes asuman el cuidado de la mascota.
“Hay que inculcar al niño que el perro no es un juguete, no es un camión que se pueda desmontar o una Play Station. Es un miembro más de la familia que se merece respeto: hay que sacarlo a pasear, necesita comer, beber, hacer sus necesidades y un trato normal”, declara Carracedo. Los perros crecen, no son siempre cachorros, Hay que tener en cuenta estas premisas para disminuir las tasas de abandono de perros adultos. Quien adquiere un animal debe responsabilizarse de sus cuidados.
El 60% de las veces que un perro propina un mordisco a un niño, el motivo es imputable al pequeño. Antes de los seis años, los menores tratan con demasiada brusquedad a las mascotas, según Krowatschek. Superada esa edad, a medida que el niño crece, mejora el trato y su carácter se vuelve más responsable.
Normas para una convivencia feliz
Hay que trasmitir al niño que una mascota no es un juguete y enseñarle a coger en brazos y a manipular al perro con cuidado
¿Cuáles son las normas por las que debería regirse la convivencia entre un animal y un niño? La primera y principal es, sin duda, educar al perro de manera que comprenda que, en la jerarquía familiar, el niño se encuentra siempre por encima. Otra norma básica es no humanizar al perro. El niño debe aprender a interpretar su lenguaje corporal, sus necesidades, a darle órdenes coherentes y a castigar con inmediatez, cuando haya cometido algún error, para que el perro lo entienda. También debe premiar con golosinas caninas si quiere adiestrar y enseñar al perro, entre otras cosas, a dar la pata o a sentarse.
Cuando los niños son muy pequeños, los padres deben asumir que el animal es responsabilidad suya. Deben hacerse cargo de él y no dejar al pequeño a solas con el perro. Han de transmitirle, con insistencia, que no es un juguete, y enseñarle a coger en brazos y a manipular al perro con cuidado, a medida que crezca.
Es también fundamental que el niño no se acerque al can mientras come o cuando lleva algo en la boca. Tampoco puede abalanzarse sobre el animal y ha de ser cuidadoso durante el juego. La familia debe mantener una actitud vigilante por si el perro atacara al pequeño. Hay que advertir al niño de que mantenga alejada la cara del hocico y que no empuje ni tire de la cola.
Otras acciones que, en general, deben evitar los niños en su trato con el perro u otros animales es: gritarles cuando no obedezcan alguna indicación; perseguir y arrinconar, ya que la mayoría se sienten atacados si se les acorrala; tirar con fuerza de la correa hacia un lado porque sienten pánico al quedarse sin aire y obedecen peor; pegar con un objeto (un zapato o un periódico enrollado), ya que tienen memoria; esperar demasiado tiempo para castigar, puesto que olvidan pronto sus fechorías y sólo entienden qué han hecho mal si se les reprende de inmediato; o aplicar castigos que no entienden o pueden causar enfermedad, como encerrarles, dejarles sin comida y sin agua.
Se debe educar al perro con refuerzo positivo, amonestarle de inmediato cuando su conducta no sea la apropiada y darle órdenes consecuentes. Si se cumplen todas estas normas básicas, la convivencia de un niño con un perro puede ser una gran fuente de bienestar, que eleva su autoestima, les motiva y les ayuda para su socialización.