Las chimeneas funcionan por el principio de combustión. Para proporcionar calor emplean materiales sólidos como la leña o los pellets, líquidos como el gasóleo o gases como el butano y el propano. Pero además generan también suciedad y residuos que se depositan en la propia chimenea y en los conductos de evacuación de humos. Cuando esto ocurre, el riesgo de que los materiales acumulados prendan y propaguen el fuego es muy alto. Conviene vigilar con regularidad el estado de la chimenea y someterla a una limpieza profunda al menos una vez al año.
Más suciedad, menor rendimiento
El rendimiento de una chimenea sucia es menor. Se calcula que en una caldera con residuos cada milímetro de suciedad acumulada provoca una pérdida del 7% en el potencial calorífico del aparato. A largo plazo, la vida útil de una chimenea con depósitos de hollín se reduce.
No obstante, aunque los residuos afectan al buen funcionamiento del aparato, éste no es el mayor riesgo. En un conducto de evacuación de humos obstruido, los gases de combustión no salen al exterior de manera correcta, sino que permanecen en la estancia. El peligro radica en que son indetectables a simple vista porque carecen de color y olor, pero resultan muy perjudiciales para la salud.
Cuando se descuida la limpieza de una chimenea se favorece la acumulación de depósitos de hollín, resinas o alquitrán, que se inflaman con facilidad y llegan a originar incendios.
Cuándo y cómo limpiarlas
Se estima que en una caldera sucia cada milímetro de residuos acumulados provoca una pérdida del 7% en el rendimiento del aparato
El Reglamento de Instalaciones Térmicas en Edificios (RITE) aconseja que la limpieza de los conductos de humos y de las chimeneas se realice, como mínimo, una vez al año. La complejidad de la labor y las exigencias de seguridad que requiere esta tarea animan a encargar el trabajo a un profesional autorizado. No obstante, para facilitar el deshollinado es posible emplear distintos productos químicos (antihollín), que en ningún caso sustituyen a una limpieza profesional pero ayudan a un mantenimiento adecuado. Se vierten sobre las llamas del fuego y volatilizan la suciedad acumulada en las paredes.
Aunque la chimenea se limpie en profundidad una vez al año, hay que mantenerla siempre en buen estado. Si el aparato es de metal, hay que buscar signos de corrosión y comprobar que las paredes reflectantes carecen de abombamientos. En chimeneas de obra, se vigila la ausencia de manchas (negras o blancas) y grietas en los ladrillos exteriores. Otro indicador en el que fijarse es el grosor de los depósitos de residuos. Si superan cuatro milímetros, es aconsejable adelantar la limpieza profesional.
Los deshollinadores o fumistas emplean distintos métodos para limpiar las chimeneas. El más tradicional se lleva a cabo desde el tejado. A través del conducto, se descuelga un erizo de acero o de PVC que arrastra toda la suciedad acumulada. En la parte inferior de la chimenea se instala un captador de hollín que recoge los residuos.
Otra posibilidad es limpiar desde el interior de la vivienda para ganar seguridad. En este caso, se introducen los erizos enroscados en unas cañas flexibles que retiran el hollín y se recogen los residuos de la misma forma que con la anterior técnica.