¿Qué ha pasado con el aspartamo?
La semana pasada la agencia de noticias Reuters adelantó que el próximo 14 de julio el aspartamo podría ser clasificado como «posible carcinógeno» por la Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC). La IARC es un órgano de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que se encarga de evaluar el potencial efecto cancerígeno de diferentes agentes y sustancias, clasificándolas en distintos grupos que detallaremos más adelante.
El revuelo fue tremendo, claro. Algunas personas se han mantenido escépticas por el momento, a la espera de conocer los detalles. Pero para otras personas, esto viene a ser la confirmación de las sospechas que tenían sobre la seguridad de este edulcorante, que se mantiene en el punto de mira desde que salió al mercado, hace ya varias décadas. En concreto, su uso se autorizó en varios países europeos durante la década de 1980 y, con posterioridad, en 1994, la legislación europea armonizó su utilización en alimentos para todos los países miembros.
👀 Habrá más información
En la nota de Reuters se informó además de que el JECFA, que es el Comité Mixto FAO/OMS de Expertos en Aditivos Alimentarios, también había evaluado de nuevo la seguridad del aspartamo y sus conclusiones se harían públicas en torno a esas mismas fechas, previsiblemente el 14 de julio.
Como podemos imaginar, buena parte de las empresas alimentarias que utilizan habitualmente este edulcorante, como las de refrescos, se han echado a temblar, sobre todo por las repercusiones que estos anuncios pueden tener sobre las ventas. Y no son los únicos. También muchos profesionales temen el impacto de ese anuncio sobre la opinión pública por la mala interpretación que se pueda hacer de él.
Para minimizar la confusión, los anuncios de ambos organismos (IARC y JECFA) coincidirán ese mismo día. Ante el temor de que las conclusiones puedan llegar a resultar contradictorias, un portavoz de la IARC ha anunciado que son «complementarias» y que la conclusión de la IARC representa «el primer paso fundamental para comprender la carcinogenicidad».
¿Qué significa todo esto?
El revuelo causado recuerda al que se produjo en el año 2015, cuando la OMS anunció la inclusión de la carne procesada como «cancerígena» (beicon, salchichas y demás), y la carne procesada como probablemente “cancerígena”. Aquella noticia cayó como una bomba, causando sorpresa y preocupación en gran parte de la opinión pública.
Pero, como en este caso, tampoco parecía lo que a priori se podía deducir de ella. Y es que el problema de este tipo de anuncios y de la clasificación del IARC es que se puede malinterpretar con mucha facilidad, si no se cuenta con conocimientos específicos sobre el tema, que lógicamente es lo que ocurre en gran parte de la población.
Por eso es necesario afinar bien el mensaje para transmitirlo de modo correcto, porque, de lo contrario, puede causar miedo y preocupación sin necesidad.
🔹 Clasificación de sustancias cancerígenas
La IARC clasifica los agentes o sustancias en cinco grupos según su relación con el desarrollo de cáncer (los que se citan a continuación son solo unos ejemplos):
- Grupo 1. Carcinógeno: en este grupo se encuentran, por ejemplo, el tabaco, la exposición al sol, las bebidas alcohólicas y las carnes procesadas.
- Grupo 2A. Probablemente carcinógeno: esteroides, emisiones por fritura a alta temperatura, carne roja.
- Grupo 2B. Posiblemente carcinógeno: gases de soldadura, gasolina y emisiones de motor.
- Grupo 3. Carcinogenicidad no clasificable: polietileno, iluminación fluorescente.
- Grupo 4. Probablemente no carcinógeno: caprolactama, usado en la fabricación de fibras sintéticas.
🔹 Cómo se interpreta esa clasificación
Ahora bien, es fundamental tener en cuenta dos cuestiones importantes.
- 1. Esta clasificación de la IARC no es cualitativa. Es decir, no tiene en cuenta, por ejemplo, la cantidad de bebidas alcohólicas con la que es más probable desarrollar un cáncer.
- 2. Los grupos no clasifican a las sustancias en función de su peligrosidad, sino en base al grado de evidencia que existe acerca de su relación con el cáncer. Es decir, el beicon y el tabaco se encuentran en el mismo grupo porque se sabe con certeza que consumir estos productos aumenta el riesgo de cáncer, mientras que la carne roja está en el grupo 2A porque la certeza que existe en este caso es menor. Ahora bien, eso no significa que comer beicon sea tan peligroso como fumar. Obviamente, el riesgo de desarrollar cáncer con el tabaco es muchísimo mayor que el riesgo de desarrollar cáncer con el beicon.
Una vez que sabemos esto, podemos entender que clasificar el aspartamo como «posiblemente carcinógeno» (grupo 2B) no significa necesariamente que su consumo sea peligroso. Lo que significa es que el grado de evidencia que existe sobre esa relación se encuentra al mismo nivel que la que existe para los gases de soldadura y para el resto de los agentes que se engloban en ese grupo.
Así pues, esa clasificación aporta más bien poco a la opinión pública y despista más que otra cosa.
Por su parte, el JECFA sí evalúa cuantitativamente la seguridad de los aditivos. Es decir, en este caso es de esperar que el informe detalle el riesgo concreto que puede suponer este edulcorante para la salud, si es que es así, y las cantidades que se consideran seguras.
¿Por qué el aspartamo podría ser peligroso?
A estas alturas, casi todo el mundo conoce el aspartamo, aunque sea de oídas, porque es un aditivo (E 951) que se utiliza en muchos productos sin azúcares añadidos. Y también porque siempre ha estado rodeado de polémica. Se trata de un edulcorante sintético descubierto en 1965, que es unas 200 veces más dulce que el azúcar y que comparte ventajas con otros edulcorantes, como no aportar calorías ni ser cariogénico.
Eso de que sea sintético puede hacernos pensar que su composición tiene algo extraño, pero en realidad no es así. El aspartamo está compuesto por dos aminoácidos: ácido aspártico y fenilalanina, junto a un grupo metilo, así que cuando lo ingerimos, nuestro organismo rompe este compuesto en esos componentes.
👀 Componentes conocidos
Los tres componentes se encuentran de forma habitual en muchos alimentos. El ácido aspártico es un aminoácido no esencial, lo que significa que puede fabricar a partir de otros aminoácidos. Mientras que la fenilalanina es uno de los ocho aminoácidos esenciales, que nuestro organismo no puede sintetizar y tiene que obtener a partir de los alimentos.
Como señala la Agencia Catalana de Seguridad Alimentaria, «a nivel comparativo, un vaso de leche contiene seis veces más fenilalanina y trece veces más ácido aspártico que un vaso de refresco edulcorado».
El ácido aspártico no supone motivo de preocupación. Con la fenilalanina es diferente, porque si la consumimos en grandes dosis, podría suponer un riesgo para la salud, pero las evaluaciones toxicológicas han mostrado que en este sentido el aspartamo no supone motivo de preocupación.
Las miradas también se han centrado sobre el metanol y sobre uno de los compuestos que se forman a partir de él, formaldehído, dado que ambos son potencialmente tóxicos. Pero de nuevo las evaluaciones toxicológicas han mostrado que las dosis que pueden llegar a nuestro organismo a partir del consumo de aspartamo no son preocupantes. De hecho, el metanol está presente de forma natural en alimentos como la fruta madura. Para que nos hagamos una idea, según la Agencia Catalana de Seguridad Alimentaria, “un vaso de zumo de tomate produce hasta seis veces más metanol que un vaso de bebida refrescante con aspartamo”.
¿El aspartamo es seguro o no?
La mayor polémica en torno al aspartamo se produjo en el año 2006 a partir una investigación realizada por el Instituto Ramazzini, que relacionaba ese compuesto con el desarrollo de cáncer. Sin embargo, fue duramente criticado por diferentes organismos, entre ellos la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria), por tener graves fallos metodológicos.
El aspartamo es probablemente el aditivo alimentario y el edulcorante sobre el que más estudios de seguridad se han llevado a cabo. Organismos como la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense), la EFSA y el JECFA han concluido en repetidas ocasiones, a partir de diferentes estudios, que se trata de una sustancia segura en las dosis que consumimos a partir de la dieta.
Sin embargo, el avance en el conocimiento podría arrojar nuevas conclusiones y obligar a descartar o matizar las que ya se tenían. Podemos encontrar un ejemplo muy reciente. Hace tan solo unas semanas, la OMS publicó un informe, también polémico, en el que desaconsejaba el consumo de estas sustancias como medio para lograr una pérdida de peso a largo plazo. No es ninguna novedad. Los edulcorantes están cada vez más acorralados por las evidencias científicas que apuntan a ciertos inconvenientes sobre la salud, como los posibles efectos adversos sobre la microbiota intestinal.
Veremos a ver qué dicen los informes que la IARC y el JECFA publicarán a mediados de julio. Mientras tanto, debemos tener siempre presente que lo verdaderamente importante es el patrón de alimentación que seguimos, es decir, los alimentos que conforman nuestra dieta. El aspartamo no se encuentra en lechugas ni tomates, sino en refrescos y magdalenas.