La fiebre, motivo de consulta más frecuente en todos los niveles asistenciales, tanto en atención primaria como en los servicios de urgencias, no deja de ser un proceso adaptativo del organismo que ayuda a lidiar contra virus y bacterias que invaden el cuerpo. Conocer los mecanismos de la fiebre, cuál es la manera más fiable de medirla, sus límites y cómo actuar en cada situación ayudará a proceder de forma apropiada.
Realizar actividad física intensa, sentir emociones fuertes, el consumo de alimentos o algunos medicamentos, exponerse a temperatura ambiente elevada con humedad alta, la recepción de calor proveniente de maquinaria industrial, sufrir un golpe de calor, además del abuso de algunas sustancias -como anfetaminas- y padecer síndromes de abstinencia de sustancias psicotrópicas son algunas de las causas del aumento de la temperatura, sin obviar, evidentemente, las infecciones, tanto víricas como bacterianas.
La temperatura corporal no es una cifra inamovible. Al contrario, sus valores fluctúan a lo largo del día (es más alta por la noche); por la edad del paciente (de los seis meses a los dos años la variación diaria es de casi un grado); en mujeres, el ciclo menstrual puede elevar la temperatura un grado o más; y según el lugar dónde se toma, sin que ello represente ningún problema de salud. La temperatura promedio del organismo se sitúa entre 36º C y 37º C. Pero, ¿cuándo se considera que hay fiebre?
Febrícula, fiebre e hipertermia
Hablamos de febrícula, «décimas», cuando la temperatura axilar se encuentra entre los 37º C y los 38º C. Cuando el valor se incrementa por encima de los 38º C se considera fiebre. Este incremento está desencadenado por el hipotálamo, nuestro «termostato» interno, una glándula situada entre los dos hemisferios cerebrales que se encarga de regular la homeostasis, una serie de procesos que mantienen las condiciones internas -vitales- constantes.
La medida rectal es el mejor indicador de la temperatura corporal central
El hipotálamo, en presencia de pirógenos (exógenos, en el caso de virus y bacterias), compuestos que producen la fiebre, se activa y ordena al organismo que produzca más calor mediante el aumento del metabolismo. Cuando el hipotálamo pierde este control de la regulación de la temperatura corporal, con un aumento que supera la capacidad del organismo de eliminar calor, estamos ante un cuadro de hipertermia, con cifras de temperatura corporal superior a los 40º C. A diferencia de lo que ocurre con la fiebre, la hipertermia es resistente al efecto de los fármacos antipiréticos, como el paracetamol. Este cuadro, fuera de control, reviste gravedad.
Ante fiebre de entre 38º C y 39º C, el organismo responde con rubor, aumento de la frecuencia cardiaca (taquicardia) y de la frecuencia respiratoria (taquipnea). Superados los 39º C, personas con epilepsia y
La medida rectal está considerada como el mejor indicador para determinar la temperatura corporal central. Las temperaturas tomadas en la axila y en el oído no son indicadores fiables, ya que ofrecen sólo una medición indirecta. Los valores tomados en la cavidad oral (siempre unos 0,4º C menos que la temperatura rectal) pueden estar alterados por comer, beber, fumar e, incluso, respirar por la boca. No obstante, con independencia de allí donde se mida, la determinación de la temperatura tendrá que ser siempre en la misma zona y con el mismo termómetro.
Tratar la fiebre, medida controvertida
Debido a que la fiebre es un mecanismo protector, su tratamiento es una cuestión controvertida entre la comunidad facultativa. Las bacterias necesitan, para multiplicarse, grandes cantidades de hierro y cinc, pero ante una situación de fiebre, el hígado y el bazo no los liberan. La misma fiebre que hace incrementar el metabolismo corporal facilita todo el proceso curativo. En un estudio reciente publicado en «Surgical Infections», los autores sugieren que el tratamiento activo de la fiebre puede aumentar la mortalidad en pacientes críticos. Una de las causas por la que los facultativos evitan tratar la febrícula de manera sistemática es porque puede enmascarar signos y síntomas clínicos importantes.
Sin embargo, ante pacientes con enfermedades concomitantes, ya sean respiratorias, cardiovasculares o anemia, se suele tratar para disminuir la demanda de oxígeno del organismo. Otra razón de peso para administrar tratamiento es el confort del paciente: hay personas que se sienten muy decaídas ante un aumento de la temperatura, por leve que sea. Entre los fármacos de elección se encuentra el paracetamol, el ibuprofeno y el ácido acetilsalicílico. A pesar de ser tan comunes en los botiquines de la mayoría de hogares, los expertos insisten en la necesidad de leer atentamente los prospectos, ya que todos ellos conllevan efectos secundarios de diversa índole.
En un estudio randomizado y doble ciego, publicado recientemente en «Archives of Pediatric and Adolescent Medicine», sobre la eficacia del tratamiento de la fiebre en lactantes y niños pequeños los autores concluyen que la mejor medida es la administración de dos fármacos antipiréticos alternos (ibuprofeno y paracetamol cada cuatro horas y durante tres días) frente al uso de uno sólo.
El uso de los tradicionales termómetros de mercurio llega a su fin. No obstante, aunque todas aquellas herramientas de medición que contengan mercurio dejaron de fabricarse en la Unión Europea, algunos usuarios pueden seguir utilizándolos. El responsable de que Bruselas tomara esta medida fue el mercurio, un elemento tóxico que no se degrada y se dispersa cuando los termómetros se tiran a la basura en lugar de hacerlo en un punto limpio, contaminando el entorno y llegando, incluso, a la cadena alimentaria (sobre todo en los peces).
En el mercado pueden encontrarse termómetros digitales y electrónicos, con características específicas. Los termómetros digitales son los más fiables y se pueden colocar en la boca, el recto o la axila. Otra opción son los termómetros electrónicos de oído, que miden la temperatura en el tímpano, aunque sólo se recomienda para bebés de más de tres meses.
A pesar de que son muy populares por su comodidad, tal y como ya concluía una revisión sobre la eficacia de los diferentes tipos de termómetros publicada en “The Lancet”, los resultados obtenidos son menos fiables que los digitales. Este termómetro utiliza un sensor infrarrojo que detecta el calor emitido desde el tímpano y su periferia, por lo que es importante apuntar hacia esta membrana, en el interior del oído. El canal auditivo (por donde pasarán los rayos infrarrojos) de los niños es recto, por lo que el termómetro debe insertarse perpendicularmente en relación a la cabeza; sin embargo, el de los adultos es algo curvo por lo que será necesario enderezar el canal auditivo tirando suavemente de la oreja hacía atrás.
Hay otras presentaciones en el mercado, pero de eficacia limitada, como son los termómetros con forma de chupete, puesto que es difícil que el niño lo mantenga quieto y el resultado puede no ser el correcto. Otra opción son los termómetros de tira plástica, que cambian de color para indicar la temperatura. Este último está considerado por los expertos el método menos fiable; sólo hay que colocar la tira plástica en la frente y después de un minuto leer el resultado.
La temperatura corporal se suele medir en cuatro zonas del cuerpo:
En la boca: se coloca el termómetro bajo la lengua y se cierra la boca. Se debe respirar a través de la nariz y utilizar los labios para mantener el termómetro bien fijo en su lugar. Se deja el termómetro en la boca durante tres minutos o hasta que se oiga la señal electrónica del dispositivo.
En el recto: recomendable para bebés y niños pequeños que no son capaces de sostener el termómetro en la boca con seguridad. En posición boca abajo, en una superficie plana o sobre el regazo, se separan los glúteos y se inserta el extremo del termómetro, lubricado con vaselina si es preciso, 1,5 cm aproximadamente en el canal anal. Después de tres minutos o cuando se escuche la señal electrónica se retira.
En la axila: se coloca el termómetro en la axila con el brazo presionado contra el cuerpo durante unos cinco minutos. Esta localización es la que da valores menos exactos.
En el oído: además de las diferencias anatómicas entre niños y adultos que hay que tener en cuenta en la toma de temperatura, no puede utilizarse si hay alguna patología (otitis o infección) y conviene asegurarse de que siempre se mide en el mismo oído.