Una posible nueva vacuna contra salmonella promete reducir la presencia de la bacteria en animales. Es sólo un paso más en una batalla que, lejos de la solución y con la amenaza de las bacterias resistentes, busca soluciones en la biotecnología.
La reciente presentación del ensayo de una posible nueva vacuna para evitar en las aves la presencia transovárica de Salmonella enteritidis, el serotipo y agente causal más habitual de las salmonelosis, es uno más de los constantes trabajos que van apareciendo cada cierto tiempo en la lucha para conseguir el control de esta bacteria. El invento salía de los laboratorios del Departamento de Agricultura de los EE.UU. (USDA), desarrollado por el equipo que dirige el inmunólogo Peter Holt. La vacuna, según explicaban los autores del trabajo, ofrece protección sustancial a las aves expuestas a la bacteria.
El preparado es una emulsión de Salmonella enteritidis inactivada, que en el experimento se inoculó a las aves por vía subcutánea en dos dosis con un margen temporal de entre 4 y 6 semanas. Después, las aves eran expuestas a la bacteria. Lo que se esperaba de la vacuna era que incrementara los anticuerpos en el tracto intestinal contra S.enteritidis, reduciendo así la presencia de esta bacteria en el intestino y la posibilidad de que se extienda a otros órganos, así como su dispersión a través de los huevos y las heces. Los primeros resultados mostraban que la vacuna reducía la dispersión del patógeno con un incremento de efectividad de entre un 10 y un 40% respecto a las tres vacunas comerciales que se usan en los EE.UU para aves.
Otra muestra reciente de las diferentes investigaciones contra salmonella es la que el pasado marzo presentaba un investigador de la Universidad de Alberta (Canadá), Hoon Sunwoo. En este caso se trataba de un extracto en polvo de anticuerpos que podía servir para ser aplicado sobre alimento supuestamente contaminado y evitar así las infecciones por salmonela. Los anticuerpos no eliminarían la bacteria pero se ligarían a su membrana evitando así el proceso de infección. Aves inoculadas con la bacteria, explicaba el investigador, producirían los anticuerpos, no sólo en la sangre sino también en el huevo, que es de donde se obtendrían los anticuerpos, a partir de extracto seco de la clara de huevo.
Ubicua y difícil de evitar
Los investigadores han logrado identificar hasta cinco grupos de genes distintos implicados en la infección por salmonela
Se calcula que cada año se aplican en granjas de aves entre 50 y 75 millones de dosis de vacunas contra salmonela. Un método que se complementa con el tratamiento térmico de los piensos (lo que elimina la bacteria), el uso de probióticos (bacterias que compiten con salmonela) y con la aplicación de los antibióticos, opción está ultima cada vez más controlada y restringida por las consecuencias negativas que comporta (aparición de microorganismos resistentes a los fármacos). Y aun así, salmonela sigue persistiendo.
En 2001 el Ministerio de Sanidad recogía 7976 casos declarados de salmonelosis; en 2002, 8107. Según un estudio del Instituto de Salud Carlos III sobre brotes alimentarios relacionados con huevos y derivados, el 85,5% de los casos declarados de intoxicación por consumo de huevo el agente era salmonela. A nivel mundial, según la OMS, cada año se dan unos 1.200 millones de casos de infección, de los cuales unos cuatro millones desembocan en gastroenteritis y fiebres tifoideas mortales.
«Salmonella es una bacteria terriblemente ubicua y muy difícil de eliminar», explica Joaquín Goyache, veterinario de la Universidad Complutense de Madrid. «Es cierto que con vacunas se han conseguido pollos libres de salmonela pero la bacteria antes o después acaba apareciendo de nuevo». Entonces ¿por qué se sigue vacunando? Porque aunque no elimine el patógeno, aclara Goyache, «se disminuye la cantidad de salmonella excretada por el animal y, por lo tanto, su carga en el medio ambiente, con lo que se reduce la posibilidad de infección de otros animales de la explotación o la contaminación de los productos durante el faenado».
La presencia de salmonella no es precisamente algo raro. Por ejemplo, los reptiles, detalla Goyache, «siempre son portadores» de esta bacteria. Roedores, pájaros o humanos pueden ser portadores, y en las mismas granjas puede haber pollos con salmonela que no muestren síntomas. Desde hace poco las granjas de aves están obligadas a controles rutinarios para detectar su posible presencia en heces, controles que en 48 meses se harán extensivos a otras granjas como las de cerdos. Evitar salmonella también pasa por controles estrictos de las instalaciones de las granjas, el manejo adecuado de los animales, el control del agua y el alimento de los animales, con el control de los productos que se comercializan para consumo, donde la tolerancia con la presencia de la bacteria, afirma Goyache, «debe ser cero».
Un amplio análisis realizado en el Reino Unido para controlar la calidad de la carne fresca de pollo que se comercializa en supermercados, carnicerías y otros establecimientos arrojaba las siguientes cifras: la media de contaminación en pollo por salmonela era del 5,7 %; Salmonella typhimurium era el serotipo más frecuente (el 14%) de los 30 que se aislaron; de todos los serotipos aislados, S. enteritidis era sólo el 7% (un resultado no habitual: el serotipo más común suele ser S. enteritidis).
Las cifras más preocupantes del estudio, dado a conocer en febrero de este año, son sin embargo que el 54% de las muestras de salmonela aisladas eran resistentes al menos a un antibiótico y el 23% tenían resistencia a cuatro o más fármacos, multi-resistencia que los autores del trabajo atribuyen a la amplia proporción de S. Typhimurium. Con la aparición de las bacterias resistentes, el problema alcanza tintes muy pesimistas que exceden el propio ámbito de la salmonelosis.
De salmonella se han identificado cinco islas de patogenicidad, grupos de genes que codifican factores patogénicos y que están implicados en los mecanismos que usa la bacteria para penetrar en las células que infecta. Hace unos años que se viene estudiando estos genes. El pasado enero, un equipo del Instituto de Alimentos de Norwich (Reino Unido) comunicaba que habían obtenido la imagen completa de la expresión de los genes de Salmonella typhimurium, el serotipo que puede derivar en fiebres tifoideas durante la infección. Los investigadores hallaron que del total de 4.644 genes que forman el ADN de la bacteria, 919 se activaban en la infección y que 400 de ellos tenían una función aun desconocida.
Pero el conseguir una vacuna de una bacteria de la que se conocen más de 2400 serotipos no es tan simple. «Aunque existen muchos estudios», asegura Goyache, «aun queda mucho por saber». Cuanto más se sepa de estos factores, añade, «mejor se podrá luchar contra esta bacteria».