¿Hasta qué punto los pesticidas que se ingieren con la dieta contribuyen a aumentar el riesgo de cáncer? Un trabajo de la Universidad de Liverpool afirma que contaminantes ambientales como los pesticidas sintéticos y compuestos organoclorados como los presentes en plásticos pueden tener más influencia de lo que se ha pensado hasta ahora. Esta influencia se da especialmente en aquellos tipos de cáncer con dependencia hormonal como el cáncer de mama, testicular o de próstata, ya que muchos de estos compuestos son disruptores endocrinos y, como tales, tienen efectos nocivos sobre los sistemas hormonales.
John A. Newby y Vyvyan Howard, autores del artículo que se ha publicado en Journal of Nutrition and Environmental Medicine, han hecho una revisión de todos los trabajos publicados en revistas científicas así como de las estadísticas de la Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido, de los departamentos de Medio Ambiente y Sanidad británicos, de la Organización Mundial de la Salud (OMS) o del Instituto Nacional del Cáncer de EEUU, entre otras fuentes. El objetivo es «informar a científicos y especialistas médicos del incremento de la incidencia de cáncer en el mundo occidental y discutir las influencias ambientales en el desarrollo del cáncer», así como buscar formas de prevención.
Muchos trabajos anteriores han sugerido la influencia de los compuestos organoclorados en el desarrollo de cáncer. Sin embargo, no son concluyentes, aseguran los investigadores, bien porque la exposición a los compuestos carcinogénicos o disruptores endocrinos es demasiado baja o bien porque el efecto nocivo potencial es demasiado «débil» como para ser considerado como una de las principales causas. No obstante, estudios realizados en laboratorio, tanto a nivel celular como en animales, así como estudios epidemiológicos, han puesto en evidencia que sí hay una relación entre estos compuestos y el desarrollo de algunos cánceres. «Incluso si no son un riesgo para los adultos, sí parecen serlo para los fetos en desarrollo, bebés, niños y jóvenes», aseguran los expertos.
Los organoclorados son contaminantes orgánicos persistentes que se dispersan y acumulan en el medio ambiente y en la cadena alimentaria. Para los humanos, la principal vía de exposición a estos compuestos es la dieta, fundamentalmente a través de carne y productos lácteos. La población infantil está expuesta a ellos ya en el útero, a través de la placenta, y tras el nacimiento, a través de la leche materna.
La influencia de los PCB
La principal vía de exposición a los compuestos organoclorados es la dieta, sobre todo a través de carne y productos lácteos
En opinión de Joan Grimalt, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y uno de los principales expertos en España en contaminantes orgánicos clorados, se trata de un trabajo bien hecho, con una revisión muy completa de los datos existentes hasta la fecha. La visión que da «no es muy optimista». Es verdad, dice Grimalt, que no está claro que el aumento de la incidencia de cáncer se deba a causas determinadas, como los compuestos organoclorados, o que sea a que ahora se diagnostican más o que se vive más tiempo. Pero eso no debe ser una excusa para inhibirse que la epidemiología indague en averiguar las causas. El trabajo, pues, aun sin ser especialmente novedoso, se decanta hacia el principio de precaución en contra de una posición más o menos generalizada en la que, a falta de evidencias sobre la relación causa-efecto, muchos especialistas no se plantean todavía formas de prevención.
Lo que es evidente, dice Grimalt, es que cuando encontramos que algún compuesto de este tipo está relacionado con el desarrollo de cáncer, la relación no es tan obvia como en el caso de cáncer de pulmón y tabaco. «Eso no quita que sea importante, especialmente para algunos individuos con predisposición genética», afirma Grimalt.
Eso es lo que hallaron este experto y otros investigadores al estudiar la relación entre el nivel en sangre de compuestos organoclorados, concretamente bifenilos policlorados (PCB), y la mutación en los genes p53 y K-ras, oncogenes que dan pie al desarrollo de cáncer colorectal y de páncreas. En el primer caso, se hallaron niveles de PCB que eran el doble que el de las personas no enfermas. En el segundo, los niveles de PCB eran entre dos y tres veces más que el de los no enfermos de cáncer de páncreas. Esto no quiere decir, advierte Grimalt, que todas las personas que tengan esos niveles de PCB desarrollen cáncer sino que tienen más riesgo si tienen la predisposición genética. Se trata más bien de una conjunción de factores. «Si comes muchos alimentos que tienen elevadas concentraciones de esos compuestos y, además, tienes susceptibilidad genética, entonces te la juegas mucho», afirma Grimalt.
Opiniones diversas
El artículo de los británicos, centrado en gran parte en estudios del ámbito del Reino Unido, ha levantado allí un considerable revuelo del que se han hecho eco medios de comunicación como The Guardian. El trabajo de Howard y Newby es calificado como «propaganda» por Adam Wishart, autor del libro One in Three: a son’s journey into the history and science of cáncer. Éste último recibe las críticas de un lector que cuestiona su imparcialidad y pregunta si las fuentes de financiación de Wishart son tan transparentes como las de Howard y Newby.¿Es mejor la opción de los alimentos orgánicos? Para algunos expertos no, ya que también tendría efectos sobre el medio ambiente, aunque reconocen que menos que la agricultura convencional. Otros investigadores, como Anthony Trewavas, profesor de Bioquímica Vegetal en la Universidad de Edimburgo, recuerda que hay miles de insecticidas naturales que se consumen cada día con la comida y que pueden ser carcinogénicos, así que los alimentos orgánicos «no reducirían», dice textualmente, la exposición a los pesticidas porque los más abundantes son aquellos que provee la propia naturaleza. Georgina Downs, representante de la UK Pesticides Campaign, recuerda que hay evidencias sustanciales de la relación entre pesticidas y algunos tipos de cáncer, y que se requiere la adopción de medidas preventivas. Por otro lado, Anne Buckenham, directora de la Asociación para la Protección de la Agricultura, se apresta a señalar que los niveles de pesticidas permitidos en los alimentos están por debajo de los límites de seguridad.
En todo este contexto, lo cierto es que aún hay muchas cosas que están por saberse y que la exposición humana a organoclorados es algo relativamente nuevo, ya que empezaron a usarse hace unas décadas. «Los PCB que tenemos ahora», dice Grimalt, «son herencia de los años 60-70» y dada su persistencia es probable que permanezcan en el medio ambiente centenares o «miles de años». Los PCB son compuestos de los que más claramente se ha visto su toxicidad, pero hay otros. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, en sus siglas inglesas) está evaluando todos los pesticidas sintéticos para determinar riesgos en la salud humana y ambiental.
Evaluar el impacto de un pesticida en la cadena alimentaria puede ser un rompecabezas. Un herbicida, en teoría aplicado sólo a un cultivo, puede acabar en función de su persistencia en el ganado, en el agua, y de ahí pasar a la distribución de agua corriente, a los insectos, a las abejas productoras de miel o en otros vegetales.
La EFSA, que acaba de dar a conocer un informe sobre el herbicida diclorprop-p, uno de las 52 compuestos que están analizando en la segunda fase de evaluación de pesticidas, señala que el compuesto se puede acumular en la carne del ganado. La buena noticia es que como no es muy persistente, «no es probable» que contamine las aguas subterráneas ni las aguas de superficie (ríos y lagos).
Sí se ha encontrado un riesgo elevado y a corto plazo para algunos tipos de aves insectívoras y para mamíferos. Se ha observado que en vegetales, concretamente en cereales, no permanece el propio herbicida sino los metabolitos en los que se descompone, y de los que todavía se sabe poco por lo que los expertos recomiendan más estudios en esa línea.