Si bien años atrás se consideraba que las nefropatías dependían sólo del órgano afectado, el riñón, hoy los especialistas aceptan sin reticencias la relación entre enfermedad renal crónica (ERC) y enfermedad cardiovascular (ECV). Mientras que la hipertensión arterial y la aterosclerosis son causas cada vez más frecuentes de daño renal, el consecuente deterioro crónico de su función desarrolla lesiones en el corazón. El resultado final es que una enfermedad conlleva la otra. Estas cuestiones han sido tratadas con profundidad en el reciente Congreso de la Sociedad Española de Nefrología.
La Enfermedad Renal Crónica (ERC) es uno de los principales problemas de salud pública del siglo XXI. Es importante por su prevalencia, que en algunos casos supera el 40% en personas mayores de 60 años, y por su morbimortalidad cardiovascular. En 2005 más de 40.000 de personas en España se encontraban en situación de tratamiento renal sustitutivo, el estadio final al que llegan algunos pacientes con ERC, y cuyo tratamiento se basa en diálisis o trasplante renal. Se prevé que esta cifra se duplique en los próximos diez años debido al envejecimiento progresivo de la población.
En la actualidad, sin embargo, son pocas las personas que llegan a este estadio, ya que la mayoría fallece por causas cardiovasculares antes de entrar en programas de diálisis o recibir un trasplante. En este sentido, un estudio estadounidense de cinco años de seguimiento muestra el análisis de casi 28.000 pacientes, de los cuales menos de la mitad necesitaron diálisis ya que muchos fallecieron antes de iniciar este tratamiento.
Lazos de sangre
La relación entre nefropatía y enfermedad cardiovascular parece clara. Aunque desde muchos años se ha creído que la enfermedad renal era un problema que afectaba sólo al riñón, diversos estudios han mostrado que existe una verdadera conexión con el corazón: la enfermedad de un órgano puede suponer la enfermedad del otro órgano. Poco importa donde empiece el mal, porque en general se verán afectados los dos.
La insuficiencia renal leve es un factor de riesgo para la enfermedad cardiovascular tan importante como la diabetes
En el caso de que la enfermedad se inicie en el riñón, el enfermo renal tendrá en un 95% de los casos hipertensión arterial (HTA) y en un 85% afectación cardiovascular (de hecho, el riñón está implicado en el origen de la hipertensión y es fundamental en su perpetuación). Si, por el contrario, la enfermedad que se diagnostica es una insuficiencia cardiaca congestiva, que se produce cuando el corazón no puede bombear suficiente sangre rica en oxígeno a los tejidos del organismo, lo más probable es que no llegue suficiente sangre al riñón. Éste, en consecuencia, no podrá llevar a cabo normalmente su función de filtrado.
Insuficiencia renal, riesgo cardiovascular
Todas estas cuestiones han sido tratadas recientemente en el XXXVIII Congreso Nacional de la Sociedad Española de Nefrología (SEN). José María Portoles, jefe del Servicio de Nefrología de la Fundación Hospital Alcorcón, de Madrid, afirma que la relación entre estas dos enfermedades debería obligar al paciente cardiópata a controlar su posible enfermedad renal «al igual que controla factores como la HTA, el colesterol o la diabetes«.
La enfermedad renal se ve, entonces, como un factor de riesgo cardiovascular tan importante como los otros. Añade que, en este sentido, «el papel del médico de Atención Primaria, con el seguimiento diario, es muy importante para detectar el fallo renal, y todo esto repercutirá en el tratamiento específico de fármacos del paciente». No se trata de que el paciente vaya de un médico a otro, sino de establecer rutinas de contacto entre especialistas nefrólogos, cardiólogos y endocrinos para manejar el problema de forma integral.
En 2006, la propia SEN ya había tratado esta cuestión en una publicación especial titulada «Guía de la Sociedad Española de Nefrología sobre riñón y enfermedad cardiovascular». Rafael Marín, jefe clínico de Nefrología del Hospital Central de Asturias y coordinador de la publicación, confirmaba que las dos nefropatías más comunes, la vascular y la diabética, «constituyen un factor de riesgo vascular de primer orden», e incluso un ligero descenso de la función renal se asocia con una mayor tasa de enfermedades y fallecimientos en la población afectada. También aseguraba que la relación es tan evidente que es posible afirmar que «la insuficiencia renal leve es un factor de riesgo para la enfermedad cardiovascular tan importante como la diabetes».
Tratamiento paralelo
El riñón es origen y receptor de hipertensión. Además de estar implicado en su génesis y evolución, éste se ve afectado por la enfermedad y se considera uno de los órganos diana. Tanto que, desde estadios muy iniciales, la insuficiencia renal se ha relacionado con un importante riesgo cardiovascular que puede provocar la muerte a la gran mayoría de estos pacientes. Es por ello que el tratamiento de los pacientes con ERC debería, según Marín, cumplir un doble objetivo.
Por un lado, prevenir o retrasar la progresión de la insuficiencia renal. Por otro lado, algo que cuantitativamente y por las muertes que puede acarrear resulta aún más importante, minimizar la morbimortalidad precoz asociada a la patología vascular. Como los factores de riesgo para sufrir las dos enfermedades son los mismos, el tratamiento debe basarse en un estricto control de estos: cuidar los niveles de HTA, el sobrepeso, el colesterol y la diabetes, así como establecer normas de vida sana.
También las medidas protectoras habituales para el corazón (agentes antihipertensivos, bloqueantes del sistema renina-angiotensina, betabloqueantes, estatinas o antiagregantes plaquetarios) funcionarían para el tratamiento renal. Según Marín, esta actitud rompería con la tradicional reticencia de muchos especialistas al uso de fármacos para ERC en estados avanzados.
Algunos de los factores que pueden provocar ERC son diabetes, hipertensión, enfermedades renales hereditarias, enfermedades propias del tejido renal o la obstrucción crónica de la vejiga. También algunos medicamentos pueden provocar efectos adversos a este órgano. Sea cual sea la causa que la provoque, la ERC es un problema social creciente. La concienciación de un estilo de vida saludable y de la prevención de los factores de riesgo no debe pasar desapercibida.
Es algo que se destacó también en el Congreso de la Sociedad Española de Nefrología, donde se dirigió un mensaje claro a la sociedad: el paciente debe implicarse mucho más en su enfermedad y en saber lo que tiene, definir exactamente qué le puede ir bien o mal, proteger su función renal y cumplir las recomendaciones dietéticas y de tratamiento. Lo más controlable para el enfermo son las medidas higiénico-dietéticas, que principalmente consiguen reducir la presión arterial, uno de los principales factores de riesgo de ERC.
El abandono del tabaco, el consumo moderado de alcohol, la restricción de la sal en la dieta, el ejercicio físico moderado y la pérdida de peso son las principales medidas. Una dieta saludable es otro de los elementos importantes. Se recomienda un consumo abundante de cereales, legumbres, frutas, frutos secos, verduras y hortalizas, así como menores cantidades de pescado, aves, huevos y derivados lácteos. La carne (proteínas) es el alimento menos recomendado.