Los primeros menús espaciales, iniciados en la década de los años sesenta, nada tienen que ver con la alimentación de la que disponen ahora los astronautas. Pero a pesar de que la carta de menús es ya más amplia, variada y de calidad, el gran reto es desarrollar alimentos similares a los que se consumen en la Tierra y que estos se conserven durante largos periodos de tiempo. De los avances conseguidos pueden derivar nuevas aplicaciones en la Tierra.
Imagen: NASA
Actualmente, y pese a las condiciones de ingravidez a las que deben hacer frente los astronautas, estos ya pueden comer de envases abiertos que se encuentran en bandejas, formadas por una hoja de aluminio con imanes o velcros que sujetan los alimentos. La dieta ya es sólida, e incluye alimentos deshidratados o bien termoestabilizados, es decir, como si estuvieran enlatadas pero en bolsas flexibles, o bien irradiados, un proceso que evita la proliferación de bacterias. Para comer el astronauta debe inyectar agua caliente al alimento y mantener el envase entre las manos mientras el agua se incorpora al alimento. Los líquidos se mantienen, por higiene y seguridad, en envases de plástico cerrados al vacío con pajitas que facilitan su consumo.
A pesar de los avances hechos en el campo de la comida espacial, mucho más amplia y con mejor sabor que los primeros alimentos orbitales, uno de los retos actuales es facilitar, especialmente en misiones largas, alimentos frescos. Y es que hasta ahora lo que ha primado en la alimentación de los astronautas ha sido la seguridad, higiene y calidad de los alimentos, dejando de lado los aspectos más organolépticos. Los países que hasta el momento desarrollan alimentos para este fin son EE.UU. y Rusia.
Mejorar el sabor y la conservación
Uno de los campos en los que se está trabajando es en la producción de nuevos compuestos lácteosLa información existente hasta ahora sobre la comida de los astronautas indica que uno de los principales factores a mejorar es el del sabor, lo que convierte los condimentos en una parte importante del sistema alimentario orbital. Salsa de tomate, mostaza o mayonesa se incluyen en bolsas individuales, y otros como la sal se incluyen en forma líquida en bolsas de polietileno. Actualmente, la Estación Espacial Internacional (ISS), situada a 350 kilómetros de la tierra, acoge expediciones de astronautas de EE.UU., Rusia, Canadá, Japón y de la Agencia Espacial Europea (ESA) que suelen durar unos 180 días.
En los últimos años se han desarrollado unos 60 alimentos nuevos por científicos en seguridad alimentaria destinados a la ISS. Para principios de 2008 está previsto que esta estación incluya ya un menú estandardizado para todos los astronautas. Así, los alimentos se organizan en distintos envases por categorías, como líquidos o primeros platos. Este sistema, aseguran los expertos de la ISS, garantiza un ciclo de menús útil para 16 días. La vida útil de estos alimentos debe ser, motivada por la duración de las misiones, de unos 18 meses. Los trabajos hechos en este ámbito deben garantizar no sólo la cantidad necesaria de nutrientes sino que esta aportación se hace de forma segura, puesto que las consecuencias de un caso de toxiinfección en condiciones astronáuticas difieren de las que se tendrían en condiciones de gravedad.
Sistema alimentario espacial
Partiendo de la seguridad, los trabajos para crear un sistema de alimentación destinado a astronautas parte de intentar alargar la vida útil de los alimentos sin perder de vista valores como el aspecto, la textura y el olor. A los métodos actuales de conservación se están considerando otras tecnologías como la alta presión y la esterilización por microondas. A mediados de 2005, la Agencia Europea del Espacio se fijaba como meta producir fuera de la Tierra un 40% de los alimentos que pueden necesitar los astronautas en misión en el espacio. Algunos de estos alimentos podrían ser arroz, cebollas, tomates, soja, patatas o lechuga. La iniciativa contó en su momento con el apoyo de dos empresas francesas responsables de alguno de los menús, uno de ellos formado por confitura de tomates verdes.La idea, además de ofrecer con sólo nueve alimentos una extensa variedad de menús, es la de alargar las estancias y generar, a través de las plantas, el oxígeno necesario para vivir. El Food Technology Commercial Space Center (FTCSC) de la NASA, que centra sus esfuerzos en desarrollar alimentos y tecnologías de procesamiento para misiones espaciales, fija un tiempo de conservación mínimo de un año para la ISS y de hasta cinco años para las estaciones planetarias, partiendo también de la producción de cultivos espaciales. En esencia, de lo que se trata, según el Centro, es de desarrollar envases que requieran poca cantidad de energía, una cantidad mínima de agua para su limpieza y que sean fáciles de utilizar, y que generen una cantidad pequeña de olores. Algunos de los retos más inmediatos es investigar en el desarrollo de equipos como refrigeradores, congeladores, hornos y microondas y prevenir el desarrollo de patógenos.
Imagen: NASA
La dieta de los astronautas ha evolucionado mucho desde las primeras misiones espaciales. Si bien los primeros vuelos estadounidenses al espacio no incluían alimentos, en 1961 el astronauta estadounidense John Glenn comía por primera en el espacio. Entonces, el consumo se hacía mediante un tubo similar a los de las pastas de dientes, y la comida solía ser insípida, incluso desagradable. Para asegurar la máxima seguridad de los alimentos, los procesos que se seguían eran similares a los que establece el sistema de puntos críticos y análisis del programa (APPCC), en uso mundial en el sector alimentario.
Más tarde, y dentro del programa Apolo (1968-1972), y aunque el sistema de alimentación era similar al descrito, se empezó a incrementar la variedad de los alimentos disponibles y la calidad con la introducción de bolsas y latas y de utensilios. Pese a los avances, los astronautas no pudieron recibir una adecuada proporción de nutrientes. En 1973 se introdujo el sistema Skylab, uno de los que ofrecía más variedad de alimentos, con un total de 72 productos distintos y la posibilidad de sentarse para comer.
Los avances conseguidos en alimentación espacial, al contrario de lo que se tiende a pensar, no se quedan restringidos a los ámbitos meramente especulativos. Muchas técnicas, como la irradiación, la deshidratación o mejoras en producción, han hecho un viaje de ida y vuelta, de modo que el espacio se ha convertido en un laboratorio experimental. Tanto que, recientemente, Barcelona acogió un concurso para seleccionar «menús de diseño» elaborados por chefs internacionales. A las condiciones de seguridad y durabilidad se le añadieron técnicas culinarias.