Los ácidos grasos trans son una amenaza para la salud pública. Es algo que la comunidad científica sabe desde hace muchos años. No debería sorprender, por tanto, que la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) haya comunicado a la industria alimentaria de su país que debe retirar dichas sustancias de sus productos. ¿Por qué no sucede esto en España, salvo en empresas que, como EROSKI, optan por retirar las grasas trans de forma voluntaria? En el presente artículo se profundiza en esta grave cuestión, que afecta a millones de personas.
Origen de las grasas trans
La alimentación es fundamental para prevenir numerosos problemas de salud. Pero también puede generarlos, como sucede al consumir de forma habitual alimentos procesados que contienen ácidos grasos trans. Este tipo de grasas, que no desempeñan ninguna función en el cuerpo humano, aparecen en nuestra dieta por dos posibles vías. La primera es a través de la ingesta de cárnicos o lácteos, ya que los ácidos grasos trans se producen, por fermentación, en el rumen de los rumiantes. Y la segunda vía son los alimentos procesados que han sufrido determinados procesos de hidrogenación, llevados a cabo por la industria alimentaria.
Grasas peligrosas para la salud
Para la Autoridad Alimentaria de Seguridad Alimentaria (EFSA), estas dos fuentes de ácidos grasos trans suponen un riesgo para la salud, pero las grasas trans provenientes de la hidrogenación son las más peligrosas. En el artículo ‘Grasas trans, ¿dónde se esconden?’, publicado en EROSKI CONSUMER en abril de 2014, aparecen detallados diversos alimentos que, hoy por hoy, contienen este tipo de sustancias. Una «pista» para detectarlas es si entre el listado de ingredientes del alimento aparece la frase «grasas parcialmente hidrogenadas».
Las grasas trans son peligrosas porque incrementan el riesgo cardiovascular de forma clara y lineal (es decir, a más consumo, más riesgo). Es la razón por la que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró en 2010 que es necesario «eliminar las grasas y los aceites parcialmente hidrogenados de la cadena alimentaria». Por desgracia, todavía las toman a diario millones de europeos, según detallaron Stender y sus colaboradores en la revista BMJ Open. Y no hay visos de que esta situación mejore a corto plazo, como se amplía a continuación.
Se retiran del mercado americano, pero no del español
En 2006, el doctor Michael Dansinger exhortó a retirar las grasas trans de toda la cadena alimentaria americana. Lo hizo en la revista Medscape General Medicine, en un artículo titulado ‘Prohíban las grasas trans en 2007‘. Hoy, ocho años después, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) ha decidido que la industria alimentaria debe eliminar los aceites parcialmente hidrogenados de sus productos.
En España, sin embargo, no parece que vaya a suceder lo mismo. Aunque el Ministerio de Sanidad reconoce que «su consumo, incluso a niveles bajos, se asocia con un incremento del riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares», opta «por el buen hacer de la industria».
Vulnerabilidad de los consumidores
El primer paso que debería exigirse a los fabricantes es la declaración, en la etiqueta, de la presencia de ácidos grasos trans, algo que sucede en Estados Unidos desde 2006. Esta obligación no existe en nuestro país, por lo que esta coyuntura pone a la población española en una clara situación de indefensión. Pero aunque las etiquetas incluyeran esta información, no se estaría en el mejor escenario, porque los consumidores deberían entender que estas grasas son peligrosas para la salud.
Así pues, lo idóneo es retirar las grasas trans de los alimentos procesados. En España solo se limitan estas sustancias en preparados para lactantes y leches de continuación, pero deberían desaparecer de cualquier producto procesado. Existen empresas que han decidido eliminar de forma voluntaria las grasas trans de todos sus productos. Pero esto no es lo habitual. EROSKI lo hizo en 2009, año en que retiró de sus lineales 52 toneladas de grasas vegetales parcialmente hidrogenadas, y ha mantenido su decisión hasta hoy.
Pero, por desgracia, la iniciativa de EROSKI no es la norma, sino la excepción. Esto es perjudicial para todos los consumidores, sobre todo para los adolescentes y para las clases más desfavorecidas, porque su consumo de grasas trans es superior: alcanza el 6% de su ingesta energética, tal y como detallaron Barton y sus colaboradores en julio de 2011 (revista BMJ). Por su parte, Mozaffarian y su equipo constataron, en abril de 2006 en N Engl J Med, que basta un incremento de un 2% del consumo energético a partir de estas sustancias para que aumente el riesgo de sufrir una enfermedad coronaria en un 23%.
¿Es difícil retirar las grasas trans? No
De entre las excusas que declaran los fabricantes para no retirar las grasas trans, una de las más frecuentes es la dificultad de llevar a cabo este paso. Sin embargo, cuando la FDA americana obligó en 2006 a declarar las grasas trans en la etiqueta de los productos, «las empresas rápidamente redujeron la cantidad que añadían a los alimentos», según declaró en The New York Times, en febrero de 2014, la doctora Margaret A. Hamburg, una comisionada de la FDA. Esta rápida reacción se explica por el miedo de las empresas a que los consumidores dejen de comprar sus productos.
Pero un ejemplo más ilustrativo se encuentra en lo ocurrido en cinco países europeos: Austria, Dinamarca, Islandia, Suecia y Suiza. Sus respectivos gobiernos han prohibido en los últimos años la presencia de ácidos grasos trans en alimentos procesados. En el estudio de Barton, antes citado, se explica que los fabricantes de dichos países se han adaptado con rapidez, con facilidad y con un coste mínimo a la solicitud de retirar estas sustancias de sus productos.
¿Por qué, entonces, la resistencia a retirar estas sustancias de manera voluntaria? Es probable que guarde relación con el hecho de que las grasas parcialmente hidrogenadas mejoran el sabor, la textura y la durabilidad de los alimentos elaborados. Estas mejoras se pueden conseguir sin generar grasas trans, pero el cambio supondrá un coste (aunque sea mínimo) para las empresas, y por eso tiene tanto sentido, además de informar a la población, que exista una regulación legislativa que proteja de forma eficaz a los consumidores. Se puede, por tanto, emular al doctor Michael Dansinger, y solicitar lo siguiente a las autoridades sanitarias españolas: «Prohíban las grasas trans en 2015».
El efecto de la dieta sobre la salud resulta de un equilibrio entre dos fuerzas contrapuestas. Por un lado, están los alimentos cuyo consumo frecuente disminuye el riesgo de sufrir enfermedades crónicas, como es el caso de los alimentos de origen vegetal poco procesados. Y, por otro lado, se encuentran productos cuyo consumo habitual incrementa las posibilidades de enfermar, como es el caso de los derivados cárnicos, las bebidas azucaradas o, sin duda, los alimentos procesados que contienen ácidos grasos trans.
A la vista del mal camino que llevan nuestros hábitos de alimentación, y a la vista de las alarmantes tasas de obesidad que se padecen, pocos expertos dudarán en desaconsejar los cárnicos procesados o las bebidas azucaradas. Pero ninguno de ellos considerará razonable eliminar de la cadena alimentaria dichos productos, por lo que es preciso regular su publicidad y educar a la población para que pueda tomar decisiones libres pero bien informadas. Pero sí es razonable, factible y sobre todo urgente, retirar los ácidos grasos trans de los alimentos procesados.