En un alto porcentaje de casos, el primer brote psicótico puede convertirse en una esquizofrenia. Recientemente, en España, se están creando unidades que ofrecen tratamientos específicos para pacientes con estos primeros brotes con el fin de minimizar el deterioro de sus funciones cognitivas y mejorar su calidad de vida y la de su entorno, según informa Natalia Ojeda, profesora de la Universidad de Deusto, doctora en psicología clínica y especialista en neuropsicología.
Los más accesibles y detectables son los síntomas positivos relacionados con la percepción de cosas que no existen, como oír voces o tener sensaciones extrañas en conductas observables y familiares. Los afectados por con un primer brote psicótico pueden tener miedo a que haya una conspiración contra ellos, o les vayan a hacer algo malo, como que alguien les envenene la comida, por lo que dejan de comer o se aíslan socialmente, se sienten en riesgo en su entorno y toman precauciones excesivas. Lo habitual es que, previamente a este primer brote, hayan tenido síntomas anteriores y menos detectables, como los síntomas negativos, que son la apatía o la pérdida de interés, o dejar de hacer actividades habituales en ellos.
Los familiares, de los que dependen estas personas, suelen buscar una explicación alternativa, como que se trata de un bache anímico. En estos casos, hay que estar más en alerta. Pero son los síntomas positivos los que realmente llaman la atención y que urgen al entorno del afectado a pedir ayuda.
Entre los 16 y 23 años es la edad estrella de máxima frecuencia de aparición del primer brote, tanto en chicos como en chicas, aunque en estos últimos años también se ha detectado este brote con una edad más precoz. Tampoco se descarta que los síntomas psicóticos aparezcan en otras etapas de la vida, pasados los 50 años de edad, acompañando a periodos en los que hay cambios hormonales y fisiológicos significativos.
Es bastante estable, se mantiene en ese rango de edad. Lo que ocurre es que cada vez ponemos más atención a los primeros síntomas, los identificamos más rápido y las medidas de tratamiento se adelantan, cuando en años anteriores no existían y había una falta de recursos, estudios y conocimientos sanitarios. También sabemos que hay variables en el neurodesarrollo de cada uno que pueden tener una influencia en la aparición del primer brote, y somos capaces de identificarlas. De la misma manera, hay personas que están en situaciones anormales, en riesgo de desarrollar síntomas psicóticos, y damos la voz de alerta para que se les preste más atención y dedicación.
“Entre el 80-85% de las personas que sufren un primer brote psicótico mantienen trastornos psiquiátricos a medio y largo plazo”
En España no hay porcentajes claramente definidos, sino que tomamos datos de EE.UU. Existen algunos estudios con muestras de población infantil y juvenil nacional que correlacionamos con la proporción de pacientes con brote psicótico y que, posteriormente, son diagnosticados de esquizofrenia. Estamos empezando un seguimiento de muestras longitudinales; estos estudios ya están en marcha pero para tener datos concluyentes de recaída deben transcurrir entre 10 y 15 años de seguimiento de los niños que estudiamos desde etapas tempranas.
Lo que sí sabemos es que existen factores de riesgo, porque la enfermedad no tiene una única causa. Hemos detectado múltiples causas que participan en su aparición y que aumentan el riesgo. En una persona que es candidata a padecerla, la presencia de estos factores eleva la probabilidad de desarrollarla. Uno de los disparadores que la causa entre la población adolescente es el cannabis que, lamentablemente, en el entorno de esa edad alcanza cifras muy altas. Una persona con alto riesgo que quizá no hubiera desarrollado un brote psicótico si no lo hubiera consumido, lo desarrolla.
Entre el 80% y el 85% de las personas que sufren un primer brote psicótico mantienen trastornos psiquiátricos a medio y largo plazo. Pero todos los brotes no acaban en esquizofrenia. Con un control evolutivo temprano mediante tratamiento se puede controlar. Hay un porcentaje bajo de casos que tienden a remitir y, tras un seguimiento de un año o año y medio, no necesitan diagnósticos posteriores; y un mayor porcentaje de pacientes con brotes psicóticos relacionados que se pueden atender con control ambulatorio y seguimiento a medio plazo.
Pueden vigilar estrechamente la salud mental de esos niños. Hay factores detectables, síntomas como aumento del aislamiento, decaimiento, pérdida de interés, cambios conductuales significativos respecto al patrón habitual, niños que manifiestan más agresividad, cambios diarios en la alimentación o el sueño de forma estable. No me refiero a cambios de la alimentación o el sueño de uno o dos días, que son normales, sino a cambios estables.
Es necesario desmitificar la salud mental y mandar un mensaje de que vale la pena prevenir y acostumbrarse a consultar ante la duda a un especialista médico. Siempre es mejor consultar -me refiero a padres y educadores- a un profesional para descartar cualquier anomalía, para estudiarla y hacer un diagnóstico de sus características y perfil. Y salir de dudas.
No tenemos las armas adecuadas. Hay personas con hábitos de vida saludables y un primer brote psicótico o, con posterioridad, un diagnóstico de la esquizofrenia. Pero, en un grupo importante, ocurre por consumo de tóxicos y drogas, que se puede prevenir y concienciar a los jóvenes sobre las consecuencias de este riesgo. La causa del primer brote psicótico puede ser un único porro. Es cierto que hay personas que fumarán marihuana (cannabis) y que nunca desarrollarán un brote. Influyen distintos factores y sustratos del entorno biológico y químico de cada persona. Pero, en otros casos, las consecuencias van más allá y las personas que lo prueban se enganchan a la sustancia, se convierten en drogodependientes, con graves consecuencias como la psicosis y esquizofrenia.
La salud mental y la médica, en general, dependen de la regularidad de los buenos hábitos como el sueño, la alimentación, realizar actividades saludables, tener una trayectoria de intereses y una vinculación académica y social. Cuanto más estructurada sea la vida de un individuo, más sana será. Pero no sabemos llegar a esa predicción, no tenemos ni los recursos ni los medios para anticiparnos y saber qué personas desarrollarán ese primer brote y cuáles no. Los profesionales hablamos de factores de riesgo y de personas con más o menos factores de riego.
La neuropsicología contribuye a identificar las variables de la esquizofrenia, los síntomas precoces en el momento del primer brote psicótico y su seguimiento posterior; mide las alteraciones en el rendimiento cognitivo, la memoria, el aprendizaje y las funciones ejecutivas. En un alto porcentaje de casos, antes del primer brote, se produce un rendimiento deficitario de estas funciones y el individuo afectado, en el momento del primer brote, ya tiene una alteración importante, explica Natalia Ojeda.
Por eso, en estos casos, se hace un seguimiento de las personas afectadas para reevaluar los resultados del tratamiento que se les administra, con el objetivo de recuperar parte de su deterioro cognitivo, estabilizar sus funciones y que alcancen el nivel normal que tenían antes de aparecer la enfermedad.
En relación con el nivel de rendimiento que se observa en los pacientes con un primer brote, los neuropsicólogos pueden proporcionar pistas a clínicos y profesionales que les tratan para ajustar su tratamiento, orientándolo a mejorar las funciones cognitivas. El objetivo es que tengan una vida lo más normal posible e intentar que ese primer brote psicótico o la enfermedad repercutan lo mínimo en la calidad de vida del afectado y de su entorno.
En consonancia con estos objetivos terapéuticos, en España, se han empezado a crear unidades que aplican un tratamiento específico en los primeros brotes psicóticos y a las cuales se ha incorporado el perfil de la neuropsicología. Algunas de las primeras unidades se hallan en el Hospital de Cruces, el Hospital de Valdecilla o el Hospital Gregorio Marañón, entre otros. Como dice Ojeda, “se están dando los primeros pasos en ese sentido y en el reconocimiento de la neuropsicología”, aunque la disciplina aún está lejos del que goza en otros países de Europa y EE.UU. donde, desde hace años, los protocolos de intervención ya contemplan la figura del neuropsicólogo.