Un ataque de pánico, un retraso en la hora prevista de llegada, o una infortunada llamada telefónica momentos antes del despegue son algunos de los motivos alegados por los pasajeros que se niegan a volar. Situaciones inusuales que cuestionan un derecho empañado por circunstancias complicadas, desamparado por un vacío legal y sujeto a muchos condicionantes. El comandante de la aeronave tiene la última palabra, pero hay un dato esclarecedor: viajar sin equipaje puede ser la clave que haga oscilar la balanza a favor del viajero.
Una decisión complicada
El derecho de una persona a no volar es incuestionable, pero en la práctica se trata de una decisión complicada con importantes consecuencias para todos los implicados. Las compañías aéreas informan extensamente a sus pasajeros acerca de sus derechos, describiendo supuestos que contemplan todo tipo de compensaciones. Además, desde febrero de 2004, Europa cuenta con un Reglamento Comunitario en el que el Parlamento y Consejo Europeo establece normas comunes a todos los países comunitarios sobre compensación y asistencia al pasajero aéreo en casos determinados.
Las indemnizaciones pasan por ofrecer un transporte alternativo, servicio de comida y comunicaciones, facilitar alojamiento para el perjudicado o compensaciones económicas que incluso prevén el reembolso íntegro del importe del billete en determinadas ocasiones. Estas atenciones, sin embargo, se limitan en exclusiva a los supuestos de denegación de embarque, retrasos importantes o cancelación del vuelo, problemas generados por la propia compañía que entiende que ha vulnerado los derechos de los pasajeros. Pero, ¿qué sucede cuando un pasajero decide no volar en el último momento?
Se trata de casos aislados, “una situación que no ocurre a menudo, quizá un par de veces al año”, según señala Jorge Borrella, piloto comercial. Y que, en contra de lo que podría suponerse, no se han incrementado tras el fatal accidente del vuelo Madrid-Las Palmas operado por Spanair, en el que perdieron la vida 154 personas en el mes de agosto. Pero cuando se da esta circunstancia, las líneas aéreas no prevén indemnización alguna ya que, como explica el profesional, supone una importante demora en la operativa de vuelo, un retardo que genera importantes inconvenientes, tanto al resto del pasaje como a la compañía.
Cuando un viajero abandona voluntariamente un vuelo, la compañía no prevé indemnización
En primer lugar, y por motivos obvios de seguridad, si un pasajero no vuela, su maleta tampoco lo hará. El comportamiento del viajero al apearse sin su equipaje resultaría “demasiado sospechoso” y como norma obligatoria, e independientemente de los motivos alegados por el interesado, si un pasajero desea desembarcar, de manera inmediata se le debe hacer entrega de sus maletas. Este gesto se traduce en un retraso que oscila entre 30 minutos y una hora, que es el tiempo medio invertido en localizar y devolver la maleta a su propietario, ya que el celo obligado por la seguridad, supone el regreso de la aeronave al parking, donde se requiere la presencia del equipo de carga que ha de proceder a la búsqueda del equipaje de la persona evacuada entre un sinfín de maletas numeradas alojadas en las bodegas del avión.
El retraso, que resulta un inconveniente para el control de un pequeño aeropuerto, acarrea graves consecuencias en un aeropuerto de envergadura, como Heathrow en Londres o Madrid-Barajas. Una de las peores consecuencias de tal demora es que obligue a cambiar el “slot” de salida del avión (horario asignado por el aeropuerto como hora de partida), ya que reasignar un nuevo “slot” se traduce en un retraso superior a las seis horas. Esto explica que, en ocasiones, sea el propio personal de tierra quien desautorice la bajada del avión, aunque la decisión final corresponde en última instancia al comandante de la aeronave.
Sin maleta, salida casi inmediata
Como queda de manifiesto, el equipaje es una pieza clave en la facilidad para poder desembarcar o no de un avión a punto de iniciar la maniobra de despegue. Si el personal en puerta ya se ha retirado, y si el vuelo se enfrenta a una demora segura por localizar las maletas de un viajero que se niega a emprender el vuelo, es “casi seguro” -en opinión de una sobrecargo a quien avala su dilatada experiencia profesional en la compañía aérea más importante de España- que se deniegue su salida del avión. Sin embargo, si el pasajero vuela sin maletas, o sólo con su equipaje a mano, el descenso del avión se contempla de una forma diferente (pues la operación resulta mucho más sencilla) y puede ser casi inmediato.
Aunque depende de cada caso particular, de la deferencia que quiera mostrar la compañía y de la decisión final del comandante de la aeronave, está claro -todas las fuentes coinciden- que todo es más fácil si el viajero no lleva equipaje. Pero si el pasajero toma la decisión antes de embarcar en el avión todo resulta más sencillo; en este caso, a la hora del cierre se comprueba que falta un viajero y se procede a bajar la maleta correspondiente.
Los motivos alegados para desembarcar
Las compañías “cumplen” operando un vuelo a la hora prevista, con el avión a punto y el catering preparado. Así es que, si se presenta un caso en que el viajero se niega a volar -asegura Borrella-, la tripulación auxiliar suele intentar por todos los medios tranquilizar al pasajero, y hacerle cambiar de opinión. Para ello, los tripulantes de cabina se sirven de todos los medios a su alcance, sin escatimar en ayuda médica y sanitaria, ni apoyo psicológico. Todo ello, sin olvidar el respeto debido a la intimidad del viajero, a quien finalmente se le reconoce el derecho a desembarcar.
Teniendo en cuenta las escasas facilidades que se conceden a quien desea desembarcar, un pasajero debe alegar un motivo grave para no volar. Los que se presentan con mayor asiduidad son:
- Crisis de ansiedad.
- Un miedo a volar que resulta insuperable en el último momento.
- Una llamada telefónica desafortunada, portadora de terribles noticias que empuja a su receptor a no continuar su viaje.
Pero hay otros motivos, menos dramáticos y de origen más práctico:
- Un retraso importante en el horario de salida del avión supone, en ocasiones, que un viajero se niegue a emprender un viaje innecesario que le impedirá llegar a tiempo a su cita. Es, por ejemplo, el caso de quien sabe de antemano que la reunión a la que se dirige se celebrará sin su asistencia, ya que la demora en la hora de salida del avión no deja lugar a dudas.
El cliente que baja de un avión “desiste de su vuelo” y pierde el derecho a efectuar una reclamación
- Un empeoramiento o repentina crisis en una enfermedad crónica pueden aconsejar al paciente no volar, y parece claro que no se puede obligar a viajar a este pasajero, al menos si un informe médico así lo aconseja. Aunque, y ahí está el problema, no existe normativa alguna que recoja un supuesto parecido.
La decisión final de permitir el desalojo de un pasajero depende, pues, del motivo alegado. Y más vale que sea una razón de peso y fuerza mayor, según insisten varios responsables de varias agencias de viajes, que coinciden en afirmar que “aunque el pasajero que decide no volar, tiene derecho a bajar del avión”, se considera que el cliente “desiste de su vuelo”, por lo que pierde todo derecho a efectuar una reclamación posterior.
Si el comportamiento del pasajero se considera agresivo, el comandante de la aeronave puede denunciarle
Los operadores de viaje aconsejan pensárselo muy bien antes de subir al avión, ya que una vez efectuado el embarque entran en juego otras consideraciones, como el derecho de los demás pasajeros a volar y llegar a la hora prevista a su destino, o el de la compañía aérea de cumplir su horario sin contratiempos. Y, en casos extremos, algunas compañías toman medidas legales contra el viajero que decide desembarcar. Más aún si el comportamiento del pasajero que desea abandonar el avión se considera agresivo, violento e injustificable; entonces, el comandante de la aeronave se reserva el derecho de denunciar al usuario y, además, los miembros de la tripulación pueden reclamar la presencia de agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado para controlar al pasajero.
Por tanto, si la decisión de abandonar la aeronave responde a una crisis nerviosa originada por un miedo indómito a volar, resultará más sencillo y resolutivo, como aconsejan los agentes de viaje “confiar en el poder de un tranquilizante, o encomendarse al cielo” antes que obstinarse en abandonar el avión