La alergia a los fármacos va al alza y, antes de tomar un medicamento, es muy difícil saber si alguien va a ser alérgico. Una vez que se ha producido la reacción alérgica, la persona debe huir del “autodiagnóstico” y acudir a un alergólogo para que le haga un estudio y compruebe si es alérgica a determinado agente farmacológico. Si no lo es, se estará privando de un fármaco que quizás pueda necesitar para otro tratamiento, destaca Carmen Vidal, la especialista que se encuentra al cargo del Servicio de Alergología del Complejo Universitario Hospitalario de Santiago de Compostela (La Coruña).
Hay varios factores que pueden contribuir a este aumento de la alergia a los medicamentos. Uno de ellos es el consumo indiscriminado de fármacos por parte de la población, que no sigue los regímenes prescritos por el médico, sobre todo cuando utiliza antibióticos para tratar infecciones víricas o usa antiinflamatorios. En ocasiones, se toman cuando no están indicados, con una posología inadecuada o durante un tiempo inapropiado, lo que favorece la sensibilización a estos fármacos. Otro de los factores es la aparición de nuevos compuestos, de los que no se conoce bien su potencial alergénico.
La alergia a los fármacos afecta a entre un 5% y un 10% de la población aunque, de forma espontánea, son muchos más los pacientes que creen ser alérgicos a los medicamentos.
Porque el organismo reacciona de forma anormal frente a la administración de un medicamento, generando una respuesta que queda “guardada” y que aparece al volver a contactar con la sustancia en cuestión. Hay que tener en cuenta que nadie nace alérgico a los medicamentos, sino que se expone primero al medicamento, el organismo reacciona de forma anormal y la siguiente vez que vuelve a tener contacto con éste se desencadena la reacción. No obstante, la alergia también se puede producir por la aparición de anticuerpos IgE, como por una sensibilización de linfocitos.
En principio, salvo algunas excepciones, como los fármacos relajantes musculares para anestesia, no existe un mayor riesgo entre los pacientes atópicos para desarrollar alergias a los medicamentos. Se llama “atópico” al paciente que tiene una predisposición a desarrollar alergia frente a los agentes ambientales habituales. Y los medicamentos no son agentes ambientales habituales.
Las formas en que se manifiesta la alergia a los medicamentos no siempre son las mismas. En general, es común la aparición de manifestaciones cutáneas, dependiendo del tipo de reacción y el mecanismo implicado en la reacción. Dentro de esas distintas formas de expresarse de la alergia, la más común es la urticaria-angioedema. La urticaria se caracteriza por la presencia de ronchas o habones en la piel, similares a las que aparecen por contacto con las ortigas. El angioedema consiste en la presencia de hinchazón, que suele localizarse en los párpados y labios, aunque puede afectar a cualquier parte del cuerpo. Otra forma de presentación es la llamada erupción morbiliforme, similar a la que ocurre en los niños que sufren enfermedades infecciosas como el sarampión. Y, por último, existen otras formas específicas y que, al mismo tiempo, pueden llegar a ser más graves, como lesiones, ampollas o vesículas en la piel.
Si la reacción que observa no es grave, sólo tiene manifestaciones en la piel y no otros síntomas como dificultad respiratoria, debe acudir a su médico de atención primaria o al servicio de urgencias para que un médico visualice las lesiones cutáneas y aportar el nombre del medicamento que ha tomado. Después ha de guardar la información para ir a un especialista en alergología. Sucede a menudo que los pacientes tiran la caja del medicamento -no lo quieren volver a ver- y esto complica el estudio de la alergia, si no se conoce el fármaco en cuestión. Se debe acudir a los servicios médicos con la caja del medicamento hasta que se aclare su origen.
“Es muy importante tener el diagnóstico de ‘alérgico a’ por parte de un especialista en alergología”
En primer lugar, en confirmar que la reacción del paciente se ha debido al medicamento y no a otro factor coincidente. Los niños pequeños, por ejemplo, que con frecuencia tienen infecciones víricas, pueden presentar problemas cutáneos secundarios a la infección durante el tiempo que dura el tratamiento, de forma que se asocia la erupción a una alergia al medicamento. Los adultos, a menudo, toman varios fármacos a la vez. Esto puede dificultar establecer una relación de causa-efecto entre la alergia del paciente y el medicamento sospechoso. El estudio es más o menos complejo o sencillo en función del momento en que se realice la consulta, el tipo de reacción y la disposición de información.
Para las penicilinas disponemos de pruebas cutáneas con una buena rentabilidad diagnóstica. La Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica, SEIAC, ha publicado un tratado en el que se recogen las concentraciones de los fármacos que se deben emplear en caso de estudio, en busca de sensibilización. Esto se debe a que los medicamentos no se pueden emplear tal cual se encuentran preparados para su uso en la práctica diaria con finalidad diagnóstica porque, a esas concentraciones, resultan irritantes y provocan reacciones adversas.
No. A diferencia de las penicilinas, para muchos medicamentos las pruebas cutáneas no siempre son fiables y es preciso recurrir a una exposición controlada al mismo medicamento que supuestamente ha causado la alergia o de la misma familia, vigilando la aparición de lesiones. En cualquier caso, sólo el especialista puede valorar el riesgo de una posible reacción. Recordemos la máxima “primum non nocere” (lo primero es no hacer daño).
Por supuesto. Un concepto muy conocido entre los médicos es la reactividad cruzada, que consiste en que la reacción se reproducirá con exposiciones sucesivas al medicamento implicado o a aquellos relacionados. Sólo el especialista puede orientar de forma adecuada al paciente en este aspecto.
Es muy difícil, aunque con el uso correcto de los medicamentos se podría evitar la sensibilización a estos por un mal uso, como ciclos cortos de tratamiento o posologías mal realizadas. Pero es difícil porque, por definición, las reacciones alérgicas son imprevisibles.
No necesariamente. En ocasiones, la primera vez que se manifiesta la reacción alérgica es lo suficiente grave como para considerarla definitiva y no un simple aviso.
El tratamiento, que se puede realizar en atención primaria o en los servicios de urgencias, se realiza con la administración de adrenalina, antihistamínico o corticoides, en función de la gravedad. Pero la clave principal es no volver a contactar otra vez con ese medicamento.
Es una forma de tratamiento para aquellos pacientes que necesitan imperiosamente (por estar ingresados por una infección grave que compromete su vida y por la que pueden morir) una desensibilización transitoria de determinado fármaco, para poder “tolerarlo” y poder tratarse con él.
Esta inducción se realiza en el ámbito hospitalario, bajo vigilancia médica, con un especialista y una pauta concreta de medicación. El paciente no deja de ser alérgico a ese fármaco, pero puede recibirlo de forma transitoria para tratarse de una infección, por ejemplo, ya que si no lo tomara se pondría en riesgo su vida. El fármaco se le va dando en dosis crecientes con ciertos intervalos de tiempo, hasta que se resuelve el cuadro clínico. Pero debe quedar claro que sigue siendo alérgico y que tiene esta “etiqueta”.
Es fundamental que el paciente sepa a qué es alérgico. Las identificaciones siempre deberían estar presentes, por ejemplo en la propia tarjeta sanitaria. Es muy importante tener el diagnóstico de que se es alérgico a un medicamento por parte de un especialista. Muchos pacientes llevan consigo un listado interminable de medicamentos a los que dicen ser alérgicos, pero sin haberse hecho un estudio reglado de alergia. Insisto en que es el especialista en alergología el profesional cualificado para identificar y definir el tipo de reacción, y aconsejar de forma adecuada sobre el uso futuro de los fármacos en cada paciente. Lo ideal sería que estuviera apuntado en la historia clínica de acceso universal, pero esto, de momento, no es así.
Un interesante proyecto coordinado por Carmen Vidal, del Complejo Universitario Hospitalario de Santiago de Compostela, gracias al apoyo de Ángel Carracedo, de la Fundación Xenomica, tratará de identificar algún gen que esté implicado en la intolerancia a los AINES (antiinflamatorios no esteroideos) manifestada en forma de urticaria y angioedema. El objetivo de este ambicioso estudio, en el que participan más de 20 servicios de alergología de centros hospitalarios de toda España, es reclutar a más de 500 pacientes a lo largo de 2009.
“Se necesita un número muy amplio de pacientes y, a la vez, un número suficiente de controles para tratar de identificar el o los genes implicados en la intolerancia a estos medicamentos, los AINES”, explica Vidal.
En conclusión, según esta especialista, un buen estudio debe ser realizado por un alergólogo que, para ello, precisa una información que todos los pacientes deberían tener presente:
1. Nombre del fármaco implicado en la reacción, dosis y vía de administración.
2. Relación de otros medicamentos que el paciente hubiese estado recibiendo junto al fármaco sospechoso y en los días previos.
3. La razón (enfermedad) por la que se prescribió el medicamento.
4. Tiempo transcurrido desde el inicio del tratamiento (primera dosis del fármaco) y la aparición de la lesión.
5. Descripción del tipo de lesión cutánea: localización, presencia o no de picor en la piel.
6. ¿Cómo se resolvió? ¿Precisó tratamiento? ¿Dejó alguna lesión residual?
7. ¿Había tomado previamente ese medicamento u otro de la familia?
8. ¿Ha vuelto a contactar con el medicamento?
9. ¿Qué medicamentos ha utilizado desde entonces y no le han provocado reacción?