Este pediatra es especialista en neurología y psiquiatría, además de profesor de Psicología en la Universidad Abat Oliba-CEU de Barcelona. Colaborador en publicaciones de divulgación médica y autor de una veintena de libros que exploran la naturaleza infantil y las relaciones familiares, acaba de presentar “Nunca quieto, siempre distraído”, un libro que ha escrito a propósito del trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y su relación con los ácidos grasos omega-3.
Que no cunda el pánico. Se trata de un trastorno que se ha hecho más común en la medida en que se ha definido mejor y que son más los pediatras que lo diagnostican; pero no es un trastorno nuevo ni reviste gravedad.
Eufemismos aparte, fui un niño con TDAH, al igual que el profesor Luis Rojas Marcos de la Universidad de Nueva York. Puede que aquella hiperactividad haya evolucionado en ambos casos hacia una inquietud no sólo científica o asistencial, sino también literaria.
Ahora se reconoce y se trata de manera eficaz. Antes, éramos niños “pesados” que, en algunas escuelas, se nos ataba a las sillas para impedir que nos moviéramos. Para consuelo de los padres actuales puedo asegurar que el trastorno no deja secuelas en la edad adulta y que puede tratarse muy bien. En “Nunca quieto, siempre distraído” se explica qué debe hacerse con estos niños, tanto desde el núcleo familiar como en las escuelas y consultas pediátricas.
“Los niños de dos años que ven más de tres horas de televisión al día tienen entre un 30% y un 40% más riesgo de sufrir TDAH”
Se trata, posiblemente, de una disfunción neurotransmisora causada por un desequilibrio de dos neurotransmisores: la dopamina y la noradrenalina, que podrían desempeñar un papel importante en la capacidad para concentrarse y prestar atención a las tareas.
Se calcula que el 5% de la población pediátrica española de 6 a17 años se ve afectada por este trastorno.
A las personas con TDAH les suele resultar difícil concentrarse; se distraen fácilmente, les cuesta permanecer quietas y con frecuencia son incapaces de controlar su comportamiento impulsivo.
Puesto que casi cualquier persona puede mostrar síntomas de este tipo, es importante la intervención de un psiquiatra infantil. Instrumentos clínicos de clasificación, como el DSM-IV-TR o el ICD-10, especifican qué conductas deben aparecer a una edad tan temprana como antes de los siete años y continuar durante al menos seis meses. En los niños con TDAH estas conductas deben ser más frecuentes o graves que en otros niños de la misma edad y, en adultos, la hiperactividad puede manifestarse en forma de nerviosismo o desasosiego interno.
He dicho fácil de tratar, puesto que el TDAH no tiene curación. Los tratamientos que se han mostrado más eficaces son los planteamientos educativos, terapias psicológicas o conductuales, medicación y una combinación de todo lo anterior. Últimamente está muy en boga la posibilidad de combatir el trastorno a partir de la dieta y con el aporte de ácidos grasos omega-3. Diversos estudios han evidenciado un beneficio importante de este nutriente en niños con TDAH.
Es muy importante que tanto familiares como educadores entiendan que el niño con TDAH no se comporta así porque sí. Si se muestra tan distraído, movido o impulsivo no es con ánimos de fastidiar a nadie, sino porque no pueden evitarlo… Los tratamientos persiguen que el niño se sienta mejor, no que moleste menos.
Mediante un tratamiento ajustado y un soporte psicológico adecuado, el niño tiene grandes posibilidades de ser un triunfador en la edad adulta. Albert Einstein, Leonardo da Vinci y Salvador Dalí fueron niños con TDAH e, incluso, el empresario multimillonario Bill Gates también puede alardear de semejante trastorno en su infancia.
Ojo con ver demasiado la tele. Está demostrado que los niños de dos años que ven entre tres y cuatro horas de televisión al día tienen entre un 30% y un 40% más riesgo de sufrir TDAH. Diversos estudios relacionan la cantidad de horas que pasan los niños frente al televisor con la falta de atención que exhiben en su conducta.
Los ácidos grasos omega-3 ejercen un beneficio de sobras conocido sobre la salud cardiovascular. Además, constituyen parte del entramado graso de la composición cerebral. Un 60% del peso del cerebro humano se debe sólo a la grasa. Una grasa que resulta tan esencial para el cerebro como el calcio lo es para los huesos. Resulta, además, que la mitad de esa grasa cerebral tiene forma de DHA, componente principal de los ácidos grasos omega-3.
Paulino Castells subraya en su libro que los omega-3 no pueden curar el TDAH, “pero optimizan al máximo las cualidades mentales que tenga una persona trastornada”.
Investigadores de la Universidad de Purdue (Indiana, EE.UU.) han demostrado incluso que los afectados que tienen hiperactividad muestran niveles más bajos de ácidos grasos esenciales que los niños sin el trastorno. Estos científicos llevaron a cabo un experimento con una población de 53 niños de entre 6 y 12 años que padecían TDAH y otros 43 niños sin el trastorno, en un grupo control.
Los análisis demostraron que los niños con TDAH tenían niveles significativamente más bajos de ácido araquidónico, EPA y DHA en su sangre. Los niños hiperactivos, además, mostraban síntomas asociados con bajos niveles o déficit de ácidos grasos: sed, orina frecuente, piel y pelo muy secos, riesgo asmático e infecciones del oído.