Nuestras demandas como consumidores han evolucionado mucho en las últimas décadas. Hace 40 años la prioridad era llenar la cesta de la compra y hacerlo con alimentos seguros y fiables. Un poco más tarde comenzamos a interesarnos por los aspectos relacionados con la salud y, en la actualidad, nos preocupan todas esas cosas y muchas más, como el impacto medioambiental, el bienestar animal o el comercio justo.
Esta evolución se explica en buena parte por los cambios que han ido sucediendo en nuestro entorno. Uno de ellos es la globalización, que entró en escena aproximadamente hace dos décadas. Con el aumento del comercio internacional y la deslocalización de muchas empresas productoras, comenzamos a ver cómo muchos de los productos que comprábamos eran importados desde otros países.
Esto se convirtió en una inquietud para muchas personas, que recelan de los productos de fuera por diferentes motivos: porque piensan que son peores o menos seguros, por el impacto sobre el medio ambiente que implica el transporte, por su efecto negativo sobre la economía local, por la explotación laboral o de recursos…
A pesar de esta preocupación, en la actualidad la información sobre el origen solo se indica en la etiqueta de algunos alimentos. Además, en muchos se muestra de forma confusa, así que a veces nos despista.
¿Qué dice la ley sobre esta información?
Según la legislación debe indicarse el país de origen o el lugar de procedencia de un alimento siempre que la falta de tal indicación pueda inducir a engaño a los consumidores. Pero en circunstancias normales, no hay necesidad de hacerlo. Por eso la mayoría de los alimentos no muestra el origen.
En esos casos solo es obligatorio para algunos en concreto, en los que debe mostrarse siempre, como la miel, las frutas y vegetales frescos, el pescado, la carne, el aceite de oliva, los huevos o la leche y productos lácteos.
En principio, desde nuestra posición como consumidores, podemos ver la indicación del origen como una ventaja indiscutible y quizá nos preguntemos qué motivos puede haber para no incluirla en todos los alimentos, especialmente a estas alturas, cuando el etiquetado tiende a ser cada vez más transparente. Sin embargo, la realidad demuestra que incluir esta información no siempre es fácil.
Los problemas de la leche
Un ejemplo. En el año 2015, el sector lácteo —industrias lácteas y organizaciones agrarias— aprobó casi por unanimidad facilitar información sobre el origen de la leche, una medida respaldada también por la gran mayoría de los consumidores. El Ministerio de Agricultura elaboró un proyecto para hacerlo realidad. De ese modo, los consumidores tendrían más información y los productores venderían más, lo que compensaría la balanza comercial, porque en España se importaban tres veces más productos lácteos de la Unión Europea de los que se producían.
Pero se encontró con la oposición de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), adscrita al Ministerio de Economía. Este organismo emitió un informe en el que señalaba que la inclusión del origen podía ser relevante para el consumidor, pero también podía constituir una restricción a la libre circulación de mercancías y, por lo tanto, a la competencia. Por eso, expresó la conveniencia “de extremar la precaución a la hora de introducir esta clase de obligaciones” e instó al Ministerio de Agricultura a justificar mejor los motivos que respaldaran la propuesta.
📝 Una encuesta a los consumidores
Con ese fin se realizaron encuestas entre los consumidores, con las que se justificó ante la Comisión Europea, que el origen de la leche y los productos lácteos es una información demandada por la mayoría de los consumidores en España, que además asocian la mención del país a la calidad.
Finalmente se aprobó la medida, que obligaba a indicar el país de ordeño y el país de transformación de la leche (de vaca, oveja y cabra) y en los productos que contuvieran más de un 50 % de leche. Eso sí, la medida tenía carácter experimental, así que solamente iba a tener vigencia durante un periodo de dos años. Al final entró en vigor en enero de 2019 y se prorrogó hasta el 22 de enero de 2025.
En definitiva, la inclusión de la información sobre el origen en la etiqueta de los alimentos es una cuestión sobre la que existen posiciones enfrentadas. Por eso a veces no se lleva a término.
Un producto, distintos lugares
Otras veces no es fácil saber el origen de un alimento. Imaginemos una bebida de café lista para tomar: es posible que los granos de café se hayan recolectado en un país, se hayan tostado en otro diferente y que en un tercero se molturen y se infusionen para envasarlos. ¿Qué país se considera como origen?
Por lo general, cuando intervienen más países en la producción de un alimento, se considera que el producto tiene su origen en el que se haya llevado a cabo su última transformación o elaboración sustancial. En este caso, en principio, sería el país donde se muele, se infusiona y se envasa. Pero, por otra parte, el café es el ingrediente principal, así que debería mostrarse el origen del grano.
🤔 La legislación y la ambigüedad
La legislación que regula la indicación del origen de los alimentos es algo ambigua, así que está sujeta a diferentes interpretaciones y no siempre es fácil entender qué medida debería adoptarse en cada caso.
Por otra parte, podemos encontrar productos que proceden de un lugar, pero parecen venir de otro. Por ejemplo, unas galletas que muestran en su envase una bandera de España junto con imágenes de monumentos típicos de este país, pero que en realidad han sido elaboradas en Italia. En este caso, debe indicarse su verdadero origen («Italia»), porque de lo contrario podría llevar a error.
Imaginemos ahora que esas galletas, con esa misma caja que muestra motivos asociados a España, están elaboradas realmente en este país, pero su ingrediente primario, en este caso la harina, procede de Italia. En este supuesto debería indicarse el origen de la harina. Esto solo es aplicable cuando se trata de un ingrediente primario, es decir, cuando hablamos de un ingrediente que supone más del 50 % del alimento o cuando asociamos ese ingrediente con el nombre del producto.
¿Qué pasa cuando se menciona un lugar que no es el origen?
En algunas ocasiones podemos encontrar productos que hacen referencia a lugares geográficos de distintos modos. Esto podría llevarnos a pensar que deben mostrar obligatoriamente la información sobre el país de origen o el lugar de procedencia, pero si esas referencias no están destinadas a proporcionar información al consumidor sobre el origen, no es obligatorio hacerlo.
Por ejemplo, en un producto en el que se indique la frase «Participe en el sorteo de un viaje a Francia» junto con una bandera de ese país para acompañar la promoción. Estos mensajes no se refieren a la procedencia del alimento, así que no es obligatorio indicar el origen, a no ser que se hagan de forma engañosa o den lugar a error.
En el caso de preparaciones o alimentos que incluyen nombres de lugares geográficos que forman parte de la denominación, tampoco es obligatorio indicar el origen. Por ejemplo, las salchichas de Frankfurt, la fabada asturiana, el cocido madrileño, el chorizo de Pamplona o la mostaza de Dijon… En caso de que una marca registrada haga referencia a un lugar geográfico, tampoco hay obligación de indicar el origen. Por ejemplo, garbanzos La Asturiana.