A pesar de que se calcula que en todo el mundo se consumen unas 1.000 especies de insectos, en la Unión Europea no existe normativa específica que los regule como alimentos. Hasta la fecha, se ha considerado que los animales invertebrados no entran en el ámbito de nuevos alimentos, según una nota informativa que publicaba el pasado 20 de abril la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN). La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en cambio, acaba de publicar el informe Los insectos comestibles: Perspectivas de futuro de la seguridad alimentaria y alimentaria, en el que apoya la ingesta de insectos como alimento y como alternativa a la lucha contra el hambre en todo el mundo. Un consumo que todavía tiene que salvar barreras legislativas en países de la UE y occidentales en general.
Barreras legislativas en la UE
A pesar de que los marcos legislativos sobre alimentos han evolucionado de manera significativa en los últimos 20 años, las normas que se refieren a los insectos como fuente de alimentación continúan ausentes en la UE. El consumo de insectos plantea algunas dudas sobre si pueden resultar tóxicos, provocar reacciones alérgicas, cómo deben cocinarse o si todos son comestibles. Los insectos, igual que el resto de alimentos, debería cumplir con las normas que exigen que son inocuos, sanos, que se han producido, almacenado y envasado bajo las condiciones sanitarias adecuadas. Unas exigencias que vendrían marcadas sobre todo por el consumo que, cuanto más generalizado es, más recursos hay que destinar, entre ellos los legislativos.
Las normas que se refieren a los insectos como fuente de alimentación continúan ausentes en la UE
Una de las propuestas es que se incluyan los insectos en el apartado de nuevos alimentos. Según establece la legislación, un nuevo alimento «es aquel que, hasta el momento, no se ha utilizado en una medida importante para el consumo humano en la UE, antes del 15 de mayo de 1997, fecha de entrada en vigor del Reglamento, y que estén incluidos en alguna categoría de las que menciona en su artículo 1. En uno de los apartados se menciona que los «alimentos e ingredientes alimentarios consistentes en vegetales, u obtenidos a partir de ellos, y los ingredientes alimentarios obtenidos a partir de animales, excepto los alimentos e ingredientes alimentarios obtenidos mediante prácticas tradicionales de multiplicación o de selección y cuyo historial de uso alimentario sea seguro».
Según informa la AESAN, los animales enteros no estaban incluidos en esta definición y, por tanto, estaban fuera del Reglamento de nuevos alimentos. Pero el Grupo de Expertos de Nuevos Alimentos evalúa la reinterpretación de este apartado para incluir los animales enteros y, por tanto, los invertebrados sin historia de consumo en la UE. Además de las barreras normativas, el consumo de insectos en países desarrollados debería hacer frente también a otro tipo de barreras; las culturales. Patas de cangrejo, huevos de caracol, ostras, caviar e incluso foie gras sí forman parte de una dieta más occidental, y no hay mucho reparo en considerar algunos de estos alimentos como un exquisito manjar.
Insectos, ¿nutritivos y seguros?
El menú entomófago, es decir, el que se basa en ingerir bichos, no es nada nuevo. En mercados de países como Tailandia, por ejemplo, pueden encontrarse gusanos de seda y saltamontes, y muchos supermercados japoneses ofrecen en sus estanterías larvas de insecto acuáticas. Los estudios realizados sobre si este tipo de «alimento» es nutritivo o no indican que, en algunos casos, pueden llegar a tener más proteínas que cualquier otro alimento (se calcula que pueden llegar a tener más del 70% de valor proteínico).
También son fuentes importantes de vitaminas A y C, potasio, calcio o magnesio. Según la FAO, los insectos que más se consumen en todo el mundo son los escarabajos, las orugas, las abejas, avispas y hormigas, seguidos de saltamontes, langostas y grillos. Por sus propiedades biológicas, deben tenerse en cuenta cuestiones de seguridad microbiana, toxicidad y presencia de compuestos orgánicos ya que, como otros productos, también proporcionan un entorno favorable al crecimiento microbiano, incluyendo bacterias, hongos o virus.