La evolución que ha vivido el sector alimentario en los últimos años ha sido ciertamente espectacular, especialmente en el ámbito de nuevos alimentos o basados en aporte tecnológico. De ello ha dado cuenta el programa europeo FLAIR-FLOW que, coordinado por el español Jesús Espinosa Mulas, ha trabajado en red en los últimos doce años para transferir los nuevos conocimientos del laboratorio a la mesa.
Uno de los principales problemas de la investigación y desarrollo es la transferencia de tecnología: lograr que los descubrimientos salten del laboratorio a las empresas y, en definitiva, a la sociedad. El sector de la alimentación no es ajeno a este «campo de batalla», como lo define Jesús Espinosa Mulas, investigador del Instituto del Frío del CSIC en Madrid y coordinador del proyecto europeo FLAIR-FLOW. El objetivo de este proyecto era, precisamente, «difundir los resultados de la investigación en alimentos financiada con fondos europeos». El programa funcionó durante doce años, hasta enero de 2004, poniendo en contacto a los principales actores del sector alimentario: investigadores; empresas, en especial pequeñas y medianas; profesionales sanitarios; y consumidores. En ese tiempo Espinosa Mulas ha sigo testigo desde dentro de la gran evolución del sector: «Han aparecido los alimentos transgénicos, los de cultivo biológico, ahora los funcionales. La alimentación está en un momento apasionante», sentencia.
La idea de establecer un sistema de información así la tuvo Ronan Gormley, del National Food Centre de Irlanda. Él vio que los resultados de la investigación no llegaban a los usuarios finales, a las pequeñas y medianas empresas de alimentación, debido precisamente a sus características: escaso tamaño, pocos medios de acceso a la información y a las novedades tecnológicas. Esto fue a principios de la década de los noventa, durante el segundo Programa Marco de la UE [el instrumento de financiación de la investigación de la Unión Europea]. En aquél momento había sólo 36 proyectos de investigación aprobados relativos a la investigación sobre alimentos.
Sí, efectivamente era un programa muy complejo. Este proyecto ha sido diferente a otros de la UE en el que siempre han participado todos los países, quince inicialmente y hasta 24, incluyendo los de Europa del Este, en la última etapa, el denominado FLAIR-FLOW IV. El programa funcionaba con redes en cada país, que se reunían dos veces al año. Y periódicamente nos reuníamos también los directores de las redes de los distintos países, cada vez en un país distinto.
«Cada vez más vemos que hay enfermedades que tienen que ver con la alimentación, como las derivadas de la obesidad o las cardiovasculares»
Desde luego, creo que dada la complejidad del proyecto podemos estar muy satisfechos. Hasta el punto de que, como la difusión de los resultados siempre ha sido el caballo de batalla en la investigación, FLAIR-FLOW ha servido de modelo a otras áreas. Ahora las redes siguen funcionando de manera informal.
El proyecto se fue enriqueciendo a lo largo de los años, hasta incluir también a otros destinatarios: el sector de la salud y los propios consumidores. Porque en la UE se ha producido en estos años un cambio muy importante de valores: no se busca sólo el aumento de la competitividad de las empresas, sino que los consumidores, que somos todos, ganemos en salud, en bienestar, en calidad de vida. Es que cada vez nos damos más cuenta de que hay enfermedades que, entre otras cosas, pagamos todos, y que tienen que ver con la alimentación: las derivadas de la obesidad, las cardiovasculares, la diabetes…
A lo largo de todos los años que duró el programa he tenido la oportunidad de asistir a debates de todo tipo. Por ejemplo, una de las herramientas de difusión de la investigación que usamos fue la organización de ‘Mesas de diálogo’ entre los distintos destinatarios y los investigadores. Organicé una sobre irradiación de alimentos en 2000 y otra sobre etiquetado de alimentos transgénicos en 2002, a la que invitamos a todas las asociaciones de consumidores, además de a científicos y empresas de biotecnología. Los debates fueron vivos y con posiciones encontradas.
«Los consumidores no se muestran contrarios a los avances, pero sí quieren disponer de información veraz y sobre todo poder elegir»
En general, los consumidores no se muestran contrarios, pero sí quieren disponer de información veraz y sobre todo poder elegir. Ahora parece que el rechazo a los transgénicos no es tanto por cuestiones de salud, sino ambientales, como que se pierda biodiversidad, por ejemplo.
Fundamentalmente de la biotecnología, que, como la nanotecnología, es una tecnología horizontal con aplicaciones en prácticamente todos los sectores.
Sí, desde luego que se percibía interés por parte de los destinatarios. Y eso que en la fase final del programa ya cada proyecto de investigación tenía su propia página web. Eso también fue un cambio enorme. Cuando empezamos no disponíamos de las tecnologías de la información y comunicaciones que se utilizan de forma habitual. ¡No existía el correo electrónico!
Mi experiencia con estas asociaciones es muy positiva. Pude comprobar, con agrado, que hay en ellas personas muy formadas, y en temas muy variados. Sus aportaciones al proyecto han sido my valiosas.
Bucear entre todos los proyectos relacionados con la alimentación financiados por la Unión Europea, y tratar de difundirlos entre su potencial público interesado no ha sido fácil. Los líderes de proyecto han elaborado durante años notas informativas en un lenguaje adaptado a los distintos destinatarios -empresas, profesionales sanitarios o consumidores finales- , o folletos en los que se resumía la información relativa a los proyectos de un tema concreto.
Algunos de estos folletos-resumen han sido, entre otros: «Grasa alimentaria y enfermedades cardiovasculares», «Antioxidantes», «Modificación genética y alimentación»; «Alergias alimentarias»; «Obesidad»; «Alimentación para un envejecimiento saludable»; «Salud Intestinal»; «Alimentos modificados genéticamente»; «Investigación Europea sobre Encefalopatía Espongiforme Bovina»; «Sensores para detectar la calidad de los alimentos»; «Micotoxinas». Muchos de ellos están disponibles en inglés en la página de la UE: http://www.flair-flow.com/consumer-index.html.
Estos folletos han sido traducidos al español bajo responsabilidad de Jesús Espinosa Mulas, que asegura que «este proyecto ha proporcionado a los consumidores información veraz, independiente y científicamente contrastada».