Los platos más apetitosos y las tentaciones menos recomendables desde un punto de vista saludable podrían dejar de estar limitados, al menos, respecto al proceso imaginativo de su consumo. Frente a la creencia general de que tener ideas redundantes sobre comer un alimento es poco beneficioso para sus circunstancias, un reciente estudio científico propone una alternativa. Los resultados afirman que imaginar que se come un determinado producto puede ayudar a ingerir menos del mismo cuando se dispone de él. La habituación en el consumo de éste, la reducción gradual en el ansia de comer más, puede obtenerse en cierto grado al hacer uso de la imaginación mientras se recrea, con todo lujo de detalles, su ingesta. Estas conclusiones abren la puerta a más estudios que ayuden a dar una mejor respuesta en el tratamiento de trastornos de la conducta alimentaria, como la ingesta compulsiva, adicciones u obesidad.
Las tentaciones como aliadas
Cuando se limitan y restringen algunos alimentos de la dieta, es frecuente pensar que se deben evitar todas las recreaciones imaginativas relativas a su consumo. La razón que guía este tipo de conductas está basada en la creencia de que recrear su consumo puede ocasionar un mayor riesgo de sucumbir a la tentación de su consumo real o, incluso, causar graves cuadros ansiosos. La mera representación en la imaginación del consumo de un sabroso solomillo, jugoso y tierno, de un dulce de chocolate o una bolsa de chucherías, estimula la salivación y aumenta su deseo. La mayoría de los ciudadanos creen que imaginar que se consume un producto apetitoso aumenta la magnitud de una posible respuesta hedónica inmediata, es decir, incrementa la probabilidad de un consumo mayor del producto cuando se tenga al alcance.
Sin embargo, los resultados de un reciente estudio científico realizado por investigadores de la universidad de Carnegie Mellon, en Pittsburgh (Estados Unidos), y publicados en la revista ‘Science’ ponen de manifiesto que quizá esta asociación de ideas no sea del todo cierta («imaginar consumir» igual a «consumir más») y propone utilizar las tentaciones como aliadas. En sus conclusiones, los individuos que imaginaron comer chocolate terminaron por ingerir menos cantidad de este alimento cuando lo tuvieron a su alcance, que quienes se imaginaron a ellos mismos en otras acciones distintas.
El estudio en detalle
El diseño del estudio estuvo caracterizado por la realización de cinco experimentos bien diseñados y controlados:En el primero de ellos se reunió a dos grupos de voluntarios (con 51 participantes) y se les invitó a que imaginaran dos acciones diferentes: a los miembros de uno de los grupos se les pidió que imaginaran comer tres pastillas de chocolate, de forma pormenorizada y con todo lujo de detalles, y al segundo grupo se le pidió lo mismo, pero con 30 pastillas. Con posterioridad, se puso a disposición de los participantes un bol generoso de chocolatinas y se les indicó que podían comer cuantas quisieran. El resultado fue que el grupo que había imaginado comer más pastillas (30) consumió menos que el primero, que imaginó comer tres.
En un segundo experimento se invitó a un grupo a imaginar que comía chocolate y al otro, se le pidió imaginar que introducía monedas en una lavadora para hacerla funcionar (en el marco de una lavandería). Tras el ejercicio, se dispuso otra vez un bol de pastillas de chocolate al alcance de todos los participantes. El grupo que se imaginó a sí mismo con los dulces comió una cantidad menor que el grupo que se imaginó que manipulaba monedas.
En experimentos posteriores, en el mismo estudio, se trató de contrastar si las diferentes respuestas de consumo posteriores al ejercicio de imaginación dependían del alimento que se escogía para realizarlo. Se formaron cuatro grupos y, a los dos primeros, se pidió que se imaginaran a sí mismos mientras comían 3 y 30 chocolatinas, respectivamente. A los otros dos se les pidió que se imaginaran a sí mismos mientras ingerían 3 y 30 dados de queso. Con posterioridad, se les ofreció comer a todos los grupos de un bol que contenía pequeñas porciones de queso. El resultado en esta ocasión fue, por un lado, que no hubo diferencias apreciables en el consumo de queso entre los dos primeros grupos que habían imaginado comer chocolatinas y, en sentido contrario, que sí hubo diferencias entre los participantes a quienes se indujo la recreación del consumo de queso. Quienes imaginaron que habían comido tres dados, tomaron una cantidad significativa mayor de queso que quienes habían imaginado comer 30.
Conclusiones y aplicaciones
Con frecuencia, el consumo repetido de un alimento propicia a largo plazo una disminución en la apetencia, deseo y pulsión hacia el mismo. Los expertos afirman que se ha generado un proceso de habituación.Uno de los autores del artículo, J. Vosgerau, señala que «la habituación es uno de los muchos procesos que determinan cuánto consume un individuo de un producto o alimento concreto, cuándo se debe dejar de consumirlo y cuándo debemos cambiar a otro producto». Esta habituación se origina cuando se realiza el consumo real, pero también cuando el potencial consumidor se imagina a sí mismo mientras ingiere ese producto. El mero hecho de pensar de forma abstracta en el alimento no vale. La habituación obtenida por este medio se registra cuando se imagina mientras se come y se recrean todas las sensaciones que reporta.
Los aspectos que condicionan la ingesta dietética de un individuo, tanto en su sentido cualitativo (qué alimentos la componen) como cuantitativo, son diversos. Factores hormonales, fisiológicos, sensoriales y de carácter social influyen en la mencionada ingesta.
Por tanto, ante determinadas situaciones fisiopatológicas que precisen reconducir los hábitos alimentarios de una persona, habrá que tener en cuenta los múltiples aspectos que intervienen en los mecanismos de apetito y saciedad. De igual forma, habrá que contar con estrategias adecuadas, incluidas las de índole psicológica, que ayuden a retomar unos hábitos adecuados para cada circunstancia.