La hipertensión puede provocar importantes daños en el cerebro. Tener las cifras de presión arterial elevadas de forma persistente favorece, por distintos mecanismos, tanto un ictus como una demencia vascular. Los tratamientos antihipertensivos desarrollados en los últimos años han permitido controlar mejor la hipertensión, disminuir este riesgo e igualarlo al de la población general. No obstante, todavía es una causa muy importante de accidente cerebrovascular y deterioro cognitivo. La relación entre hipertensión y cerebro apenas se ha estudiado, a diferencia del impacto de la presión en el corazón y el riñón, que es bien conocida. Para profundizar en este campo, se ha constituido el Grupo de Estudio de Hipertensión y Cerebro (GEHC), de la Sociedad Española de Hipertensión y la Liga Española para la Lucha contra la Hipertensión Arterial (SEH-LELHA). Así lo explica en esta entrevista Cristina Sierra, coordinadora del GEHC y especialista senior del Servicio de Medicina Interna y de la Unidad de Hipertensión y Riesgo Cardiovascular del Hospital Clínic, de Barcelona
El aspecto más importante es que el ictus es la tercera causa de muerte en el hombre y la primera en la mujer. En global, entre ambos géneros, es la segunda causa de fallecimiento, razón suficiente por la que se puede considerar al ictus una de las mayores amenazas para la vida. Además, es una de las principales causas de morbimortalidad. Esto quiere decir que es la primera causa de pérdida de funcionalidad y de deterioro. La hipertensión también es la segunda causa de demencia vascular, después de la enfermedad de Alzheimer.
Se estima que entre un 25% y un 30% de la población española adulta es hipertensa. Este porcentaje aumenta de manera drástica a partir de los 60 años, de forma que la prevalencia de la hipertensión en ancianos oscila entre el 65% y el 70%. Es una proporción altísima.
“Entre un 25% y un 30% de la población española adulta es hipertensa”
La edad es el factor de riesgo más importante de enfermedad cerebrovascular, pero es inalterable. Ahora bien, hay otros factores de riesgo modificables y uno de ellos es la hipertensión: se ha demostrado que es el más relacionado con el desarrollo de un ictus o una enfermedad cardiovascular. La mayoría de personas que ingresan por un ictus son hipertensas.
La hipertensión es un factor de riesgo que puede provocar el envejecimiento prematuro de los vasos sanguíneos y disponerlos a la enfermedad. La hipertensión daña el cerebro por tres mecanismos distintos. Uno de ellos es que las cifras altas de presión pueden afectar a los pequeños vasos cerebrales, causar más arterioesclerosis y provocar un trombo que produzca un ictus de tipo isquémico. Otro motivo es que la elevación mantenida de la presión arterial en los vasos sanguíneos les envejece y, como consecuencia, se rompen, sangran y provocan una hemorragia cerebral. El tercer mecanismo es la propia hipertensión, un factor de riesgo para el desarrollo de fibrilación auricular, una arritmia muy frecuente. La fibrilación auricular es culpable de muchas embolias cerebrales, ya que provoca que se desprenda un trombo (o émbolo) del fondo del corazón y vaya al cerebro.
“La mayoría de las personas que ingresan por un ictus son hipertensas”
Sí. Cuando está bien controlada, el riesgo de sufrir un ictus es el mismo que el de una persona normotensa, que mantiene unos valores normales de presión sanguínea. Los tratamientos antihipertensivos han conseguido un mejor control de la presión arterial y, como consecuencia, la incidencia del número de casos de ictus ha disminuido. Aún así, los casos todavía son muchos, lo que explica que esta sea la tercera causa de mortalidad en hombres y la primera en mujeres.
Sin duda, es mayor en pacientes que, además de hipertensión, tienen otros factores asociados, sobre todo si padecen diabetes, tabaquismo y colesterol elevado.
Las personas con la presión arterial elevada, y no controlada, durante un largo periodo de tiempo pueden padecer un deterioro cognitivo al cabo de los años. Los mecanismos por los que ocurre aún están por demostrar, pero hay personas que tienen la presión arterial elevada y, sin sufrir un ictus, sufren alteraciones en los pequeños vasos sanguíneos. Esto les causa daño cerebral crónico y, a largo plazo, deterioro cognitivo.
“Cuando la hipertensión está controlada, el riesgo de ictus se equipara al del resto de la población”
La enfermedad de Alzheimer es la primera causa de demencia, mientras que la segunda es la demencia vascular, el ictus o las enfermedades cerebrovasculares, que están relacionadas con los vasos cerebrales arterioescleróticos. De hecho, algunas teorías apuntan que hay factores de riesgo cardiovascular, sobre todo cuando la presión arterial está implicada, en el desarrollo del Alzheimer.
Las dos consecuencias principales son las citadas: ictus y demencia.
Para profundizar en la relación entre hipertensión y cerebro. Explorar el cerebro para descubrir los mecanismos denominados etiopatogénicos (causantes) de las lesiones cerebrales asociadas es una empresa difícil: son mecanismos poco estudiados aún y la exploración cerebral está limitada. Son pruebas caras, agresivas y que no siempre están disponibles en todos los hospitales, unidades y centros de atención primaria. Uno de los problemas a los cuales nos enfrentamos es que la afectación precoz de la enfermedad cerebrovascular es difícil de estudiar. Las pruebas que deben realizarse no están bien definidas ni en las guías americanas ni en las europeas. No disponemos de suficientes evidencias en el caso poblacional para afirmar con rotundidad quién debe realizarse una resonancia magnética (RM) o doppler transcraneal.
El Grupo de Estudio de Hipertensión y Cerebro (GEHC) no solo se ha constituido para “concienciar a los ciudadanos, sino también a los propios compañeros de profesión, acerca del largo camino que nos queda por recorrer para profundizar en el conocimiento del daño que provoca la hipertensión es este órgano. Debemos detectarla lo antes posible para aplicar un tratamiento y evitar que provoque un ictus”, declara Cristina Sierra, coordinadora de este grupo.
Sin embargo, todavía no se dispone de las herramientas adecuadas. Son necesarios más estudios, protocolos de investigación y cursos de formación sobre este campo en todos los ámbitos sanitarios. De momento, “ya están diseñados algunos estudios epidemiológicos para conocer con más precisión la población que está afectada y los pacientes que han tenido ictus, así como para hacer prevención secundaria de un segundo ictus, donde mantener unas cifras de presión arterial es fundamental. De la misma manera, es necesario detectar las lesiones precoces del cerebro para aplicar el tratamiento más adecuado y minimizar sus consecuencias”, comenta Sierra.