A diferencia de los ecosistemas de tierra firme, el mar no está compartimentado, por lo que los territorios ocupados por los organismos son mucho más extensos y las redes alimentarias más largas y complejas. En la última década, los científicos se han servido de organismos indicadores para integrar esta complejidad. Entre ellos destacan los cetáceos, un grupo biológico que comprende ballenas, cachalotes, marsopas y delfines.
Muchos de estos animales son predadores situados al final de las redes alimentarias y que realizan amplias migraciones. Por este motivo concentran los contaminantes, resultan expuestos a los organismos patógenos y, en definitiva, resumen en sus tejidos las ricas interacciones del medio marino y los impactos humanos que en él se producen. El estado de sus poblaciones es el mejor indicador de calidad del mar.
Los mamíferos marinos constituyen un grupo amplio que incluye a los cetáceos (ballenas, cachalotes, orcas y delfines), los pinnípedos (focas, leones marinos y morsas) y los sirénidos (dugongs y manatíes). Globalmente se trata del colectivo de animales más seriamente amenazado por las actividades humanas: de 118 especies, 83 están catalogadas por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) como sujetas a amenazas en su conservación. Dos especies se han extinguido en tiempos recientes, una decena se hallan actualmente al borde de la extinción, y una proporción significativa de sus poblaciones ha sido reducida a unos niveles tan bajos que su recuperación es dudosa.
La pesca de cetáceos
La pesca, la contaminación y la erosión genética son las principales amenazas para los cetáceos
Esta situación es el resultado de una larga historia de conflictos con el ser humano. Durante siglos, las ballenas han sido cazadas, en muchos casos hasta la completa extinción de poblaciones enteras, para obtener de ellas barbas para fabricar corsés, aceite, harinas para fertilizantes, carne para el consumo humano y productos cosméticos y medicinales. De las focas se ha extraído también aceite y su piel se ha utilizado además para fabricar calzado y cinturones. Los testículos de los leones marinos son un producto muy apreciado en diversas farmacopeas orientales y la carne de los delfines, manatíes y dugongs constituyen un delicioso plato en muchas culturas.
Los vascos fueron los primeros pescadores de los que se tiene constancia que se dedicaran a la caza de la ballena. Hasta nuestros días han llegado escritos del siglo XI que concedían el privilegio de la comercialización de la carne de ballena al mercado de Bayona, lo que demuestra que ya en aquella fecha tan temprana la caza de estos animales era una actividad habitual. El efecto de esta pesca se hizo pronto notar y las poblaciones de ballena vasca, su principal objetivo, se redujeron y los vascos se vieron obligados a extender sus actividades a Cantabria y Galicia primero, y a las Islas Spitzberg, Groenlandia, Islandia y Terranova más tarde. A finales del siglo XVIII tanto la ballena vasca como su sustituto, la ballena de Groenlandia, habían prácticamente desaparecido.
En 1921 la caza comenzó de nuevo en nuestras aguas, esta vez dirigida a los rorcuales comunes y los cachalotes. En la Península Ibérica se cazaron a partir de entonces más de 19.000 de estos animales, lo que produjo severas reducciones en las poblaciones locales. En 1985, la Comisión Ballenera Internacional aprobó la moratoria en la caza comercial de los grandes cetáceos, y esto significó el fin de las actividades en nuestro país, así como en la mayor parte del Planeta. No obstante, en diversos lugares (Noruega, Japón, Alaska, Siberia) han perdurado operaciones residuales que amenazan las menguadas poblaciones supervivientes.
Si bien en la actualidad la explotación comercial no tiene la magnitud de que disfrutó en el pasado (hoy se cazan anualmente tan sólo unas 1.500 ballenas en todo el mundo, en comparación con las 50.000-60.000 que se llegaron a cazar cada año en la década de los sesenta), otras amenazas no menos insidiosas afectan de manera significativa la supervivencia de éstas y otras especies. Entre ellas, las más preocupantes son las interacciones de los mamíferos marinos con la pesca, el impacto de la contaminación y el efecto demográfico de la erosión genética. A menos que estas presiones desaparezcan o se reduzcan drásticamente en el futuro, muchas poblaciones de mamíferos marinos se verán abocadas irremediablemente a la extinción. En España, el Ministerio de Medio Ambiente ha puesto en marcha en los últimos años un ambicioso proyecto para crear áreas marinas protegidas que aseguren la correcta conservación de estos animales.
La contaminación química
El mar es el destino final de la mayoría de los contaminantes producidos y vertidos por el ser humano y, por ello, resulta especialmente afectado por una amplia gama de compuestos.
Los compuestos organoclorados, y en particular los bifenilos policlorados o PCB, constituyen uno de los grupos de compuestos químicos sintéticos con mayor impacto en el medio marino. Procedentes de la industria, son muy difíciles de degradar y poseen una larga vida media (en general de varias décadas). Se acumulan a lo largo de las cadenas alimentarias, incidiendo negativamente en los depredadores finales (grandes atunes, focas, tiburones y cetáceos). Los compuestos organoclorados tienen efectos inmunosupresores y hepatotóxicos, alteran el crecimiento y desarrollo óseo y son tumorogénicos. Además, debido a la similitud estructural que tienen con las hormonas sexuales, una buena parte de estos contaminantes produce alteraciones en el desarrollo sexual y afecta negativamente la reproducción.
Una confirmación de estos efectos se tuvo durante las últimas dos décadas, cuando diversas poblaciones de delfines y focas fueron devastadas por epidemias infecciosas en las que, repetidamente, aparecieron los PCB como activadores. En los brotes víricos que afectaron a las focas comunes en el Mar del Norte (1987) y a los delfines listados en el Mediterráneo (1991), los ejemplares que sucumbieron a la enfermedad presentaban concentraciones más elevadas de PCB que los que sobrevivieron. Estudios posteriores en el laboratorio demostraron que esta diferencia se debía al efecto inmunodepresor de este contaminante, que debilitó la capacidad de reacción de los ejemplares más contaminados.
Por el contrario, parece que los mamíferos marinos no se ven especialmente perjudicados por los metales pesados o elementos traza, otro grupo conocido de contaminantes marinos, aunque éstos se encuentren en concentraciones elevadas, ya que presentan mecanismos de defensa naturales para contrarrestar la toxicidad de estos compuestos. Asimismo, tampoco los vertidos de petróleo, por desgracia producidos con relativa frecuencia, parecen suponer un serio problema para la mayoría de mamíferos marinos. La única excepción son las nutrias marinas, en las cuales el petróleo adherido a su espeso pelaje les impide la termorregulación.
En los últimos años la atención se ha dirigido a los compuestos organoestánicos, unas sustancias que en el pasado se han empleado abundantemente en las pinturas de los barcos como antiincrustantes. Se sabe que estos compuestos producen esterilidad en muchas especies de peces y moluscos, principalmente en aquéllas que habitan cerca de puertos comerciales y deportivos, y en la actualidad se investigan sus potenciales efectos en los mamíferos marinos.
El futuro no es plácido. La industria química sigue creando a gran velocidad nuevos compuestos que en la mayoría de los casos irán a parar al mar, por lo que es de esperar que la cantidad de contaminantes en el medio marino aumente sin cesar. Lamentablemente, es esperable que muchos de éstos incidan negativamente en las poblaciones de focas y delfines hoy diezmadas por otras causas.
Los conflictos con la pesca
Las artes de pesca industriales y artesanales causan la muerte de cientos de delfines cada año
Las interacciones entre los mamíferos marinos y las actividades pesqueras se dan desde tiempos inmemoriales. La extinción de la foca monje en la mayor parte de las costas del Mediterráneo se debió a problemas de este tipo que pudieron originarse hace muchos cientos de años. En nuestras aguas, dada la gran diversidad de artes de pesca utilizadas y la magnitud de la flota, los conflictos son abundantes y producen la muerte de varios centenares de cetáceos cada año. Según el modo cómo se originan, estas interacciones pueden dividirse en tres tipo: capturas directas, capturas incidentales y agresiones directas por parte de los pescadores.
La legislatura española protege a todos los cetáceos de las costas españolas y prohibe las agresiones a estos animales, por lo que no deberían darse capturas directas. No obstante, en ciertas áreas del Cantábrico existe aún hoy en día la costumbre de cazar delfines para el consumo a bordo de los barcos, una actividad que es particularmente frecuente durante la pesca del bonito. También en ciertas localidades de la costa murciana y andaluza se capturan delfines para utilizar su carne y grasa como cebo en las nasas que se emplean en la pesca del camarón y otras especies. Para cazar los delfines, los pescadores utilizan un arpón especial que denominado «delfinera».
Las capturas incidentales son las que se producen en artes que faenan para pescar otra especie objetivo y en los que los delfines, principalmente, quedan atrapados sin que exista una actuación deliberada por parte del pescador. Ésta es probablemente la amenaza más seria para las poblaciones de cetáceos a escala mundial.
En nuestras aguas, estas capturas se producen sobre todo en tres tipos de artes. El más conocido son las redes de deriva, que se utilizan para la captura de grandes peces pelágicos como el pez espada o los atunes. Esta pesca está prohibida en España desde 1991, aunque prosiguió de manera ilegal en las aguas adyacentes al estrecho de Gibraltar hasta 1994. Se calcula que cerca de 3500 delfines comunes y listados morían anualmente en esta zona durante la temporada de pesca de pez espada. Este problema, hoy felizmente erradicado en nuestras aguas, continúa vigente en las vecinas aguas de Francia y Marruecos.
Otro arte problemático es el arrastre pelágico, circunscrito a aguas atlánticas. La red, en forma de embudo de grandes dimensiones (90m de ancho de boca, 30 m de altura y más de 200m de largo), es arrastrada a modo de filtro, y captura de modo accidental los delfines que se introducen en ella para aprovecharse de la pesca obtenida. Aunque no se disponen de datos exactos, varias decenas de pequeños cetáceos, delfines comunes principalmente, mueren cada año en este tipo de pesquería.
Finalmente, las pesquerías artesanales con artes de enmalle producen también un número indeterminado, pero que puede ser significativo para las poblaciones locales, de muertes de delfines mulares. Esto es un problema muy importante -económico y de conservación- en diversas áreas, pero principalmente en las Islas Baleares y Galicia. Nuevamente, estos accidentes fatales se suelen producir cuando los delfines se enmallan inadvertidamente en las redes a las que se han aproximado en busca de una presa fácil. Recientemente, el ministerio de Medio Ambiente y el Govern Balear han juntado sus esfuerzos para buscar procedimientos que permitan mitigar estos conflictos.
Además de la mortalidad descrita anteriormente, los delfines que buscan su alimento en las redes artesanales corren otro peligro: al arrancar su presa de la red producen destrozos en ella y esto despierta la animadversión de los pescadores. Así, los pescadores responsabilizan a los delfines no sólo de las pérdidas de pescado, sino también de las roturas y agujeros que se producen en los aparejos, y recurren a las agresiones con arpones, dinamita, escopetas y otros medios para mantener a los defines alejados de los artes o, simplemente, eliminarlos.
Hablar de Genética, hoy en día, está de moda. Tanto en el campo de la salud con la reciente consecución del desciframiento del Genoma Humano, como en el sector agro-alimentario con los controvertidos alimentos transgénicos, y la no menos polémica clonación de animales.
Pero, no sólo en estas áreas tiene la genética importancia sino que también juega un papel relevante en la conservación de especies. Hace tiempo ya que la comunidad científica estudia los genes -o caracteres-, su variabilidad y la importancia que ésta tiene en la viabilidad de las poblaciones. Y hace todavía más que, ganaderos primero y cuidadores de zoos después, utilizan, aún desconociendo los mecanismos genéticos implicados, la existencia de esta variabilidad genética en la planificación de cruzamientos; la experiencia les ha enseñado que para evitar los problemas reproductivos producidos por cruzamientos entre ejemplares emparentados, como abortos o crías débiles y con malformaciones, es necesario el aporte de «genes frescos».
Por variabilidad genética se entiende las diferentes variantes, denominadas alelos, con las que aparece un gen determinado. Así por ejemplo, para el gen que determina el color en una flor puede existir el alelo rosa, el rojo o el blanco. Cuando casi todos los miembros de una población tienen el mismo alelo en un gen concreto, se dice que esa población tiene variabilidad baja para ese gen. Si por el contrario existen muchas variantes, esa población tiene una gran diversidad genética en ese gen.
Cuando una población de una especie se reduce drásticamente se pierde gran parte de la diversidad genética que tenía previamente. Además, con el tiempo, los individuos que descienden de los supervivientes acaban estando más o menos emparentados. Una población en estas condiciones corre un grave riesgo de desaparecer ya que los individuos que la componen son muy parecidos entre sí y ante cualquier presión ambiental nueva (un desastre ecológico, contaminantes, una epidemia por parásitos o virus), las probabilidades de que alguno de ellos tenga las características necesarias para superarla es muy baja. Además, los descendientes pueden sufrir los problemas reproductivos anteriormente mencionados. Por el contrario, en una población con una diversidad genética alta, la probabilidad de que al menos algunos individuos tengan una determinada carga genética que les permita sobrevivir es mucho más alta.
Las poblaciones de mamíferos marinos han sufrido presiones humanas que han provocado reducciones extremas de algunas poblaciones. Esto ha venido acompañado, además, de un deterioro generalizado del hábitat (contaminación marina, sobre-explotación pesquera, urbanización de la costa). No es de extrañar, por tanto, que algunas especies de mamíferos marinos como el elefante marino del Norte, duramente explotado, o las diversas especies de focas monje, una de ellas extinta y las otras dos en grave peligro de extinción, posean niveles de variabilidad genética extremadamente bajos. Sin embargo, el azar parece haber querido que los elefantes marinos del Norte se recuperen, pero no ha ocurrido lo mismo con las focas monje, que sí parecen sufrir las consecuencias. La colonia sahariana de foca monje del Mediterráneo, por ejemplo, sufrió en 1997 una mortandad masiva en la que la baja variabilidad genética pudo haber jugado un papel decisivo en la severidad con que ésta afectó a la población. Por otra parte, la tasa reproductiva de esta colonia es muy baja y la de mortalidad infantil muy alta. Ambas bien pueden haber sido debidas o exacerbadas por estos niveles de variabilidad tan bajos.
El Banco Medioambiental de Tejidos Biológicos
Los bancos de tejidos biológicos son esenciales para «restaurar» poblaciones amenazadas
La investigación de problemas de conservación como la erosión genética, las alteraciones en la biología reproductiva o los efectos de la contaminación, requiere de colecciones de tejidos biológicos de las especies afectadas. Además, muchas de las actuaciones posibles para revertir el empobrecimiento de las poblaciones, como la reproducción asistida o incluso la clonación, precisan de materia prima (semen, ovarios, el ADN original) que haya sido extraída y conservada de tal manera que mantenga su integridad y vitalidad.
La Universitat de Barcelona y la Generalitat de Catalunya han puesto recientemente en marcha el Banco Medioambiental de Tejidos Biológicos (BMA), con sede en el Parc Científic de Barcelona, cuya finalidad es precisamente proveer a investigadores, administraciones u organizaciones implicadas en la gestión ambiental, de material biológico que sea útil para el diagnóstico y la conservación de las especies amenazadas. Aunque estas muestras pueden ser también de utilidad en otros campos, la actuación del BMA se centrará principalmente en dos líneas críticas: la genético/reproductiva y la de la evaluación de la contaminación ambiental (ecotoxicología).
Se trata de un proyecto innovador, pues bancos de este tipo son inexistentes en nuestro país y extremadamente escasos internacionalmente: en todo el mundo tan sólo existen seis bancos ecotoxicológicos (dos de ellos europeos) y tres genético/reproductivos (ninguno europeo). El BMA se concibe, pues, como un servicio accesible a la comunidad científica y de conservación tanto en el ámbito local como en el internacional. Por ello, recientemente ha recibido el apoyo de la Pew Fellows Program in Marine Conservation y de Earthtrust, dos importantes fundaciones americanas. Una vez operativo, el banco tiene el potencial para convertirse en un elemento clave en la investigación así como una importante ayuda para las organizaciones responsables de las políticas de conservación ambiental.