El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) se puede combatir con tratamientos muy eficaces. Su detección precoz, que se puede diagnosticar a partir de los 4 o 5 años de edad en los casos más graves, es el principal caballo de batalla en el manejo y atención. La colaboración de padres y profesores y la mejor formación de los profesionales médicos en la especialidad de psiquiatría infanto-juvenil son cruciales para mejorar tanto el diagnóstico como la atención al TDAH. Hoy todavía se diagnostica poco y tarde, según informa en esta entrevista Celso Arango, jefe de Sección de psiquiatría infanto-juvenil del Hospital Universitario Gregorio Marañón, de Madrid, director científico del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM) y secretario de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB).
Un porcentaje que ronda entre el 3% y el 5% de la población en edad escolar.
Se ha mantenido estable, pero la detección ha mejorado y el número de casos también ha aumentado. Es una patología muy determinada biológica y genéticamente y, a diferencia de otras, como la ansiedad o la depresión, que están condicionadas por los estilos de vida, la interacción con las familias, el afrontamiento de las dinámicas familiares, patrones educativos y factores psicosociales, el TDAH o el autismo son menos susceptibles al cambio.
Sí, todo aquello que se exterioriza es más frecuente en los niños y varones que en las niñas y mujeres. Ellas sufren más otros problemas como la depresión, que se expresan menos al exterior.
“Entre el 3% y el 5% de la población en edad escolar sufre TDAH”
A partir del quinto año de vida, se produce el desarrollo de una gran cantidad de sinapsis (conexiones neuronales) en el cerebro y una maduración del sistema nervioso central. Gracias a ello, poco a poco, se adquieren habilidades de autocontrol, la capacidad de atención mejora con la edad y muchos síntomas del TDAH disminuyen. Hasta el 70% de los TDAH desaparecen en la edad adulta.
Depende del contexto. Es una patología probablemente sobrediagnosticada en EE.UU., mientras que en otros países, al no haber una buena formación de pediatras y de especialistas en psiquiatría infanto-juvenil, está por debajo. No obstante, en los últimos años se han detectado, por primera vez, una gran cantidad de casos en adultos, en quienes no se habían identificado los síntomas antes. Esta enfermedad puede mantenerse en la edad adulta, pero nunca empieza en ella. No surge de repente, a los 17 o a los 24 años. Se desarrolla desde el nacimiento y comienza a manifestarse a partir de los 4 o 5 años.
Sí, sobre todo en los casos graves, a partir de los 4 o 5 años.
“Los fármacos disponibles son muy eficaces, aunque también es necesario realizar una intervención en el ámbito familiar y en el contexto escolar”
Bastante, porque siempre supone un problema en las patologías de la infancia y la adolescencia, en las que hay un retraso diagnóstico importante. Ello repercute en el pronóstico. Si el TDAH no se empieza a tratar de forma adecuada, se pierden unos años fundamentales. No es lo mismo diagnosticar a los 41 años una enfermedad que ha empezado a los 40, ya que un año a esta edad no es un período crítico, que tener un retraso diagnóstico de un año entre los 5, 6 y 7 años de vida. A estas edades, un año es primordial para la adquisición de habilidades y capacidades y, cuanto antes se pueda intervenir, menos problemas tendrán los niños afectados en la clase, con sus profesores y en su rendimiento académico, ya que irá menos retrasado respecto al resto de sus compañeros. Intervenir pronto es fundamental para el pronóstico.
Efectivamente. Es un factor para impedir su evolución crónica.
Suelen ser niños que muchas madres llaman “culos inquietos” porque no paran en ningún sitio, no pueden guardar un turno, necesitan hacer las cosas aquí y ahora, de forma inmediata. Cambian de manera constante de juguete: tienen uno en la mano, lo dejan y cogen otro. Si ven la televisión, empiezan a ver una película y al cabo de diez minutos se distraen. Son incapaces de estar más de cinco minutos leyendo o empiezan una actividad a la vez que otra y no son capaces de realizarla de manera sostenida.
El TDAH es una de las patologías mentales más agradecidas desde el punto de vista farmacológico, ya que con el tratamiento actual se consigue una eficacia mucho más alta que en otros trastornos como la depresión, la ansiedad u otros más graves, como la esquizofrenia o el autismo. La eficacia de los fármacos disponibles, como el metilfenidato, es muy alta, aunque también es necesario realizar una intervención en el ámbito familiar y, a veces, en el contexto escolar. La medicación sola no basta. Si un niño se sienta en el aula en primera fila, tiene menos posibilidades de tener un factor distractor. Si se puede eliminar la música y el ruido, también se distraerá menos, etc.
“A los afectados, todo lo que hacen les cuesta entre tres y cuatro veces más que al resto de la población de su misma edad”
Es fundamental reconocer el esfuerzo que realizan. En el caso de estos chicos, es como si tuvieran un motor interno que va a más revoluciones de lo habitual. Y han nacido así, no son culpables. Hacen un gran esfuerzo y todo lo que hacen les cuesta entre tres y cuatro veces más que al resto de la población de su misma edad. Es de vital importancia tener en cuenta cualquier logro para mejorar su autoestima, ya que, por su manera de ser, a menudo rompen cosas y es fácil que tengan una baja autoestima. Por lo tanto, en clase hay que fomentar su reconocimiento. También es de gran ayuda que hagan actividades deportivas, donde pueden liberar una gran cantidad de energía.
Sí los hay, y también grandes profesionales en psiquiatría.
La persona afectada puede llevar una vida normal, aunque le cueste más que a otra, porque el mismo TDAH le limite y sus posibilidades sean menores. Además, aunque pueda hacer una vida normal y alcance cierto techo, los afectados tienen que estar por encima de la media para que se note y sea reconocido. El TDAH interfiere en su desarrollo.
Una de las claves del retraso diagnóstico que acusan los niños afectados por el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es la escasa formación en psiquiatría infanto-juvenil que reciben los médicos en nuestro país. Hoy en día, una vez que terminan la carrera de medicina, estos profesionales se forman durante cuatro años más como especialistas en psiquiatría, pero durante ese período solo se forman cuatro meses en psiquiatría infanto-juvenil.
Este tiempo se considera insuficiente. En palabras de Celso Arango, “es excesivamente corto para tener una buena formación en niños y adolescentes, por las connotaciones distintas que tienen esas edades, cuando las evaluaciones son más complicadas, suceden cosas más graves y no basta con entrevistar al afectado, sino que también hay que hacerlo a padres y profesores”. Arango considera que un niño puede no ser lo suficiente hiperactivo como para que se le note cuando juega en casa, “pero sí en el colegio, donde debe permanecer muchas horas sentado y donde los maestros pueden detectar los casos más graves”.
La Administración debería poner el hilo en la aguja para mejorar la formación de los profesionales que se dedican al TDAH. No obstante, hace poco ha ocurrido un pequeño paso adelante: el reciente anuncio, por parte de la ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad, Leire Pajín, de que antes de acabar el año se aprobará la especialidad de psiquiatría infanto-juvenil. “Los médicos especialistas se formarán durante cuatro años en lugar de durante cuatro meses”, expone Arango. Esto permitirá mejorar la atención a los trastornos mentales de los niños y adolescentes, en general, y del TDAH, en particular.
Junto con la formación de los profesionales, otros factores claves que contribuyen a mejorar la atención del TDAH son: su detección precoz, el tratamiento integral y el trabajo en equipo, tanto por parte de los médicos de atención primaria como de los pediatras, médicos de cabecera y psiquiatras, así como de los educadores y profesores. Esta colaboración multidisciplinar es necesaria, puesto que este trastorno entraña riesgo de sufrir otras enfermedades y de consumo de sustancias.