Claudi Mans es catedrático de Ingeniería Química de la Universidad de Barcelona. Acaba de publicar Los secretos de las etiquetas (Ed. Mina), título que aborda el intrincado mundo del etiquetado comercial. Aunque aclara que lo ha escrito como una vía de enseñar ciencia, el libro también ayuda a entender qué hay detrás de las nomenclaturas y códigos, de la información de muchos de los productos que hay en los estantes del supermercado.
Lejos de mitos y leyendas urbanas -como aquella lista de aditivos y sus efectos perniciosos que circulaba hace años por los institutos y universidades, lista que, añade Claudi Mans, «era totalmente apócrifa y tendenciosa»- este químico defiende que «las etiquetas dicen la verdad» y que a las empresas no les interesa engañar al consumidor. «Si se ha puesto en el producto una sustancia, las empresas lo dicen por la cuenta que les trae». Otra cosa diferente es si es necesario poner siempre toda la información, ya que habría componentes que quizá no serían realmente relevantes para el consumidor, o las diferencias llamativas entre lo que dice la etiqueta y lo que dice la publicidad.
Quizá despistado, pero no engañado. Las etiquetas son una herramienta para que el consumidor sepa lo que el fabricante hace bajo la tutela de la administración. El fabricante diría lo menos posible, el consumidor pediría saber el máximo posible. Es función de la Administración saber qué es lo razonablemente adecuado en cada caso. Este «razonable» varía según las necesidades del país y del producto. Además, hay muchos tipos y consumidores. Está el que quiere saber la cantidad de producto, si hay cuatro canelones o treinta espárragos, o el que quiere saber si hay grasas o si el producto tiene gluten. Las palabras que hay que poner en las etiquetas son muy claras aunque a veces hay opciones. Como en el caso de los aditivos, que se pueden poner o bien con el código que empieza por la letra «E» o bien con el nombre del aditivo. Es una libertad que tiene el fabricante.
Creo que si el producto tiene referencias a producto natural prefieren poner el nombre, como lecitina o caramelo. Si el producto tiene una referencia más química prefiere poner el código «E». Por otro lado, las fórmulas químicas son muy largas y para evitar etiquetados muy largos se opta por poner el código.
«En la publicidad se destaca lo que se quiere destacar y en la etiqueta tiene que aparecer todo»
Hasta ahora bastaba poner grasas parcialmente hidrogenadas, y algunas de estas pueden ser polinsaturadas o monoinsaturadas. Pero ahora la legislación indica que en los casos en que son grasas vegetales parcialmente hidrogenadas hay que indicar la cantidad de grasas trans, que son las que potencian el colesterol «malo». Las grasas monoinsaturadas pueden ser ácidos grasos omega 3, que son beneficiosos, pero no todas las grasas monoinsaturadas son buenas.
Creo que no y además está la nueva ley que obligará a indicar las grasas trans. Yo parto del principio que las etiquetas dicen la verdad. Si una sustancia se añade al etiquetado, las empresas lo hacen por la cuenta que les trae.
El código alimentario español obliga a decir de qué tipo de alimento se trata. Si se trata de una fruta o un aditivo que aquí no se usa, se pone el nombre y ya está. Lo que pasa es que la legislación de etiquetado en China y en EEUU, por poner un ejemplo, son muy diferentes de la nuestra. En la americana, normalmente no se ponen las cantidades en g sino en raciones y la cantidad de calcio, grasa o proteínas por ración. Y te indican que en un litro de leche, por ejemplo, una ración son unos 240 mililitros. Así la gente no tiene que hacer cálculos, es una forma un poco más simple de saber lo que estás consumiendo, siempre y cuando comas la ración indicada.
La obligación existe pero el fabricante puede decir «aromas», un término general, y no especificar qué aromas. Con eso es suficiente y se supone que el fabricante cumple con el compromiso de usar aromas autorizados. En el caso de los colorantes sí que hay obligación de especificarlos. Por otro lado, en las etiquetas no se dice la cantidad de cada cosa y eso cambia mucho el producto final. No es lo mismo el uno por ciento de un aroma que el dos por ciento.
El fabricante está sometido a inspecciones y se compromete a usar los aromas legales. Además, en las etiquetas hay unos signos con los cuales el fabricante firma que está cumpliendo la ley. Por ejemplo, hay una «e» minúscula que significa que el fabricante cumple la normativa de las cantidades que dice y que dispone de un sistema de muestreo adecuado. Igualmente cuando dice que contiene «aromas» o «cacao».
Que una cosa era la publicidad escrita, otra la oral y otra la composición. La oral decía leche, cacao, avellanas y azúcar; en la escrita destacaban leche, cacao y avellanas; y la composición de la etiqueta indicaba que se trataba de azúcar y grasas parcialmente hidrogenadas. El producto cumple la ley porque no hay obligación de decir en la publicidad todo lo que tiene el producto, es simplemente que en la publicidad se destaca lo que se quiere destacar y en la etiqueta lo tienen que decir todo.
Es algo que en España no se podía hacer y ahora sí. La publicidad comparativa hace muchos años que se usa en América. Otra cosa es que aquí no acabe de gustar. Pero no deja de ser lo que hacen las organizaciones de usuarios y consumidores con las comparativas de productos, aunque desde la perspectiva del fabricante en contra de los otros. Es muy habitual. Las coca-colas y pepsi-colas han tenido en esa línea unas batallas tremendas.
Eso, a mi entender, es una publicidad engañosa. Está autorizado porque no dice ninguna mentira pero da a entender que otros productos sí le ponen grasa. Es como cuando se vende leche diciendo «con calcio procedente de la leche». Todas las leches tienen calcio, la leche es caseinato cálcico pero es absurdo que destaquen un hecho que es el natural. Es igual que decir agua mineral sin colesterol. No es que se lo hayan quitado, es que no tenía. Creo que ahí se debería poner alguna normativa.
Cada vez más el consumidor quiere saber lo que compra y consume, pero no siempre es capaz de descifrar la etiqueta, bien sea porque no identifica, simplemente, los nombres o nomenclatura de los componentes, bien porque no puede leer perfectamente la etiqueta. En ese sentido, las etiquetas en España, donde cada fabricante tiene la libertad de poner el tipo de letra que quiere y el color, no siempre ayudan mucho. Si indican un sinfín de componentes, puede pasar que la letra sea demasiado pequeña para algunos. «Esto es un inconveniente para el consumidor que no ve bien o que no ve», opina Claudi Mans. El problema es cómo hacer accesible la información.
«En Norteamérica, y también en Australia e Inglaterra», añade Claudi Mans, «la información nutricional es más homogénea en todos los productos». La etiqueta es un rectángulo en blanco y negro, siempre con el mismo tipo de letra, de forma que el consumidor ve la información fácilmente. «Es más cómodo que aquí», admite Mans.
Otra cosa diferente es que en una etiqueta «esté todo», lo que quizá sea algo excesivo. «Este es un tema que vale la pena pensar, si en un etiqueta tiene que estar todo». La razón, esgrime este químico, es que hay algún tipo de información más técnica, como en cosméticos, que es más bien para el toxicólogo o dermatólogo, para identificar los compuestos en el caso de que alguna persona presente una reacción al producto. La información, dice Mans, tiene que estar disponible pero quizá «no necesariamente toda en todas las etiquetas, porque llega un momento en que no cabe todo y menos si lo pones en varios idiomas».