El invierno es un buen momento para cocinar una olla grande de sopa. Sin embargo, la preparación de una importante cantidad puede presentar un desafío de seguridad alimentaria: la refrigeración. Y es que una de las principales causas de enfermedad transmitida por los alimentos es una inadecuada conservación en frío. Además, debe tenerse en cuenta que para su elaboración se utilizan distintos alimentos, cada uno de ellos con unas necesidades de manipulación específicas. En la mayoría de las sopas, se utilizan agua, verduras y pollo, entre otros. El artículo explica cómo juntar distintos alimentos en abundante agua sin riesgos y cómo refrigerar y congelar caldo con seguridad.
El invierno es un buen momento para hacer una olla grande de sopa casera. Es fácil de cocinar, además de económica, y se puede elaborar al gusto de cada uno. Algunos de los ingredientes básicos son el apio, la cebolla o la zanahoria, a los que se suelen añadir carne, aves de corral o productos aromáticos, como laurel o tomillo. La base de este plato es el agua, a la que se añaden después los distintos ingredientes. Uno de los factores fundamentales para garantizar una elaboración segura de este plato es usar agua potable, inocua y sin patógenos, para más tarde añadir el resto de ingredientes tras un previo lavado y una correcta manipulación.
Juntar alimentos en abundante agua
Los ingredientes que se usan para elaborar caldo, como verduras o carne, deben cumplir unos mínimos criterios de calidad
Cuando se prepara un caldo en casa, además de obtener un delicioso plato, se aprovechan restos de alimentos como verduras, carnes o pescados. Puerros, zanahorias o cebollas, así como carnes, aves o pescados, se introducen en abundante agua y se inicia un proceso de cocción que varía en función del tipo de ingrediente que se ha usado. Debe tenerse en cuenta que los ingredientes que se utilizan deben cumplir unos mínimos criterios de calidad, sobre todo, porque en su mayoría se utilizan restos de comida. Por tanto, deben eliminarse las partes de las verduras que estén marchitadas o pochas y las carnes o pescados que tengan un olor desagradable.
Ante la sospecha de que se cumplan los criterios mínimos de inocuidad, deberán desecharse las sobras. Pescado y marisco, que pueden utilizarse para elaborar caldos, son muy perecederos y de fácil contaminación, por tanto, deberá prestarse especial atención a este tipo de alimentos.
Refrigerar y congelar con seguridad
Si se elabora sopa en gran cantidad para consumir durante varios días, debe tenerse en cuenta que no se mantendrá refrigerada más de tres o cuatro días. Si se calcula que no se consumirá dentro de este plazo, es mejor congelarla. Es fundamental que no permanezca más de dos días a temperatura ambiente. Tampoco se podrá poner toda la olla grande en la nevera, así que es mejor introducirla en recipientes más pequeños, que quepan en la nevera. Esto permitirá, además, acelerar el enfriamiento antes de que se pueda almacenar en frío.
Si se va a congelar, el proceso es sencillo: tras introducir los ingredientes en el agua y cocerlos, se cuelan para obtener solo la parte líquida y se retiran los alimentos sólidos (como los huesos del pollo) o las verduras. También puede triturarse con las verduras y congelar el resultado. Tanto si solo se obtiene el líquido como si se aprovechan las verduras o la carne y se tritura todo, se pueden utilizar las cubiteras para congelarlo, o recipientes más grandes, en función de las preferencias y usos que se le den. En cualquier caso, antes de introducir en el congelador, debe dejarse enfriar porque no solo tardaría más en congelarse sino que descongelaría los productos con los que entra en contacto.
El caldo debe envasarse en recipientes herméticos o envoltorios adecuados (como bolsas de cubitos) que lo protejan de posibles contaminaciones y eviten la pérdida de líquido y su contacto con el aire. En el caso de los caldos líquidos, debe dejarse un margen para su dilatación. También debe tenerse en cuenta que es aconsejable congelar los productos crudos de los cocinados. Es recomendable poner en el envase o señalar de alguna manera el día que se congelan y consumir antes de los tres meses. Cuando se vaya a utilizar, debe descongelarse antes en la nevera (el frío protege del desarrollo microbiano) y consumir en un plazo máximo de 24 horas. No deberá volver a congelarse.