Desde hace tiempo se atribuye a los ácidos grasos omega 3 de cadena larga, habituales en el pescado azul, beneficios sobre la salud cardiovascular. También se cree que los de cadena corta (el ácido alfa-linolénico, que se halla en algunas plantas) pueden ser protectores. Entre los hallazgos que ayudaron a establecer esta relación está la observación, en los años 70, que los esquimales “innuit” de Groenlandia, con una dieta muy rica en pescado graso, tenían una muy baja incidencia de trastornos cardiovasculares. Desde entonces han sido varios los estudios que han intentado demostrar esta relación
Otra evidencia más cercana sobre los efectos de los omega 3 en la salud cardiovascular fue la de Noruega, durante la invasión de Alemania durante la II Guerra Mundial, cuando la falta de provisiones hizo que la población cambiara de forma drástica su dieta, reduciendo el consumo de carne e incrementando el consumo de pescado. En paralelo a ese cambio se dio una reducción muy rápida en la incidencia y mortalidad por isquemia cardiaca. Desde entonces, un gran número de estudios ha perseguido demostrar esa relación beneficiosa bajo el supuesto que, de forma generalizada, los ácidos grasos omega 3 serían beneficiosos para la salud cardiovascular.
No obstante, quizás esa hipótesis debería ser revisada, al menos en algunos casos. Lo dice un equipo de investigación encabezado por Lee Hooper, de la Universidad de East Anglia (Norwich, Reino Unido), que acaba de publicar un meta análisis en la revista «British Medical Journal». Los autores han revisado hasta 15.159 trabajos, 48 estudios experimentales controlados y 41 trabajos de seguimiento de cohortes, en los que participaron más de medio millón de personas. Los estudios tenían duraciones superiores a 6 meses y se descartaron todos aquellos en los que los participantes eran niños, estaban severamente enfermos o aquellos en los que la intervención era multifactorial.
Aspectos metodológicos
No hay evidencias científicas de que los ácidos omega 3 tengan efecto sobre los trastornos cardiovascularesLos estudios con metodología más fuerte, admiten los autores, revelan resultados más consistentes. Aun así, no han hallado evidencias de los estudios experimentales controlados ni de los estudios de cohortes de que los omega 3 tienen un efecto sobre trastornos cardiovasculares. Tampoco estos estudios muestran un incremento significativo en la incidencia de cáncer o ictus. Esto último está en relación con el hecho de que el pescado graso acumula una mayor cantidad de contaminantes en su grasa, entre ellos el metilmercurio, las dioxinas y los bifenilos policlorados.
Diversos estudios en laboratorio sugieren que cantidades elevadas de dioxinas y bifenilos policlorados aumentan el riesgo de cáncer. Por su parte, el metilmercurio puede incrementar el riesgo de infarto de miocardio y causar daños neurológicos. ¿Un consumo muy elevado de pescado azul o suplementos de aceite de pescado aumentaría la incidencia de estas enfermedades? Los investigadores no hallan tampoco esa evidencia en los estudios analizados, aunque reconocen que faltan datos. «Cualquier daño derivado del pescado azul o de su aceite se vería sólo muy a largo plazo».
Los autores apuntan a varios problemas metodológicos que pueden influir en los resultados. Por ejemplo, en el caso de estudios en los que se recomendaba a los participantes una suplementación de ácidos grasos omega 3, esta podía variar desde un mayor consumo de pescado hasta suplementos en cápsulas, aceite o margarina enriquecida. ¿Puede haber diferencias entre los efectos de un suplemento y otro? ¿O diferencias entre los ácidos grasos de cadena corta y los de cadena larga?, se preguntan los autores.
Por otro lado, en algunos estudios de seguimiento de grandes grupos de personas (estudio de cohortes), a la hora de establecer la ingesta de omega-3 por grupos, las características de los que más y menos tomaban diferían en otros aspectos. Aquellos que más omega-3 tomaban solían tener además unos hábitos más saludables (no fumaban, hacían ejercicio) frente a los que menos omega 3 consumían. Esos factores de distorsión podrían no «haber sido ajustados adecuadamente», dicen los autores.
La excepción, pacientes de angina
Todos estos factores no explicarían sin embargo las contradicciones que presentan los trabajos de un equipo de la Universidad de Cardiff (Reino Unido), donde el experto ML. Burr dirigió un ensayo sobre hombres que sufrían angina pero no habían tenido un infarto. El objetivo era ver si los omega-3 podían resultar beneficiosos. La sorpresa de este trabajo, publicado en «European Journal of Clinical Nutrition», fue que los pacientes que tomaron más suplementos de aceite de pescado presentaron una mayor incidencia de ataques cardíacos y muerte. Esta es la razón por la que los autores piden que se revise la recomendación de dar omega 3 a pacientes que se hallen en esta situación, ya que en este caso, parecen propiciar las arritmias.
UN CERDO QUE PRODUCE OMEGA 3El interés desatado por los omega-3 en los últimos años ha llevado al desarrollo de suplementos, alimentos funcionales y formas diversas de aportar un mayor consumo de estos ácidos grasos esenciales en la dieta. En esta línea, uno de los últimos inventos han sido cerdos genéticamente modificados para producir en su propio cuerpo grasa omega-3.
Los animales nacieron en noviembre de 2005 en la Universidad de Missouri (EE.UU.) y los resultados se publicaron en la revista “Nature Biotechnology” el pasado mes de marzo. Los investigadores clonaron embriones de células de cerdo modificadas para expresar el gen fat-1, que normalmente se halla en algas y plancton, pero no en mamíferos. Este gen convierte los ácidos grasos omega 6 en ácidos grasos omega-3. Sin embargo, no está claro si los omega 3 en cerdo, animal que suele aportar cantidades importantes de colesterol y grasas saturadas, tendría beneficios similares a los omega 3 del pescado graso.
De cualquier forma, un invento como este está lejos de su entrada en el mercado. Tendría que superar, entre otras cosas, la evaluación de las autoridades, la Administración para Fármacos y Alimentos de los EE.UU. (FDA, en sus siglas inglesas) y la oposición de grupos de consumidores. Eso, sin contar con la viabilidad del propio invento. Según explicaron los autores en su trabajo, sólo uno de los diez cerdos inicialmente clonados tenía efectivamente el gen fat-1 y suficiente salud para seguir vivo. A partir de este lechón, se clonaron ocho más que los investigadores van a criar y seguir estudiando.