En la conservación de verduras -y frutas- en casa no funciona el mismo método. Así, algunas verduras toleran bien el frío y lo necesitan, pero otras no, ya que las bajas temperaturas pueden deteriorarlas. Una norma fundamental es que las que pueden ir en la nevera se pongan en los cajones destinadas a ellas, donde la temperatura es mayor que en el resto del electrodoméstico. Este artículo explica qué verduras no es conveniente poner en el frigorífico, cuáles sí toleran y necesitan el frío y, en este caso, cómo hacerlo y cuáles son los riesgos que puede ocasionar este tipo de conservación en los vegetales.
Las neveras se han convertido en uno de los principales métodos de conservación de los alimentos y en un gran aliado de la seguridad alimentaria, pues el frío ralentiza el crecimiento bacteriano. Las bacterias, en condiciones favorables (nutrientes, humedad y temperatura) crecen con rapidez, sobre todo a temperaturas de entre 5 ºC y 65 ºC. En el frigorífico, por tanto, muchos alimentos como las verduras estarán más protegidos. Pero esto solo ocurrirá si se sabe utilizarla de manera correcta y se conoce cuál es la mejor forma de hacerlo. Hay que saber, por ejemplo, que estos electrodomésticos están diseñados para que el almacenamiento sea el más adecuado para cada tipo de alimento. Por tanto, cada zona proporciona un entorno óptimo para cada tipo de alimentos. Frutas y verduras tienen un lugar concreto, que son los cajones, donde se dan las circunstancias necesarias para una mejor conservación de este tipo de producto.
Verduras en la nevera, trucos para una mejor refrigeración
Ante todo, es importante tener en cuenta que no se deberán refrigerar patatas, cebolla o ajo, porque el frío las echaría a perder. Tampoco es recomendable meter cítricos, tomates (disminuye su sabor), plátanos, aguacates, kiwis, manzanas o peras. Si bien en estos casos no se ve perjudicada la seguridad, sí varía la calidad. Si estos alimentos se guardarán en la nevera, es mejor hacerlo cuando ya están maduros.
En el caso de las verduras que sí se deben refrigerar, como rábanos, nabos, lechuga, brócoli, judías verdes o espinacas, es conveniente seguir estos consejos:
- Colocarlas en la zona adecuada. Las frutas y verduras frescas pueden estropearse a temperaturas muy bajas, por eso deben conservarse en los cajones del frigorífico, donde se pueden llegar a alcanzar los 10 ºC.
- Los cajones de la nevera ayudan a proteger las verduras y a mantener la humedad necesaria para asegurar una mejor conservación.
- Lavarlas. Antes de poner la verdura en la nevera, debe lavarse bien con agua abundante para que se eliminen los restos de suciedad, como tierra, y las partes no comestibles. Si se lavan enteras se evita que, al cortarlas, los microorganismos y otros contaminantes pasen al interior.
- Retirar las partes con cortes, heridas o zonas demasiado maduras que hayan podido estropearse.
- En los productos que no vengan o no se adquieran en envases, habrá que quitar como ya hemos indicado, las hojas, tallos y partes marchitadas. Algunas frutas y verduras pueden guardarse sin envases, ni bolsas ni recipientes cerrados, aunque es aconsejable meterlas en bolsas agujereadas y evitar envases herméticos.
- Determinadas hortalizas de hoja como la lechuga, las espinacas o las acelgas pueden mantenerse en los envases en los que se venden hasta que se consumen.
- En el caso de alcachofas, apio, berenjena, endivias, guisantes frescos, judías verdes, zanahorias o coles de Bruselas, pueden conservarse en el envase perforado con el que vienen.
- Si los envases no están perforados, deberá controlarse la aparición de moho y la concentración de agua.
- Tanto frutas como hortalizas es mejor guardarlas en piezas enteras, con piel, puesto que si se hace en trozos pierden nutrientes con más rapidez.
El tiempo que se mantienen en buenas condiciones oscila entre dos y siete días, en función del alimento. Las verduras de hoja verde, así como fresas o fresas, aguantarán bien de dos a tres días.
Riesgos asociados a los productos crudos de origen vegetal
Verduras y frutas son alimentos que por lo general se consumen crudos, lo que implica un factor de riesgo, ya que no se someten a ningún tratamiento para eliminar una posible contaminación con microorganismos. El origen de la infección puede deberse al uso de abonos (que pueden contener materia fecal de animales contaminados), al agua de riego (que puede transportar microorganismos a los vegetales) o al uso de pesticidas (para tratar plagas en los cultivos).
Por todos estos motivos es importante aplicar unas estrictas medidas de higiene y manipulación, además de las de conservación. El objetivo es frenar o evitar la formación y proliferación de microorganismos patógenos.
Para disminuir el riesgo de contaminación de verduras y frutas hay que empezar en el momento de la compra, ya que se deben adquirir alimentos que estén en condiciones óptimas, sin mal olor o dañados (envases rotos o piezas con golpes). Además, si no se consumirán en un plazo máximo de dos días, es preferible no hacerse con ellos porque son alimentos muy caducos.
La seguridad de estos alimentos que se toman crudos en su gran mayoría gira en torno a un eje fundamental: el lavado. El objetivo es eliminar posibles restos de tierra, fitosanitarios, abonos, bacterias, virus e, incluso, insectos. Pero no se lavarán hasta que no se tenga intención de consumirlos.