Las pruebas que relacionan el elevado consumo de sal con la hipertensión son abrumadoras. No sorprende, por tanto, que reducir su ingesta disminuya el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. Lo que sí llama la atención es que nuevos estudios relacionen su consumo con la obesidad infantil, ya que la sal no tiene calorías, así que en teoría no debería “engordar”. ¿Cómo se explica este nexo? Por una parte, como la sal aumenta el sabor de los alimentos, puede inducirnos a comer por encima de nuestro apetito y fomentar, en consecuencia, el exceso de peso. Por otra parte, nuevas evidencias científicas constatan que los niños que toman más alimentos salados acaban por consumir más bebidas azucaradas para calmar la sed que les genera la sal. El presente artículo reseña los hallazgos de dichos estudios y explica cómo esta elección alimentaria puede incrementar el riesgo de obesidad infantil.
Sal y bebidas azucaradas en niños: qué dicen los estudios
Investigadores de la Universidad de Londres, Reino Unido, argumentaron en el número de marzo de 2008 de la revista Hypertension que reducir la cantidad de sal que toman los niños podría evitar la obesidad, ya que así tomarían menos refrescos. Por lo visto, cuanta más sal toman, mayor es su tendencia a beber las omnipresentes bebidas azucaradas (porque calman con ellas su sed). Los autores elucubraron que si la cantidad de sal que toman los niños del Reino Unido se redujese a la mitad (unos 3 gramos diarios menos), dichos niños tomarían una media de 2-3 bebidas azucaradas menos a la semana.
Dos nuevos estudios se suman a la citada investigación. El primero, publicado en enero de 2013 en Pediatrics, evaluó la dieta de 4.283 niños de entre 2 y 16 años. La conclusión de los autores fue la esperada: la ingesta de sal predice el consumo de bebidas azucaradas, que a su vez se relaciona con el riesgo de obesidad. El segundo estudio lo ha recogido el número de julio de 2013 de la revista American Journal of Clinical Nutrition. Del análisis de la dieta de 6.400 niños de entre 2 y 18 años se desprende, de nuevo, que el consumo de sodio se asocia a una alta ingesta de bebidas azucaradas.
Estos tres estudios son observacionales, lo que significa que no «demuestran» que una disminución en la ingesta de sal vaya a acompañarse de forma inequívoca a un menor consumo de bebidas azucaradas. Así y todo, mientras que nuevas investigaciones diluciden esta cuestión, no cabe duda de que existen suficientes motivos para reducir el contenido de sal de los alimentos y promover una disminución de su ingesta, ya que ello no solo disminuirá el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas, sino que podría ser útil para prevenir la obesidad infantil.
¿Cómo vamos de sal?
Nueve de cada diez españoles toma el doble del máximo de sal que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), tal y como mostró en marzo de 2011 la revista British Journal of Nutrition. No es un dato «soso»: la OMS indica que «podrían evitarse hasta 2,5 millones de muertes al año si el consumo de sal se redujera a los niveles recomendados». Para el Ministerio de Sanidad, nada menos que el 45% de infartos y el 50% de ictus están asociados al consumo excesivo de sal.
El 72% de la sal que consumimos procede de los embutidos, el pan, los quesos y los platos preparados
Así pues, la primera reflexión con respecto a la sal es la necesidad urgente de que la población disminuya su consumo. En España, los principales alimentos que aportan sal a nuestros menús son los embutidos, el pan (por eso es más aconsejable el pan sin sal, mejor si es integral), los quesos y los platos preparados. De hecho, el 72% de la sal que tomamos proviene de esos cuatro alimentos, y solo el 20% procede de la que añadimos de manera voluntaria, según reflejaron en 2009 las Jornadas de debate sobre el Plan Nacional para la Reducción del Consumo de sal en España. Dichas jornadas precedieron al ‘Plan cuídate +, menos sal es más salud’, de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN). En el Reino Unido, una iniciativa similar se ha traducido en una menor utilización de la sal en las comidas, según ha detallado el número de agosto de la revista British Journal of Nutrition.
En nuestros niños, además de los citados alimentos, otros productos contribuyen a su ingesta de sal. Entre ellos figuran las pizzas, las hamburguesas, los aperitivos salados (patatas chips, fritos, ganchitos, etc), las galletas, los cereales de desayuno o la bollería industrial. Muchos de ellos saturan la publicidad en horario infantil, o los encontramos en las máquinas expendedoras que están «a su alcance«. Los nuevos datos apuntan que, además de los riesgos conocidos asociados al consumo elevado de sal, se debe valorar el riesgo de que consuman más cantidad de bebidas azucaradas a causa de la sal presente en dichos alimentos, tal y como se ha descrito.
Sanidad considera que un alimento tiene “mucha sal” cuando iguala o supera 1,25 gramos de sal por cada 100 gramos de alimento, y que aporta “poca sal” (es la situación ideal) cuando tiene 0,25 gramos (o menos) de sal por cada 100 gramos de alimento. Desde un punto de vista legal, el fabricante podrá declarar que su producto es “bajo en sal” si no contiene más de 0,3 gramos de sal por 100 gramos o 100 ml, y “muy bajo en sal” si no contiene más de 0,1 gramos de sal por 100 gramos o 100 ml. Si la etiqueta no indicaSi la etiqueta no indica el contenido de sal, sino de “sodio” (la sal es cloruro sódico), debemos multiplicar la cifra de sodio por 2,5 para saber cuánta sal aporta.