Como ocurre en otras enfermedades, las urgencias a menudo son la puerta de entrada al sistema sanitario y donde se descubre que, a pesar de su corta edad, niños y adolescentes también pueden sufrir un trastorno mental. En torno al 20% de este grupo de población está en riesgo de padecer algún trastorno mental y este porcentaje aún podría ser más elevado en el caso de los adolescentes de entre 12 y 17 años.
En los últimos años, en las urgencias psiquiátricas infantiles y juveniles se ha observado un incremento de trastornos de conducta y de ansiedad. Ahora bien, esto no significa que no estén aumentando cuantitativamente, sino que los psiquiatras infantojuveniles, otros profesionales sanitarios -como el pediatra- y los adultos del entorno del niño -en las escuelas, por ejemplo- están más alerta y son más sensibles y eficaces en su detección, tal y como explica Luis Miguel Martín, director de Línea de Primaria y Programas Especiales de Salud Mental del Instituto de Psiquiatría (IAPS) que dirige Antoni Bulbena en el Hospital del Mar.
Sin embargo, la mayor detección de trastornos mentales en los más pequeños y en los adolescentes también puede tener relación con los modelos educativo y social actuales, donde no hay referentes claros y se observa una baja tolerancia a la frustración, que puede llevar al niño a exaltarse y presentar problemas de conducta. Los adolescentes, además, pueden mostrar una personalidad alterada o estar sumidos en un estado de aislamiento, irritabilidad, cólera e, incluso, sufrir sintomatología física, debido al consumo de sustancias tóxicas.
Otra fuente de problemas mentales en los niños y púberes es el estrés que, de entrada, parece un problema propio de los adultos. Con todo, hay niños sin capacidad para tolerar la presión que también pueden sufrirlo, ya que los mayores se lo pueden transmitir a través del entorno educativo.
Urgencias: puerta de entrada
Los niños y adolescentes llegan a urgencias por conductas de riesgo, cuadros de agitación, agresividad y cólera desproporcionada
Una parte de los problemas relacionados con la salud mental de niños y adolescentes se descubre por primera vez en los servicios de urgencias. A menudo, son la primera puerta de entrada al sistema sanitario para este grupo de la población, en especial, para los adolescentes que gozan de cierta autonomía y que se resisten a acudir a al médico -a menos que tengan un problema grave. En el caso de la población pediátrica, en cambio, lo más común es que el pediatra, desde la consulta de atención primaria, se percate de que sufren algún trastorno mental. Asimismo, también es frecuente que, cuando una madre o un padre, observe una sintomatología más aparatosa, fuera de lo común, acuda a urgencias.
Por lo general, en España hay pocas urgencias psiquiátricas infantiles y juveniles especializadas. El hecho de que ni siquiera se haya creado la subespecialidad de psiquiatría infantil y juvenil no favorece la implantación del servicio. «La psiquiatría infantil está poco diferenciada. Se ha dicho tradicionalmente de la psiquiatría que es la ‘hermana pobre’ de la medicina, así que la infantil está en la cola», declara Martín.
Por esta razón, niños y adolescentes que necesitan atención urgente entran en los hospitales por urgencias generales, ya que todavía son pocos los centros que cuentan con servicios diferenciados y, aún menos, los que disponen de psiquiatría exclusiva para población pediátrica y adolescente. A pesar de esta situación asistencial, la atención es cada vez más eficiente en la detección de los trastornos mentales en menores.
Síntomas de emergencia
Los motivos más frecuentes que llevan a este grupo de población al servicio de urgencias son las conductas de riesgo de infligirse daño a sí mismos o a los demás, los cuadros de agitación, agresividad y las reacciones desproporcionadas de cólera. Junto a estos cuadros más aparatosos, es posible que algunos niños y adolescentes lleguen por algún síntoma físico y que, tras la exploración, se les diagnostique un cuadro de ansiedad.
Ahora bien, los problemas mentales no se manifiestan del mismo modo que en los adultos; si un niño está triste, puede presentar dolores inespecíficos, de estómago, problemas al respirar, pinchazos en el tórax e, incluso, puede bajar su rendimiento escolar y no querer ir al colegio. Una vez en la consulta, sea de urgencias o de atención primaria, el profesional trata de crear un clima de serenidad y empatizar con el afectado, teniendo en cuenta que, para los menores, un centro sanitario es un lugar poco agradable y hostil.
En estos primeros momentos, la principal misión del profesional es ganarse su confianza para realizarle una entrevista terapéutica, en la que se le pregunta cómo se siente, qué piensa y cómo ha llegado hasta allí. Algunos niños tienen miedo, de modo que el profesional sanitario también debe trabajar para restarles este temor. En cuanto al tratamiento, la familia supone un pilar fundamental.
Aunque es importante trabajar con la familia, «si el niño insiste en que quiere estar solo, se le respeta, pero siempre se deja un resquicio para rescatar a la familia y mantener una entrevista con ella, pues el problema también afecta a su entorno», opina Martín. La familia debería ser una ayuda para su tratamiento y, si no, habría que buscar la forma de reconducir la situación, añade el experto.
Los niños con problemas mentales pueden precisar tratamiento farmacológico que, salvo algunos casos en los que es preciso tranquilizarles en urgencias, se suele prescribir desde atención primaria. Sin embargo, la Sociedad Española de Pediatría y Atención Primaria informó en 2007 de que el 30% de los padres se niegan a dar psicofármacos a sus hijos con depresión. Luis Miguel Martín, del IAPS, admite que se trata de una cuestión controvertida: en las fichas técnicas de los psicofármacos no constan indicaciones para niños ya que, por razones de seguridad, apenas se realizan ensayos clínicos en menores, al igual que ocurre con otros fármacos. En este contexto, el experto asiente que es lógico topar con esta actitud reticente.
No obstante, en momentos determinados, cuando un niño con un trastorno mental se muestra nervioso, es probable que el tratamiento farmacológico sea ineludible. Cuando está bien indicado, contribuye al tratamiento psicológico de los pacientes pediátricos, en cambio, “no tomarlo es restar una oportunidad en su mejoría y además existe el riesgo de que el trastorno no se pueda resolver”, declara Martín, que insiste en que todo ello debe considerarse siempre.
Para animar a niños y progenitores a cumplir con el tratamiento, es fundamental contar con un buen referente clínico, es decir, con un profesional que transmita seguridad al afectado y su familia. Es lo que marca la diferencia entre una buena adherencia al tratamiento -que el paciente se lo tome- y su incumplimiento.