Con el término “arteriosclerosis” se designan varias enfermedades en las que la pared arterial se engrosa y pierde elasticidad. La más importante y frecuente es la aterosclerosis (aunque a menudo ambos términos se utilizan como sinónimos), que se diagnostica cuando la materia grasa se acumula debajo del revestimiento interno de la pared arterial. Esta formación de depósitos de grasa en las arterias es un proceso que se inicia en una fase muy temprana de la vida, en la infancia. El objetivo actual de los médicos es descubrirla en su forma silente, es decir, cuando todavía no desarrolla síntomas, que pueden ser tan graves como el infarto de corazón o de cerebro. Para conseguirlo, se empiezan a aplicar distintos métodos de diagnóstico. La idea es poder calcular el riesgo cardiovascular que tiene una persona y, en función del resultado, tomar medidas para disminuirlo.
Evolución sigilosa
La aterosclerosis es un proceso que se desarrolla de forma silenciosa (de ahí la denominación de arteriosclerosis silente), cuya consecuencia es una disminución del calibre o luz de las arterias, que se estrechan de forma paulatina debido a la acumulación de placas de ateroma. De la misma manera, entraña el riesgo de que una de esas placas de grasa se rompa, forme un trombo o coágulo y tapone las arterias. Esta obstrucción puede causar episodios tan graves como un infarto de corazón o un infarto cerebrovascular (ictus), angina de pecho, problemas de irrigación sanguínea en las piernas e, incluso, un infarto mesentérico (en los intestinos).
La mitad de los niños entre 1 y 4 años tiene pequeñas estrías de grasa en las arterias, primera fase del desarrollo de la enfermedad
Una particularidad de la arteriosclerosis es que se inicia en etapas muy tempranas de la vida. “Hemos observado en niños de 2 y 3 años pequeñas señales en sus arterias”, informa Rafael Ramos, coordinador de la Unidad de Investigación en Atención Primaria de Girona y uno de los ponentes que han participado en la III Jornada de Actualización en la Atención al Paciente Cardiológico, organizada por el Hospital Universitario Dr. Josep Trueta, de Girona.
La primera fase del desarrollo de los depósitos de grasa se caracteriza por unas pequeñas estrías, marcas o líneas grasientas en las arterias. Según indica Ramos, un 50% de los niños entre 1 y 4 años ya tienen estas estrías grasas, pero lo más llamativo es que por debajo de los 10 años, casi todos las tienen. ¿Pero qué sucede con el transcurso del tiempo? Esas estrías se convierten en lesiones más importantes y peligrosas. Entre los 30 y los 34 años, el 60% de los ciudadanos tiene placas de ateroma en algún punto de su organismo. “Esto no significa que tengan la enfermedad, sólo que tienen depósitos de grasa”, precisa Ramos.
A pesar de lo explicado por el especialista, respecto al debut de la enfermedad en la infancia, no es erróneo pensar que es un problema de personas de edad avanzada. Ocurre que es un proceso muy lento y causa problemas en la edad adulta. Sin embargo, que la placa llegue a formarse o a romperse no es algo que suceda en los últimos años de vida, sino que comienza en la etapa infantil. “Como esto se desarrolla desde el principio, pensamos que podríamos ser capaces de detectar este proceso en la fase en que no da problemas, es decir, en la asintomática o silente, y así prevenir”, añade Ramos.
Para evitar los efectos nocivos de la arteriosclerosis, “lo más importante es frenarla”, agrega. Se desconoce si los cambios en el estilo de vida pueden revertirla, “aunque algunos fármacos pueden disminuir el número de placas de ateroma”, afirma Ramos. Averiguar si los cambios en los estilos de vida pueden reducir las placas de ateroma es hoy en día una de las preguntas más candentes en la investigación sobre la arteriosclerosis.
Diagnóstico específico
Todavía no hay un criterio diagnóstico claro para determinar la presencia de grasa en las arterias. Por un lado, se considera que las placas que tapan más del 50% de la luz de la arteria carótida tienen más riesgo de ser inestables y, por lo tanto, de romperse y causar accidentes cerebrovasculares o cardiovasculares. Las personas en esta situación se encontrarían en riesgo de padecer una trombosis y serían candidatas a someterse a una intervención para desobstruir las arterias. No obstante, todavía hay muchas preguntas que se deben resolver en torno al diagnóstico de la arteriosclerosis.
En la actualidad, se trabaja en tres métodos para detectarla antes de que dé síntomas. Uno de ellos es la ecografía de la carótida, que mide la grasa de la capa íntima de la arteria, de forma que, cuanta más grasa tenga, más alta será la presencia de arteriosclerosis. La Fundación Española del Corazón (FEC) ofrecerá a la población la posibilidad de someterse a esta novedosa prueba durante la Semana del Corazón, que ya se ha celebrado en Toledo y que durante este año se repetirá en varias ciudades españolas. La prueba es útil para predecir el riesgo de sufrir un evento cardiovascular en el futuro.
La ecografía de la carótida mide la grasa de la capa íntima de la arteria: cuanta más grasa tenga, más alta será la presencia de arteriosclerosis
Otro de los métodos se basa en el índice tobillo-brazo (ITB), que mide la presión arterial en el brazo y en la pierna. Cuando el cociente entre ambas presiones es inferior a 0,9 indica la presencia de arteriosclerosis, ya que la presión sanguínea periférica es un remanente del estado en que se encuentra el sistema cardiovascular y la circulación en el organismo. Aunque al principio el grado de presión es suficiente para cubrir los requerimientos energéticos de los músculos de las piernas y es difícil que desarrolle síntomas, con el tiempo, puede causar “claudicación intermitente de las extremidades inferiores” (o enfermedad de los escaparates): las personas que la padecen tienen un gran dolor en las piernas que les impide andar y les obliga a pararse de repente.
El tercero de los métodos pasa por una valoración de la rigidez arterial. Las arterias tienen cierto grado de elasticidad que ayuda a bombear la sangre y a que la circulación sea fluida. Cuando la sangre circula a través de un sistema cardiovascular en el que las arterias aún son elásticas, lo hace de forma más lenta, ya que la velocidad de la circulación queda amortiguada por sus paredes. En cambio, si son rígidas, aumenta la rapidez de la sangre que pasa por ellas, lo que denota la presencia de calcificaciones y daño arteriosclerótico.
Algunos de estos métodos, como el índice de tobillo-brazo, ya se utilizan en la práctica clínica. Ahora, el objetivo de los clínicos es profundizar en el conocimiento y uso de todos los métodos de diagnóstico para estratificar mejor el riesgo cardiovascular que tienen distintas personas con un proceso de arteriosclerosis, antes de que surjan los síntomas. Ramos lo ilustra con un ejemplo: “Si una persona es fumadora y tiene colesterol, se estima que tiene un riesgo aumentado de sufrir un infarto de miocardio en diez años. Si, además, tiene un ITB por debajo del 0,8 aunque carezca de síntomas, podríamos saber si ese riesgo aumenta más y recomendarle determinadas medidas de estilos de vida o farmacológicas para disminuirlo”.
En el futuro, “no será factible ni eficiente” realizar todas las pruebas para diagnosticar la arteriosclerosis silente, de forma indiscriminada a toda la población, aclara Ramos. Más realista y asumible parece comenzar con individuos que ya tienen un riesgo cardiovascular por otras razones. Algunas guías clínicas ya recomiendan que estas pruebas se efectúen en pacientes hipertensos o con diabetes, aunque todavía hay que estudiar si añadirlas a todo cuanto ya se hace para calcular el riesgo cardiovascular de estos individuos aporta algún dato más, reconoce Ramos.
Factores de riesgo
Los científicos y clínicos se esmeran en perfeccionar las tablas de cálculo de riesgo cardiovascular, para evaluar de qué manera los avances en el conocimiento de la arteriosclerosis ayudarían a reclasificar a las personas, en función de que tengan un riesgo leve, moderado o alto. Algunos factores de riesgo de la arteriosclerosis son la fabricación rápida de la placa de ateroma, que aumenta su inestabilidad y el riesgo de que se rompa con más facilidad, o tener colesterol, que favorece la arteriosclerosis.
Para reducir y prevenir el riesgo cardiovascular, siempre será más efectivo alcanzar un estilo de vida más saludable
Del mismo modo, el tabaco también contribuye al endurecimiento de las arterias. Recientes estudios realizados en Los Ángeles (EE.UU.) sobre los efectos de la contaminación en la salud cardiovascular han demostrado que la polución del aire también puede causar un engrosamiento de las paredes de las arterias en niños, mientras que en adultos se asocia al desarrollo de arteriosclerosis.
Junto con estos factores ambientales, figuran ciertos condicionantes genéticos que hacen más vulnerables a determinados individuos. Esta combinación de aspectos ambientales y genéticos contribuye a que el 30% de los niños ya tengan placas de ateroma y que el otro 50% tenga estrías grasas. En algunos casos, puede que entre el primer y el cuarto año de vida se hayan expuesto al humo del tabaco de sus progenitores o hayan seguido una determinada dieta que haya favorecido el desarrollo de la enfermedad. ¿Cómo inciden estos factores? ¿Cuál es el más determinante? Los científicos admiten que todavía deben responder a muchas preguntas al respecto.
El otro gran reto al que se enfrentan los clínicos, una vez que se pueda perfilar mejor el riesgo de la enfermedad, es saber a qué grupos de personas habrá que ayudar. En las personas de riesgo bajo y de riesgo alto se sabe bien cómo actuar, pero en las de riesgo moderado surgen las dudas respecto a qué decisiones tomar y aconsejar, admite este experto. En cualquiera de los casos, para reducir y prevenir el riesgo cardiovascular, siempre es más efectivo mejorar los estilos de vida y hacerlos lo más saludables posibles, que recurrir a una prueba diagnóstica para intentar descubrir la arteriosclerosis y tratarla con fármacos, advierte Ramos.