Los plaguicidas son sustancias utilizadas en la producción de alimentos para controlar plagas de insectos, roedores, malas hierbas, bacterias y hongos. Su uso está regido por normativas y controles que garantizan que son seguros y que los límites que se detectan son muy inferiores a los considerados como perjudiciales. Para proteger a los consumidores de estas sustancias, la Organización Mundial de la Salud (OMS) examina los datos científicos de los que se dispone y establece límites máximos de residuos (LMR), aceptados a nivel internacional. El artículo explica cuáles son las prioridades de la OMS en torno a los plaguicidas y cómo reducir la exposición en los cultivos y la alimentación.
Según la OMS, en todo el mundo se usan más de 1.000 plaguicidas para evitar que las plagas destruyan cosechas y cultivos. Algunos de los pesticidas más antiguos, como el DDT, cuya utilización ya no está permitida, pueden permanecer en el suelo y el agua durante años. Su toxicidad depende sobre todo de su función, de la cantidad empleada y del modo de exposición (ingestión, inhalación o contacto directo con la piel). Los efectos nocivos de los plaguicidas se producen a partir de determinado nivel de exposición.
Según la Asociación Europea de Protección de Cultivos (ECPA), hasta el 40% de los cultivos de todo el planeta se pierden cada año a causa de plagas y enfermedades de las plantas, incluso con el uso de pesticidas. Desde el año 2014, el manejo integrado de plagas (IPM) incluye el empleo responsable de plaguicidas y soluciones de biotecnología vegetal. Los controles y acciones realizadas sobre estas sustancias en los últimos años han permitido llegar a conclusiones como a la que llegó en 2016 la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA): «El 97% de las muestras de alimentos recogidas en la Unión Europea (UE) no contienen residuos de plaguicidas ni contienen trazas que no se encuentren dentro de los límites legales».
Prioridades sobre el uso de plaguicidas
En la UE, cada año la EFSA elabora un informe sobre el uso de plaguicidas. El último de ellos confirma que más del 97% de las muestras de alimentos evaluados contienen niveles de residuos de plaguicidas dentro de los límites legales, que garantizan un gran margen de seguridad. Es importante que estas sustancias, que se aplican de forma deliberada en el medio ambiente y que pueden ser tóxicas, se controlen y reciban un seguimiento regular. La OMS tiene dos objetivos claros:
1. Hacer que se prohíban los plaguicidas más tóxicos para el ser humano y los que permanecen más tiempo en el medio ambiente.
2. Proteger la salud de los consumidores a través del establecimiento de límites máximos de residuos (LMR).
Estos límites hacen referencia a los niveles superiores legales de una concentración de residuos de plaguicidas en alimentos o piensos. Para establecerlos, se tienen en cuenta buenas prácticas agrícolas para una menor exposición del consumidor sin que ello afecte a la protección de los cultivos. Estos niveles se establecen cuando el producto está listo para consumir. Según la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), los LMR se refieren a límites toxicológicamente aceptables, no a límites toxicológicos, es decir, representan la cantidad máxima de un residuo que puede encontrarse en un producto alimentario de origen vegetal o animal como consecuencia del uso legal. Debe tenerse en cuenta, por tanto, que superar estos LMR no siempre es sinónimo de un riesgo para la salud porque no representan la cantidad máxima de la sustancia activa que puede ser perjudicial.
Dentro de la categoría de plaguicidas se incluyen insecticidas, herbicidas o fungicidas. La OMS clasifica los plaguicidas en:
Ia: sumamente peligroso.
Ib: muy peligroso.
II: moderadamente peligroso.
III: ligeramente peligroso.
Cómo prevenir la exposición a plaguicidas
La alimentación es una de las principales vías de exposición a los plaguicidas. Pero también lo es la aplicación de estos productos en cultivos. Las personas que administran estas sustancias deben seguir las instrucciones de uso de los plaguicidas y protegerse con guantes y máscaras siempre que sea necesario.
Para reducir la exposición a través de los alimentos, la recomendación es llevar una dieta variada y pelar o lavar las frutas y hortalizas, una práctica que, según la OMS, reduce de manera significativa no solo la exposición de plaguicidas, sino también otras fuentes de peligro como las bacterias patógenas.
El lavado con agua reduce la presencia de tierra, gérmenes y residuos de pesticidas que están en la superficie de frutas y verduras. Por tanto, lavar la fruta o la verdura bajo el agua corriente es más efectivo que si se ponen en remojo en un recipiente. Los residuos de plaguicidas se adhieren mejor a las frutas que tienen cáscaras cerosas o suaves, pero si estas se han tratado con ceras, es posible que algunos residuos queden atrapados debajo. Según el Centro Nacional de Información sobre Pesticidas estadounidense (NPIC), un acuerdo de cooperación entre la Universidad Estatal de Oregón (OSU) y la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA), aunque algunos jabones o detergentes se han diseñado para quitar estos residuos, «no se ha comprobado que sean más eficaces que el agua por si sola». Los expertos aseguran que el agua es muy eficaz en quitar algunos residuos superficiales.