El doctor Luis A. Moreno compagina su labor docente como profesor de Salud Pública en la Universidad de Zaragoza con la participación en varios proyectos de investigación de interés nacional e internacional. A su diplomatura en Nutrición Humana, Dietética y Dietética Terapéutica y en Salud Pública y Salud Comunitaria por la Universidad de Nancy (Francia), se suman investigaciones y máster que le otorgan la especialización en la alimentación, nutrición y dietoterapia en la infancia y la adolescencia. Ha sido coordinador del Proyecto HELENA, que ha indagado sobre los hábitos alimentarios de los adolescentes que les conducen a la obesidad. Sus investigaciones en temas de alimentación infanto-juvenil, obesidad y arteriosclerosis le han hecho merecedor de varios premios nacionales. Moreno firma como autor más de 200 artículos en revistas científicas y más de 50 capítulos de libros. Es también miembro del Comité de Nutrición de la Sociedad Europea de Gastroenterología y Nutrición Pediátrica (ESPGHAN).
Los últimos datos, ya públicos, corresponden al estudio IDEFICS (Identification and prevention of Dietary and lifestyle-induced health EFfects In Children and infantS), que comenzó en 2006 financiado por la Comisión Europea. Estos datos se presentaron en noviembre de 2010 en Zaragoza y hacen referencia a una muestra de 16.224 niños y niñas de 8 países europeos (Bélgica, Chipre, Estonia, Alemania, Hungría, Italia, España y Suecia) entre 2 y 9 años de edad. En esta muestra, la prevalencia del sobrepeso entre las chicas rondó el 14%, y el 11% en los chicos. En cuanto a la obesidad, su prevalencia fue similar en ambos sexos y se cuantificó en cerca del 7%. Es decir, la combinación de sobrepeso y obesidad en chicas alcanza el 21% y en los chicos, el 18%.
Sin lugar a dudas, el estudio Enkid fue un referente, en especial, porque utilizó una muestra representativa de la población española, pero con un grupo de edad muy amplio (entre 2 y 24 años), quizá demasiado como para poder establecer la prevalencia en grupos de edad concretos. Con posterioridad no se ha hecho ningún estudio similar, de la misma magnitud. No obstante, se cuenta con información que nos permite identificar la tendencia de la evolución de esta enfermedad. En Zaragoza se han descubierto datos que apuntan a que desde la década de 1980 hasta los años 2000-2002 (cuando se hizo el estudio AVENA), se registró un aumento muy importante en la cifra de prevalencia de sobrepeso y obesidad entre los más jóvenes. Sin embargo, al considerar datos posteriores, referidos al estudio HELENA, parece que se constata una estabilización de las cifras entre los años 2000 a 2007. Una situación similar a la detectada en otros países europeos.
“En 20 años, de la década de 1980 hasta los años 2000-2002, se registró un aumento llamativo en la prevalencia de sobrepeso y obesidad entre los más jóvenes”
No se puede prever con certeza. En esencia hay dos hipótesis. La primera, la más positiva, apunta que los programas de intervención realizados hasta la fecha son efectivos. La segunda, menos optimista, afirma que ha ocurrido una estabilización porque la cota alcanzada es ya muy alta, pero que hay un riesgo potencial vinculado al hecho del repunte que podría vivirse en el momento en que se registren nuevos nacimientos de niños cuyos padres fueron obesos. Una expectativa poco halagüeña para los próximos 10, 15 o 20 años.
La genética del ser humano no ha cambiado en unas pocas décadas. O al menos no lo ha hecho de forma tan importante como para poder atribuirle un peso destacado en las causas de la actual epidemia de obesidad. En sentido contrario, los cambios en la alimentación, en especial los referidos al aumento del consumo de alimentos con una elevada densidad energética, el incremento de las conductas sedentarias y la disminución de la actividad física son, en conjunto, el marco circunstancial que más ha podido influir. Parece que el entorno o el medio ambiente y las circunstancias sociales son factores determinantes.
Este entorno obesogénico cuenta con múltiples aspectos que lo describen: los precios de los alimentos y la amplia gama de estos muy energéticos y muy baratos, lo que facilita su consumo. En cuanto al sedentarismo, a día de hoy, resulta más cómodo para los padres dejar a los niños frente al televisor o la consola de videojuegos que salir a un parque a realizar algún tipo de actividad física. Además, la posibilidad de que los niños jueguen en la calle, como se hacía tiempo atrás, está hoy más limitada por cuestiones de seguridad y, por tanto, es menos probable.
“Los alimentos muy energéticos a bajos precios, el ocio sedentario y la escasa actividad física tienen mayor influencia en la obesidad que los genes”
Hay diferencias geográficas, tanto en el ámbito europeo como en el nacional. Aunque parezca una paradoja en relación con el concepto de dieta mediterránea, la prevalencia del sobrepeso y la obesidad es mayor en los países del sur de Europa que en los del norte. En España, las prevalencias más altas se registran en Canarias y Andalucía, y las más bajas en Cataluña y Aragón, pero siempre, incluido los casos de estas últimas regiones, en el marco de unas cifras objetivas altas.
En general en los países desarrollados, y también en España, cuanto menor es el nivel socioeconómico, mayor es la prevalencia de estos problemas. Entre todos los determinantes socioeconómicos, el más influyente parece ser la educación de la madre, un actor muy importante en lo que se refiere al consumo de alimentos y de hábitos de vida en una familia de corte tradicional.
“Un tercio de los niños con obesidad tienen la presión arterial elevada y resistencia a la insulina, trastornos comunes en la edad adulta”
La obesidad se asocia en el adulto con diversas enfermedades, las más claras son la diabetes tipo 2, la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cánceres. En niños y adolescentes obesos, estas enfermedades no se desarrollan de forma tan manifiesta. Pero sí son apreciables muchos de sus precursores directos, lo que condicionará una mayor probabilidad de desarrollo de estas patologías. Alrededor de un tercio de los niños con obesidad tienen la presión arterial elevada y, también la misma proporción, registra resistencia a la insulina, un primer paso hacia el desarrollo de la diabetes tipo 2.
No es fácil explicar las implicaciones de la herencia y la genética en términos sencillos. En primer lugar, al parecer, el componente hereditario o familiar de la obesidad representa un 60% en el desarrollo de ésta en los niños. No obstante, cuando se analiza el efecto de los distintos genes implicados que se conocen en el desarrollo de la obesidad, su porcentaje de influencia individual es muy pequeño (salvo mutaciones muy específicas poco frecuentes). Para hacerse una idea de esta escasa influencia individual, el gen que parece tener un peso mayor, el denominado FTO, condiciona variaciones de menos del 1% en el índice de masa corporal o en el porcentaje de grasa a partir de sus diferentes polimorfismos.
Está claro que la obesidad tiene un componente de susceptibilidad genética, pero todo apunta a que se conoce muy poco sobre la relación de estas dos cuestiones y que el futuro nos deparará novedades, en especial las vinculadas con la epigenética.
Me gusta ser siempre optimista y creo que, por lo menos en lo que se refiere a las ideas generales, los distintos elementos implicados (ámbito científico, político, social, etc.) están muy sensibilizados con estas cuestiones. La actual situación representa un problema sobre el que hay que tomar medidas para solucionarlo.
La estrategia NAOS tenía un planteamiento adecuado, pero la principal limitación quizá haya radicado en su escasa disposición de recursos. En paralelo, la puesta en marcha en España del código PAOS, parece que ha introducido mejoras que pueden ser positivas en un futuro próximo. Al mismo tiempo, la actual redacción de la normativa relativa a la regulación de los comedores escolares, aunque controvertida y mejorable, parece que está encaminada a propiciar un cambio significativo en parte de ese medio ambiente en cuestión.
Los programas de intervención bien evaluados en Estados Unidos no muestran una especial eficacia. Desde mi punto de vista, puestos a encontrar soluciones, se evidencia más eficaz el modelo de los países escandinavos, con una gran tradición en el ámbito de la prevención de las enfermedades (como la acontecida hace 30 ó 40 años en Finlandia con la incidencia de las enfermedades cardiovasculares). En estos países se tiene una buena experiencia en lo que se refiere al trabajo con la comunidad, ayuntamiento, comarca o localidad. Ya hay programas en marcha que tienen este entorno como objetivo. Se puede destacar, entre ellos, el programa francés EPODE, que se ha extendido a otros países, incluido España, y lo conocemos como el programa THAO. No hay una base sólida para hablar en términos de eficacia, pero ésta parece ser una de las líneas más operativas de intervención.
No se debe culpabilizar a nadie del problema de obesidad infantil. Es un problema social y la sociedad, para lo bueno y lo malo, la hacemos entre todos. El entorno familiar y escolar son dos elementos cruciales para facilitar hábitos de vida saludables. Cada vez hay más convencimiento de que los programas deben empezar cuanto antes. Incluso se plantea, en algunos casos, que el momento de la gestación es idóneo para realizar acciones de sensibilización y educación en estos temas. Durante el embarazo, ambos progenitores, sobre todo la madre, están más receptivos para tratar estas cuestiones. De todas formas, la familia es uno de los entornos más complicados para realizar intervenciones, ya que la falta de tiempo, el estrés y demás aspectos complican la puesta en marcha de las posibles iniciativas.
En cuanto a las escuelas, su papel es fundamental. Basta tener en cuenta el número de horas que pasan los niños y jóvenes en el colegio y, que además, muchos de ellos comen en sus comedores, un entorno propicio para una correcta educación.
El hecho de que un niño tenga sobrepeso u obesidad puede ser un problema a largo plazo por su relación directa con la salud en el futuro. Según algunas de las conclusiones del trabajo “Obesidad infantil y factores determinantes”, vinculado al estudio EnKid, un niño obeso de 4 años tiene un riesgo del 20% de llegar a ser un adulto obeso. Si la obesidad se perpetúa en el tiempo, el riesgo aumenta. Un adolescente obeso tendrá un riesgo del 80% de ser un adulto obeso. Cada vez se hace más patente la importancia de la intervención en estas materias a edades tempranas.
Moreno afirma que “la lucha contra el sedentarismo sería una de las cuestiones principales” sobre las que intervenir para frenar esta enfermedad crónica entre niños y adolescentes. No obstante, reitera que “es preciso intervenir en todos los factores: mejora de la alimentación, disminución del sedentarismo y promoción de la actividad física”.