La ciencia ha permitido, en los últimos años, dar un empuje a la investigación sensorial a través del desarrollo de narices electrónicas, sensores químicos muy sensibles capaces de reconocer olores o sabores específicos en distintos alimentos, de forma más precisa que el olfato humano. Uno de los últimos trabajos que se realiza en este campo es el desarrollo de una “nariz electrónica” capaz de detectar patógenos en la cadena alimentaria, y está previsto que pueda llegar a detectar también pesticidas. El artículo explica cómo pueden detectarse toxinas en el aire y cómo algunos nanosensores pueden detectar olores en los alimentos.
La nanotecnología, que trabaja a una escala menor de entre uno y 100 nanómetros, se ha aplicado en algunos alimentos para el desarrollo de biosensores innovadores a partir de nanoestructuras, superficies que facilitan los sistemas de control de calidad de alimentos. Uno de los desarrollos en este campo son los nanosensores y, con ellos, de las narices electrónicas, que han dado resultados prometedores en la detección de productos alertados con elevadas concentraciones de patógenos, además de servir como herramientas para identificar olores en sectores como el vinícola. A través de los sensores de las narices electrónicas, además de analizar compuestos volátiles, es posible identificar la aparición de patógenos. Se trata de otro sistema de control de calidad, a través de métodos de detección distintos. En el caso de los pesticidas, el nanosensor podría llegar a «detectar pequeñas cantidades de sustancias nocivas en el aire, como pesticidas o fugas de gas».
Detección de toxinas en el aire
Los expertos pretenden detectar compuestos orgánicos volátiles específicos que liberan las plantas a ciertas temperaturas
Una de las principales características que persiguen los nanosensores desarrollados por los expertos estadounidenses es que, gracias al uso de nanotubos de carbono, 100.000 veces más finos que el cabello humano, sea posible detectar toxinas en el aire en niveles por debajo de 1 parte cada mil millones. El objetivo de la investigación es detectar compuestos orgánicos volátiles específicos que liberan las plantas cuando llegan a determinadas temperaturas. Por tanto, no solo se centran en los pesticidas, sino en también en otros productos químicos en plantas que se usan para la alimentación o la medicina.
Lo que se consigue con una nariz electrónica es unir los datos que proporciona el método químico y el sensorial, que es el reflejo de lo que sería aceptable o no por los sentidos y de lo que supondría un riesgo para la salud por la acumulación de sustancias químicas o la presencia de patógenos. Hasta ahora, una de las dificultades en el control de contaminantes presentes en la cadena alimentaria es contar con sistemas rápidos y fáciles de usar. Además de aplicar la técnica en el campo de la seguridad alimentaria, los expertos confían también en que los avances conseguidos puedan aplicarse a distintas actividades, como la detección de fugas de gas, emisiones de combustión o alertas bioterroristas.
Nanosensores que detectan olores
La llegada de nuevos sensores ha permitido desarrollar sistemas olfativos capaces de mejorar la capacidad de distinguir mezclas complejas de sustancias volátiles. Uno de los más recientes lo han desarrollado expertos de la Universidad Politécnica de Valencia y la Universidad de Gävle (Suecia). Este nuevo hallazgo consiste en una nariz electrónica con capacidad para identificar los olores de las peras y las manzanas troceadas. Está compuesto por un total de 32 sensores que facilita la identificación de los olores de estas frutas. Los expertos sugieren que se trata de un punto de partida para otras investigaciones aplicadas en campos como el vitivinícola, para el que podría usarse para distinguir la calidad de la uva o el tipo de uva.
Dentro del mundo “nano” se encuentran los nanomateriales. En el campo de la alimentación, se usan sobre todo para el desarrollo de envases en contacto con alimentos. Los nanomateriales son, según define la normativa, ” un material natural o fabricado que contiene partículas, sueltas o aglomeradas, en el que el 50% o más de las partículas presentes tienen un tamaño entre un nanómetro y cien nanómetros”. Esta definición la proponía la Comisión Europea en 2012, después de considerar necesaria una legislación específica para este tipo de materiales.
Entonces, la Comisión Europea ya informaba que los nanomateriales son sustancias “hasta 10.000 veces más pequeñas que el diámetro de un cabello humano”, que pueden usarse tanto para crear nuevos alimentos como para nuevos envases destinados a una mayor protección y conservación. La investigación también se ha centrado en el tratamiento de las propiedades sensoriales de los alimentos, así como si se pueden mejorar algunos de los valores nutricionales.