Julio Basulto es dietista-nutricionista y centra su labor en la divulgación de conocimientos relacionados con la salud, la nutrición y la alimentación. Ha sido profesor asociado en la Universidad Rovira i Virgili y en su trabajo destaca un rasgo diferencial muy concreto: la constante búsqueda de la evidencia científica dentro del actual conocimiento, y por tanto, la obligación de estar actualizado. Esta cualidad, entre otras, le llevó en 2002 a proponer y más tarde liderar la creación del Grupo de Estudio, Revisión y Posicionamiento de la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas (GREP-AEDN). Hoy en día el GREP-AEDN es consultado a diario por profesionales particulares, por la industria y por la administración, y emite sus informes a la luz de la ciencia basada en la evidencia. En este sentido no son infrecuentes las consultas referidas al pretendido efecto que sobre la salud tienen diversos alimentos o nutrientes que aparecen en función de las diferentes modas.
La salud guarda relación con lo que comemos, sin duda. El enfoque que dio a la relación comida-salud el Ministerio de Salud Americano allá en 1988 es claro: “si estás entre los 2 de cada 3 adultos que no fuma o bebe en exceso, lo que comes afectará a tu salud a largo plazo más que cualquier otra opción”. Así de simple: comer bien mejora la salud. Comer mal, la empeora.
Sí, se puede cuantificar el efecto que la alimentación ejerce sobre la salud. Al menos 2,7 millones de muertes al año están causadas por un bajo consumo de frutas y hortalizas, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Dichos datos revelan que a nivel mundial, la baja ingesta de frutas y hortalizas causa aproximadamente un 19% de los cánceres gastrointestinales, un 31% de las cardiopatías isquémicas y un 11% de los derrames cerebrales. La OMS concreta más todavía y añade que una ingesta diaria de un mínimo de 400 g de frutas (sin incluir los zumos) y hortalizas previene: la obesidad, la enfermedad cardiovascular, el cáncer y la diabetes tipo 2.
El 42% de los europeos, según una encuesta de la Comisión Europea publicada en 2006, pensamos que nuestra salud puede alterarse en función de nuestra alimentación. Es una cifra que debemos esforzarnos en que aumente hasta convencer al 58% restante. Los datos señalan que los problemas de salud que más inquietan a los ciudadanos coinciden con los que preocupan a los planificadores de salud; las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y la obesidad.
El mensaje de las sociedades científicas de nutrición es que tomemos una gran variedad de frutas y hortalizas, pero jamás nos instan a ingerir un tipo de fruta o verdura en particular. Un alimento, de forma aislada, de ningún modo ejercerá prodigios en nuestra salud. Sí lo hará, a medio-largo plazo, una dieta rica en alimentos de origen vegetal. Pero incluso así, una dieta, por más saludable que sea, no hace milagros.
En fechas recientes la subdirectora general de Salud Pública, Doña María Eugenia López Delgado, indicó que mantener una alimentación rica en frutas y verduras, dejar de fumar y evitar el sedentarismo puede alargar la vida 14 años. Es decir, sí que podemos retrasar el envejecimiento con determinados alimentos: los vegetales. Tomemos una amplia variedad de ellos y nuestra vejez será más saludable. Frutas, hortalizas, frutos secos, semillas, legumbres, especias y cereales integrales (pan, arroz y pasta, entre muchos otros) han demostrado ayudar a prevenir, sin lugar a dudas, buena parte de las enfermedades crónicas asociadas al deterioro que se produce en nuestro organismo con el paso de los años.
Debo confesar que la primera vez que me preguntaron por ellas tuve que acudir al buscador de Internet, ya que no aparecían en ninguno de los libros de texto centrados en composición de alimentos que manejo. Las conocidas como bayas goji son el resultado de la recolección y desecado de los frutos de un arbusto que responde al nombre científico de Lycium barbarum, aunque también es posible que haya presentaciones comerciales con los frutos de Lycium chinense. En ambos casos se trata de dos especies arbustivas pertenecientes a la familia de las Solanaceas, familia que tiene una amplia representación en nuestro entorno (la planta de la patata, del tomate y del pimiento pertenecen a ella). No son más que frutas desecadas similares a nuestras tradicionales uvas pasas, pero de color rojo.
Nada. De las bayas goji se dogmatizan numerosas propiedades que son imposibles de cumplir (ayudar a perder peso, disminuir la presión arterial, etc.). Si fuese así, no serían un alimento, sino un medicamento. En tal caso, no podrían tomarse sin receta médica.
De un tiempo a esta parte gran parte de la cualidad “antienvejecedora” de los alimentos se ha asociado al carácter antioxidante de sus componentes y su capacidad para neutralizar los radicales libres. Así, en mayo de 2010 el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) publicó una pormenorizada base de datos en la que se reflejaba la capacidad de absorción de radicales libres de una extensa lista de alimentos. En esta lista están incluidas también las bayas goji y resulta destacable que la capacidad de absorción de radicales libres de estos frutos sea algo menor que el de las grosellas y mucho menor que el de las moras, por citar otras bayas silvestres más conocidas en nuestro entorno. Según este documento, las cerezas y los arándanos tendrían un carácter antioxidante semejante y las pasas de Corinto superior a éstas, más del doble. Y conste que estos son sólo unos pocos ejemplos, hay infinidad de ellos.
Una de las claves para retrasar el proceso de envejecimiento es priorizar el consumo de alimentos de origen vegetal, además de cumplir con un estilo de vida saludable. Al ser las bayas de goji un producto de origen vegetal contenían sustancias protectoras para nuestra salud, como fitoquímicos (que sabemos que tienen capacidad de bloquear los citados “radicales libres”, las sustancias que aceleran el daño celular). Pero no tendrán más fitoquímicos o “de mejor calidad” que cualquier otra fruta desecada. Atribuir a un alimento concreto propiedades terapéuticas es inducir a engaño al consumidor.
Se ha denunciado recientemente la inclusión de metales pesados y plaguicidas en determinadas muestras de estas bayas, si bien la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) ha respondido indicando que “no existe ningún riesgo inmediato para la salud”. Conviene esperar a tener más datos al respecto antes de emitir juicios precipitados. Sí creo que debería haber un mayor control en la importación de estos productos. Es preciso destacar además que en su respuesta, la AESAN ha añadido que “no existen evidencias científicas que avalen la publicidad sobre los efectos saludables que con frecuencia acompañan a este tipo de productos”.
Podemos remontarnos al año 2000 en que se publicó la Directiva 2000/13/CE para tener constancia legal de que el etiquetado, la presentación y la publicidad de los productos alimenticios “no deberán inducir a error al comprador respecto de las características o los efectos del alimento”, ni podrán atribuir a un alimento propiedades de prevención, tratamiento y curación de una enfermedad humana.
Diez años después de su entrada en vigor, infinidad de etiquetas, presentaciones y publicidades de alimentos en el mercado español incumplen dicha Directiva. Así pues, las declaraciones de salud de las bayas de Goji se suman a las irregularidades ya existentes. Quienes nos dedicamos a la alimentación confiamos en que surta efecto lo propuesto en el riguroso Reglamento de declaraciones nutricionales.
Sí, de hecho, muchas de las declaraciones sobre los supuestos efectos beneficiosos de este tipo de productos los hace el propio vendedor en su punto de venta por su cuenta y riesgo, a través de carteles, folletos, pizarras, etc. Algo que no aparece en los envases donde se comercializan. Este tipo de estrategias refleja, en definitiva, el interés económico de una transacción comercial en la que, en ocasiones, se cometen excesos informativos a diverso nivel: el productor, el envasador, el distribuidor y/o el tendero final.
El cumplimiento de este reglamento, que pretende garantizar la veracidad de las declaraciones de salud relativas a los alimentos, contribuirá a ayudar a los consumidores a realizar una selección alimentaria responsable, pero sin inducirles a error. La idea es que los mensajes de salud que lleguen a la población sean educativos (desde el punto de vista de la relación entre alimentación y salud), pero sin llevar a engaño respecto al efecto beneficioso declarado.
Sí, la verdad es que otorgo la misma desconfianza a cualquier atribución extraordinaria a un alimento. Considero que es muy posible que cuando la población toma alimentos cuyas promesas de salud son gloriosas, puede confiar tanto en ello que no vea la necesidad de cambiar su estilo de vida. De manera inconciente puede pensar, “ya tengo este comodín de salud, así que no hace falta que haga ejercicio o que deje de fumar”.
Mi consejo es que cultive una prudente actitud escéptica. Ningún alimento puede presumir de curar, rejuvenecer, dar vigor, vitalidad, tranquilidad o inducir el sueño. Para eso están los medicamentos, con sus respectivos prospectos enciclopédicos que advierten de sus propiedades, pero también de sus efectos secundarios y contraindicaciones.
Autor del libro “No más dieta” publicado el pasado mayo y dirigido al gran público, Basulto pone de relieve en el mismo “lo absurdo que resulta la actual proliferación y popularidad de los más variopintos tipos de dietas”. Dentro de lo que podría ser percibido como una situación paradójica, “las dietas ‘pseudomilagrosas’ de moda son mucho más conocidas por la población general que los patrones dietéticos para comer como es debido”, asegura.
Dietas para tener salud. Dietas para perder peso. Dietas para esculpir el cuerpo. Dietas para recuperar la juventud. ¿Hay dietas para comer bien? Con este sucinto planteamiento Julio Basulto y María José Mateo (co-autora) en su reciente publicación, incitan al lector a adentrarse en los porqués, causas y consecuencias de hacer caso de las más variadas estrategias dietéticas alejadas, la mayoría, del menor rigor científico.
En una parte de la sociedad en la que el culto al cuerpo y la persecución de la salud, entendida esta como la absurda negación de una evidencia connatural a todo ser vivo, el envejecimiento; es preciso encontrar sólidas referencias que muestren tanto a los profesionales sanitarios como a la población hasta dónde se puede mejorar la salud a través de la alimentación, asevera el dietista-nutricionista. Para ello “sólo hay que tener en cuenta los consejos, guías y recomendaciones de organismos y sociedades científicas de reconocido prestigio, y hacer caso omiso de modas, ‘revoluciones’ dietéticas, dimes y diretes”, concluye Basulto.